CAPÍTULO SESENTA Y CUATRO

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Salisbury, Condado de Wiltshire, Inglaterra.

Sentí los ojos empapados a medida que andaba a través del pasillo de la catedral de Salisbury. Iba a paso lento, acompañada por mis dos damas a cada extremo de mis costados. 

No se escuchaba absolutamente nada, solo la respiración de cada uno de los presentes en un acto tan importante y oficial como el casamiento de la reina de Inglaterra con el futuro e inminente consorte.

Louis me miraba desde el altar con una expresión absolutamente asombrada. No pude evitar entonces sonreír. Jamás lo había visto así. Con esa mirada toda llena de amor y respeto, con los ojos brillantes y casi tan llorosos como los míos.

Estaba estático, sin ser capaz de subir ningún escalón de esa parte de la catedral que él mismo se había encargado de diseñar y construir con la mejor de las intenciones. Parecía como si estuviera esperando a que fuese yo la que tomase la decisión que estaba a punto de determinar el futuro de ambos.

Porque ahí era donde se acababa todo. Ahí era donde Louis dejaría de ser un simple maestro de obras convertido en conde; y yo dejaría de ser una reina triste y desgraciada incapaz de hacer realidad sus sueños.

Louis lo sería todo. Sería maestro de obras, conde, rey; y oficialmente el amor de mi vida. Ese que pensé que nunca llegaría; ese que pensé que nunca sería capaz de conocer teniendo a alguien como Richard atado firme y violentamente a mí. Ahora Richard estaba muerto y no había nada que me hiciese más feliz que el hecho de estar siendo lo suficientemente fuerte como para decidir por mí misma.

La catedral estaba completamente abarrotada, justamente como el día en el que me había casado por primera vez. Claro que lo que estaba sintiendo en esos momentos no era nada comparado con lo que el usurpador me había hecho sentir simplemente mirándome desde el mismo lugar en el que Louis estaba.

Mi vida había cambiado tanto que apenas podía creer que yo era realmente la misma persona que había estado segura de que iba ser infeliz durante una eternidad entera. Y allí, mientras sentía que apenas podía despegar mis ojos del intenso verde de los de Louis, me sentí completa. Me sentí más completa y realizada que nunca, como si realmente hubiese conseguido todo lo que necesitaba y merecía.

Y es que esa era la única verdad que me servía. Porque él estaba conmigo. Y con Louis a mi lado me sentía invencible solo porque sentía que él lo era. Porque él había luchado contra todo para que eso sucediese, justamente al igual que yo. Y es cierto que en algunos momentos parecía de verdad que no acabaríamos juntos, pero el amor es mucho más fuerte que toda la incertidumbre y el rencor que nos rodeaba intentando acabar con nosotros.

Cuando llegué justamente a su lado y me sonrió sentí como si ya no tuviese por qué estar nerviosa, como si finalmente hubiese llegado a casa y no fuese necesario absolutamente nada más que su respiración en mi espalda y sus caricias en algún lugar escondido de mi estómago.

—Estás preciosa —murmuró Louis, agachándose para llegar a mi oído y así impedir que nos escuchase el resto del mundo.

Porque sí. Eso se trataba solamente de él y de mí. Y así sería a partir de ese día.

Yo le miré con los ojos aún llenos de lágrimas, sonriendo y sintiendo así como una sola gota salada descendía a través de mi mejilla al mismo tiempo en el que le miraba.

El arzobispo de Canterbury se aclaró la garganta, atrayendo a su vez la atención de todos los presentes en la iglesia aún inacabada y que significaba tanto para nosotros y nuestros corazones —que a partir de ese momento iban a latir juntos hasta el día de nuestra muerte—. Si Dios quería, claro. El clérigo me miró con toda su majestuosidad e importancia de estar liderando un acto de tal calibre, pero aún con una expresión seria debido a la discusión que habíamos tenido pocos días atrás.

ARGAMASA ; timothée chalametWhere stories live. Discover now