Noche de exilio

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El agua tibia recorre mi cuerpo y arrastra mi sudor a su paso. No hay nada como una ducha refrescante. Me enjabono. Cuando me restriego las piernas me fijo una vez más en las marcas que me ha dejado Laurita en el muslo. Me pellizcó con ganas. El rastro se extiende hasta muy adentro y arriba. Cualquiera que viera los moratones pensaría lo que no es porque se pueden confundir con chupetones, sobre todo en esa zona.

Laurita es tan juguetona. Tengo varias ideas en mente para salir con ella mañana. Desde luego, enseñarle la ciudad lo descarto. Es evidente que recuerda el barrio porque vivió aquí durante su infancia. La mejor opción será disfrutar de lo que no ha tenido en mucho tiempo: la playa. Sí, eso será. La llevaré a la playa a tomar el sol, nadar, jugar y, con suerte, sonsacarle información de su pasado. La quiero ver mojada. Será divertido molestarla salpicándola con agua y arena. Tengo unos deseos de que sea mañana por la tarde. Y también será el día en el que me deshaga del poeta. Menos mal que Laurita con sus cosas me mantiene la cabeza despejada y puedo desconectar de mi ruptura con Eric. Pensando en él, no sé cuándo seré capaz de mantener esa charla. El tiempo dirá.

Salgo de la ducha, me seco y disfruto de la paz que siento ahora mismo, una paz que categorizaría como bendita dadas las vivencias que me asolan últimamente. Tras ponerme las bragas le echo un vistazo a mi teléfono. La luz de las notificaciones parpadea sin cesar. Había estado ignorando todos los mensajes para aprovechar al máximo el tiempo con mi cuñada. La mayoría son de Claudia preocupándose por mí, ¡es un amor! Le contesto que estoy mucho mejor, que sobreviviré a este martirio. Los siguientes son mis padres, quieren saber cómo me va. Ellos no saben nada del asunto. Estoy segura de que les decepcionaría muchísimo enterarse de que Eric me ha hecho esta mierda y que he tenido que romper con él. Prefiero ocultarles la verdad por ahora.

Regreso a mi tarea habitual de preparar la cena después de salir del baño. Cuento con la ayuda de Laurita. Entre las dos es más divertido cocinar, en especial porque revivimos nuestro paseo en patines y nos reímos de nuestras tonterías. La pena es que Eric aparece antes de que pueda enseñarle a ella las marcas que me ha dejado en la pierna. Cuando miro el reloj me doy cuenta de que se ha hecho tarde. No me extraña, ella estuvo casi una hora duchándose y yo aproveché para hacer algunas tareas del instituto, de ahí el retraso.

—Hola —nos saluda Eric con ese tono tan deprimente. Es un asesino de la alegría.

—¡Hermano! —Laura está ahí para darle el amor que supuestamente necesita. Como si Daniela no le bastara. Lo abraza y lo besa, la veo de refilón.

—Hola. —Soy un reflejo de Eric, pero con tono seco.

—¿Cómo os ha ido la tarde? —Recuerdo cuando Eric hacía ese tipo de preguntas con más ánimo. Me gustaría preguntarle que si esto es un velatorio. Yo sí estoy mal y me esfuerzo para afrontar la situación lo mejor posible. No entiendo su teatralidad.

—Muy bien. Llevé a Ana a patinar —cuenta Laurita. Espero que no le dé demasiada información.

Yo, evidentemente, mantengo el pico cerrado.

—Estupendo. Ana no sabe patinar, ¿cómo ha sido? —Y ahora empieza a mostrar ese tonito de simpatía. ¿De qué vas, Eric?

—Le he enseñado lo que he podido, pero habrá que practicar más. Lo importante es que compartimos una tarde muy agradable —dice Laura.

—Me alegro mucho. ¿Cuántas caídas, Ana? —¿Qué intenta Eric? ¿De repente piensa hacer como si no pasara nada? Me enferma.

—La cena ya está. Voy a poner la mesa —digo y lo ignoro por completo. A mí no me seguirá tomando por tonta. Cojo tres platos y me encamino hacia el salón. Ni siquiera lo miro a la cara.

La hermana de mi novio [Disponible en físico en 2 tomos + Extras]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora