CAPÍTULO QUINCE

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Me pasé días encerrada en mi alcoba, incapaz de salir e interactuar con el mundo exterior. Estaba demasiado inmersa en mis pensamientos, en mis recuerdos, que eran el único lugar en el que Louis y yo podríamos estar juntos de nuevo de la forma que yo deseaba.

La primera mañana que decidí salir de mis aposentos después de todo lo que había ocurrido estuvo envuelta en una gran nube de crispación. Cuando entré en el salón de tronos para reunirme con mis damas como hacía cada mañana, fui capaz de percibir una presencia que no era usual.

Se trataba de un joven hombre de cabellos largos y abundantes barbas que esperaba casi impacientemente la llegada de mi padre. No paraba de dar vueltas de un lado a otro, caminando en círculos mientras que miraba al suelo.

Fruncí el ceño al ver que a esas horas de la mañana mi padre aún no se había sentado en su trono. Me acerqué a una de las doncellas que se encontraban en la estancia.  No podía evitar tener una expresión de confusión en mi rostro mientras que no le quitaba ojo a aquel caballero que casualmente había comenzado a hablar de forma amigable con mi esposo.

—Martha  —murmuré para intentar llamar su atención mientras que ella le quitaba el polvo a uno de los cuadros de la pared.

Se giró de inmediato al escuchar mi voz e hizo una reverencia al verme.

—Alteza —susurró mientras que miraba al suelo, demasiado asustada como para mirarme.

Le sonreí.

—¿Sabes dónde está Padre? —pregunté sin siquiera mirarla mientras que veía como Richard se reía a carcajadas con aquel hombre.

¿Quién diablos era?

Y, lo más importante, ¿qué hacía en mi casa?

Me resultaba familiar, esa era la peor parte. Odiaba no poder recordar a las personas que había conocido a lo largo de mi vida, pero veía a tanta gente cada día que me resultaba completamente imposible acordarme de todos.

—Sí, mi señora. El rey está encamado por culpa de la fiebre, le ha vuelto a subir.

Abrí los ojos de par en par porque, yo realmente creía que aquella pesadilla había terminado. Que el fin de mi padre no estaba tan cerca, aún.

Tragué saliva, sabiendo que su fin sería el mío, también, por más que me diese más miedo del que podía soportar.

—¿Por qué no se me ha informado de tal noticia?

Soné más enfadada y seria de lo que quería, pero el miedo y la desesperación estaban hablando por mí en esos momentos.

Martha ciertamente no tenía nada de culpa, ella no tenía nada que ver. No era más que una cría que trabajaba sin parar en palacio para así poder alimentar a su hermano pequeño, que era la única familia que le quedaba por culpa del hambre y la enfermedad.

—Lo siento, Alteza, vuestro esposo Richard nos ordenó que le comunicásemos todo a él mientras que vos estuvierais encerrada en vuestros aposentos.

Yo apreté los puños, casi cegada por culpa de la rabia que sentía en esos momentos.

Richard.

Siempre era Richard. Todo lo que me quitaba algo de poder o que me podría poner en evidencia era siempre ejecutado por él.

—¿Cuanto tiempo lleva enfermo? —pregunté, considerando que yo había permanecido en mis aposentos por lo menos unos cuatro días.

—Desde esta misma mañana temprano, mi señora.

Asentí y le sonreí, a pesar de que quería asesinar a la persona con la que estaba casada. Me giré, dispuesta a ocupar mi trono y tratar los asuntos que me correspondían a . A la heredera.

ARGAMASA ; timothée chalametOù les histoires vivent. Découvrez maintenant