Yo mando

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Cuando terminamos de ver el amanecer Grace expresó que necesitaba dormir un poco más. Se levantó casi de golpe extendiéndome la mano y cortando la conversación. Por supuesto que no me opuse, lo que más quería era coger aire y pensar en lo que acababa de decirme así que la seguí en silencio hasta la habitación, teniendo en cuenta que me llevaba de la mano apretándome fuerte como si le preocupara que saliera corriendo.

La casa de Selene era extraña. En el pueblo decían que asesinaba a niños, pero nunca vi a ninguno. Solo tres gatos y un perro que recogió de la calle y que siempre me hacía caso. Su nombre es morfeo y es lo único que me gusta de su casa. De resto, siempre hay velas, rituales en el piso, un cuarto al que tenemos prohibido la entrada y no lo sé, la sensación de que el demonio está escondido allí. A Grace le gusta. De hecho, me llevó como si estuviera en su propia casa y pasó por la sala haciéndome seña de que hiciera silencio. Selene seguía en el piso rodeada de velas haciendo un ritual.

Qué locura, pensé, pero preferí no opinar al respecto para no herir a Grace ahora que se creía una bruja.

Entramos en la habitación y estaba helada, pero contra todo pronóstico la niña se desprendió de casi todas sus prendas, quedando en ropa interior.

Procedí a acostarme evitando mirarla y sentí su disgusto. Aun con su carita de enfadada se tendió conmigo y me di cuenta que estaba temblando. ¿Qué necesidad de dormir casi desnuda si es tan friolenta?

Le cubrí con el edredón tratando de mantener cierta distancia, hasta que cortó el silencio.

—¿Puedes dormirme, Kathe?
—¿Y exactamente cómo quieres que lo haga? —tal vez no debí preguntarle eso. Todavía no tenía claro qué éramos, pero sí que Brandon era mi amigo y aunque eso no me interesaba demasiado al tratarse de Grace, tenía que actuar con madurez.
Ella estaba experimentando cambios, tenía 17 y las hormonas pidiéndole a gritos probar cosas nuevas.

Traté de controlar mi deseo porque todo estaba pasando muy rápido, y al tenerla tan cerca mirándome con curiosidad, como si estuviera probando leer mi mente, se veía tan maja que se me olvidaba la sensatez.

Me miró con las cejas fruncidas, y esa expresión que hacía con los labios cuando no le daba lo que quería y no pude evitar sonreír.

De algún modo su olor me daba a entender muchas cosas. La primera de ellas es que era una puta tortura eso de ser maduros. La segunda, que estaba completamente mojada. La tercera, que no me lo pondría fácil. Siempre le había dado lo que quería, pero nunca se había tratado de sexo.

Mi lógica fue correcta. Grace, apoyada en su brazo, no parecía tener ni una pizca de sueño. Su rodilla abriéndose paso entre mis piernas lo comprobaba. Sus manos halando mi camisa como una niña cuando requiere atención , fueron sinónimo de su disgusto. No mordió sus labios, al contrario, los frunció. Me miraba esperando a que hiciera algo, pero, venga, ¿qué podía hacer? ¿Enrollarnos? Yo necesitaba serenidad. Necesitaba respuestas. Necesitaba su cuerpo, pero sobre todo a ella y no por un rato.

—¿Me puedes dormir con besos? Como cuando tenía 11 y rompiste mi bici sin querer. Te la preste para una carrera y la desbarataste, qué feos tus modales. Ni siquiera sé cómo siempre has tenido tanta fuerza —cuando dijo esto último, algo en sus ojos se tornó lascivo, quería saber qué pensaba, pero también necesitaba controlarme y no caer en su juego. Seguía agarrada a mi camisa, pero no me halaba hacía ella. Solo ejercía fuerza.

—Soy más fuerte porque como más que tú  —susurré por salir del paso diciendo cualquier estupidez.

—Hay cosas que por lo visto no comes —me volteó los ojos igual que hacía cuando no le daba exactamente lo que me pedía en el segundo en el que lo exigía.

Siempre vuelvo a ti Donde viven las historias. Descúbrelo ahora