2. Charlatán

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— ¡Explícate!

Fabrizio echó un vistazo hacia la puerta de su habitación, donde su mejor amigo Giovanni lo observaba con una mirada indescifrable. El suelo de madera crujía ligeramente bajo sus pies descalzos, y el aroma a colonia fresca impregnaba el aire.

—Ya te lo dije. Está más loca que una cabra. —Dejó caer la toalla, cayendo al suelo en un suave susurro, quedando completamente desnudo. Agarró el bóxer que reposaba sobre la cama y lo deslizó con despreocupación por sus piernas. Una vez vestido con vaqueros, zapatillas y una remera de manga corta negra que resaltaba sus músculos, giró por completo en dirección a Giovanni—. La chica no vale la pena.

— ¿A quién intentas convencer? ¿A mí o a ti? No me puedes mentir. Sé muy bien cuándo te atrae una mujer, así que deja este juego conmigo.

—No es ningún juego.

—De nuevo me mientes a la cara.

—Escucha Giovanni, sabes bien que cuando una persona no me cae bien, es por algo, y aunque admita que ella me endurece las bolas, no cambia el hecho de que sienta que tiene un aura extraña. Fuera de los límites.

— ¿Así nada más? ¿Ni siquiera le vamos a dar una oportunidad?

— ¡¿Para qué?! —Exclamó enojado, dando pasos hacia él—. Hay muchas mujeres dispuestas a lo que sea para tener una noche con nosotros. Conocen nuestros gustos. Y perdóname si no me quiero involucrar con una mujer que no bajará la guardia para ser poseída.

—No tiene que ser así. Estoy seguro de que si hablamos como personas adultas, lo entenderá.

—Oh, sí claro—carcajeó sin rastro de humor—. Perfecto. Entonces, cuando la vuelva a ver, le diré que queremos cogérnosla a nuestro antojo.

—No me refiero a eso y lo sabes bien.

— ¿Esperas que me haga su amigo? ¿Incluir confianza entre nosotros para averiguar sus gustos sexuales? —Su amigo asintió—. Tenemos con quién divertirnos.

—Puede que se encuentre fuera de tus límites, no de los míos.

—Como digas. —Murmuró malhumorado.

—Aclarado entonces. Tengo asuntos pendientes, así que te veo luego.

—Giovanni...—Dijo antes de que se fuera— La próxima vez intenta golpear la puerta. Que viva aquí no te da motivos para entrar cuando te dé la gana.

Loreley, que se encontraba en la sala, sumida en las páginas de un libro antiguo, alzó la vista cuando notó la presencia oscura de su hermano viniendo de la dirección al cuarto de Fabrizio. Su rostro, iluminado por la luz tenue que se filtraba a través de las cortinas entreabiertas, mostraba una expresión de curiosidad y ternura a la vez.

A pesar de su timidez, su sonrisa era contagiosa, y sus ojos marrones brillaban con una chispa de traviesa curiosidad mientras observaba a su hermano. Loreley era delgada y elegante, con una postura que reflejaba gracia y serenidad a partes iguales. Su cabello oscuro caía en suaves ondas sobre sus hombros, enmarcando delicadamente su rostro juvenil.

A veces, su timidez se desvanecía, y emergía una faceta atrevida y juguetona que sorprendía a quienes la conocían. Era como si escondiera un mundo de misterios detrás de su mirada tranquila y suave.

A pesar de su aparente fragilidad, Loreley irradiaba una fortaleza interior que la convertía en un ser encantador y fascinante para quienes tenían el privilegio de conocerla más profundamente.

— ¿Tan mala fue la discusión? —Giovanni se detuvo de golpe al oír su voz. Se giró, sonrió y caminó hacia donde estaba la chica que adoraba—. Soy la única persona que consigue que sonrías.

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