CAPÍTULO TRECE

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—No podemos hacer esto —murmuré,  expulsando todo el aire que tenía dentro de mí  mientras que le empujaba suavemente para que se separara.

Para que se separara de mí.

Porque sí, yo no podía separarme de él. No tenía fuerzas. No después de haber estado luchando por lo que se había sentido como media vida contra lo que mi esposo y mi padre me hacían sentir. No después de darme cuenta de que esa era la primera vez real que estaba ciertamente disfrutando algo.

Corté todo. Desde abajo, desde la raíz.

Dejé de sentir de inmediato.

Todo rastro de felicidad e ilusión fue tapiado y sellado por el repentino sentimiento de asco y repugnancia que sentí hacia mí misma.

Ni siquiera pude mirarle, ni siquiera pude aguantar la culpa.

Norma era mi mejor amiga. De hecho, era lo más parecido a una hermana que había tenido jamás.

Lo cierto era que no me merecía a alguien como ella. Ni a alguien como él, ni mucho menos. Me merecía estar sola, que nadie quisiese acercarse a mí. Que todo el mundo pudiese ver el monstruo que realmente era cuando trataba de ser feliz. Ser feliz yo, y solamente yo. Era el ser más egoísta del universo, el más frío y desconsiderado.

Y lo cierto era que el hecho de que todos aquellos pensamientos me estuviesen llegando de golpe justamente ahí delante de él, me estaba destruyendo lentamente más de lo que ya estaba.

Lo más duro de todo el asunto no había sido separarme de él ni de sus labios, como yo misma había previsto que sería. Lo más duro vino después. Vino cuando me dio tiempo a pensar un poco en lo que había hecho, en la manera en la que acababa de condenar mi vida.

Besar a Louis era, ciertamente, todo lo que yo quería. Si era honesta, no había cosa que quisiese más que simplemente dejar de pensar y esconderme en cualquier parte del priorato con él para no volver nunca más a palacio.

Pero, la vida nunca me preguntó qué era lo que yo quería. Jamás se interesó por mí. Nunca se preocupó por mis deseos, por mis miedos, mis incertidumbres. Al igual que tampoco lo hacía con el resto de personas del mundo.

—¿Por qué? ¿Por qué tenemos que parar? —susurró Louis después de haber estado un buen rato con sus ojos fijos en mi cuerpo sin decir ni una sola palabra.

Yo reí suavemente, sin que nada me hubiese hecho ningún tipo de gracia.

—Lo sabes. Sabes por qué es —dije encogiendome de hombros.

Su expresión cambió completamente y en cuestión de segundos volvió el Louis serio y casi disgustado que siempre me recibía a la entrada de Salisbury o en la sala de tronos de mi palacio.

Pasados unos segundos él rompió el silencio que se había formado entre nosotros con una risa. Irónica. Fría. Sin vida apenas.

—Por supuesto que lo sé. Os lo advertí antes de besaros. Yo soy yo. Y siempre seré yo. Y vos sois vos: la futura reina —exclamó mientras que se señalaba con ambas manos a sí mismo, como si me estuviese tratando de convencerme de algo que yo simplemente no era capaz de ver.

Yo fruncí el ceño, tratando de indicarle que se estaba equivocando completamente. Que eso no era lo que yo estaba intentando decir.

Que quién fuese él me daría exactamente igual siempre.

Fue mi turno entonces de reirme. De la misma manera, con la misma frialdad.

—Eso no importa. Nunca ha importado. Me da igual que seas rey, peón o maestro de obras. Ese no es el problema —aclaré mientras que negaba con la cabeza mirando al suelo, incapaz de posar mis ojos sobre los suyos por más de unos segundos.

ARGAMASA ; timothée chalametWhere stories live. Discover now