Dependencia

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Seguí los pasos de Olivia hasta que llegamos a lo más alto de una de las torres. Ella me guiaba sin ningún tipo de miedo caminando por encima de los bordes de esa estructura. No me asustaba caer, pero tampoco sabía si era una prueba.

—Alguien me dijo que arriesgarnos a muerte y no morir, significaba que tenemos un propósito especial —dijo de pronto con los brazos extendidos tratando de mantener el equilibro.

El castillo era altísimo y nosotras estábamos en la torre más alta. Aun así, Olivia no parecía tener miedo.

—Bonita forma de llamarle al suicidio —contesté y casi sin pensarlo me subí en el bordillo de la estructura.

Cerré los ojos tratando de sentir el viento. Estaba empezando a lloviznar y me encontraba siguiéndola hacia el precipicio. Pude ver un lago azul celeste extenderse por las montañas cubiertas de nieve. Mientras los pinos me hablaban de eternidad y no sé, pero estar en lo alto valorando cada detalle me hizo sentir en paz. Porque rodeada de tanta grandeza, con la naturaleza a mis pies y una chica caminando en silencio... disfruté sentirme viva.

—La muerte nos enseña la importancia de estar vivos, irónico, que solo cuando estamos en riesgo de perder nuestra vida... sea cuando empecemos a disfrutarla —musitó con esa voz imperceptible, esa que no te dice si es negro o blanco porque va por encima de un color.

Olivia era indefinible y eso me gustaba.

Ella daba pasos sigilosos, pero no cautos. Iba tratando de engañar a la muerte, pero encantada de encontrarla. Sus latidos eran normales, no tenía miedo. Y yo, con la brisa en mi cara y pasos cortos, entendí que sí estaba asustada.

—¿A qué es a lo que tanto le temes, Katherine? —fue su pregunta y con un movimiento delicado casi imperceptible, se volteó hacia mí.

La tuve frente a frente y no encontré maldad en sus ojos. La respiración comenzó a cortarse, pero no era la suya. Era yo, quien no respiraba.

—No le temo a la muerte —confesé—. Le temo a morirme y dejarla sola en un mundo sin mí —mis palabras obedecían al lenguaje de su rostro, no era yo quien hablaba, era ella quien sacaba las respuestas que necesitaba de mí.

—¿Se puede llamar amor a lo que sientes? ¿O es posible, que más que amor, sea necesidad?

—Llámalo como quieras, pero la amo con el deseo constante que nace cuando abro los ojos y no se pierde cuando me acuesto a dormir.

—La quieres. Todos queremos a alguien con todas nuestras fuerzas alguna vez, pero tu afán por cuidarla da indicios de dependencia.

—Si querer respaldarla me hace dependiente, entonces supongo que es así.

—Katherine, cuando el amor cierra los ojos a la vida, cuando dejas de observar porque tu mundo es esa persona... transformas ese sentimiento en nada. Porque de nada sirve que la ames si no la sabes amar —Olivia hablaba pausado y sus ojos eran como estrellas, pero no precisamente de las que guían sino de las que están perdidas

—¿Cómo quieres que te amen a ti, Olivia?

Nuestras miradas tenían la tensión de un ejercito antes de ir a morir. Eran la causa perdida del líder decapitado y los niños muertos del pueblo que se invadió.

Aun así... nuestras miradas estaban cargadas de un amor que no hablaba de lo que es, pero que seguía siendo a pesar de no saber exactamente qué.

—Quiero que me amen con mis ideas y no porque soy débil —dijo, casi sin pensarlo—. Que lo hagan sabiendo que soy libre, que la vida me ha hecho suya y que solo soy de ella hasta el momento de partir. Yo no quiero un amor por dependencia, o uno que sienta que sin el otro ya no puede vivir.

Siempre vuelvo a ti Donde viven las historias. Descúbrelo ahora