6. Pecar deliciosamente

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Elizabeth entró al restaurante seguida por dos apuestos hombres cuyas miradas no se apartaban de ella. Giovanni se lució como un caballero al correr la silla para que ella pudiera sentarse. Un minuto después, cada uno estaba en su lugar, con el joven camarero entregando las cartas. 

Al echar un vistazo a los precios, Elizabeth notó que eran ridículamente excesivos. Buscó lo más económico para poder permitírselo, pero quizás su expresión delató su preocupación, porque Giovanni intervino, sin sonar enojado ni prepotente, y le aseguró que podía elegir cualquier cosa del menú que quisiera comer.

Fabrizio, quien hasta ese momento se había mantenido en silencio, no podía apartar la vista de la mujer que tenía enfrente. Tuvo que reajustar su erección que lo incomodaba, porque, para ser honesto, estaba completamente excitado por ella.

A pesar de que deseaba desesperadamente saltar sobre Elizabeth y arrancarle el vestido que llevaba puesto, se contuvo. No quería que ella pensara que era impaciente, aunque, nuevamente, era difícil negar que estaba a punto de explotar de ansiedad.

La enorme sonrisa petulante de Giovanni dejó claro a Fabrizio que entendía lo que estaba pasando por su mente. Él también se esforzaba sobrehumanamente por no tocar a Elizabeth.

Los tres optaron por spaghetti con salsa blanca y pollo. El camarero asintió ante el pedido y se retiró, regresando casi al instante con un vino tinto solicitado por Giovanni.

Ninguno de ellos dijo una palabra, pues se encontraban en silencio, observándose mutuamente con curiosidad. La tensión sexual crecía lentamente, y los tres eran conscientes de que una vez a solas, ya fuera en la cama o en cualquier rincón de la habitación, el deseo los consumiría de forma deliciosa.

—¿Les comió un gato la lengua? —preguntó, y como era de esperar, expuso su lado engreído, aquel que lucía con orgullo frente a hombres como ellos que siempre creían tener el control. Sonrió con inocencia, inclinó la cabeza y lanzó un coqueto aleteo de pestañas—. Entonces, ¿qué tienen planeado esta noche para mí?

—¿Por qué? ¿Tienes miedo?

—El charlatán tenía que malinterpretar lo que dije. —Sacudió la cabeza de un lado a otro.

—¿Charlatán? Para Giovanni, ese sí es un buen nombre. —Repitió Fabrizio con el ceño fruncido—. ¿Cómo me llamas a mí?

—Fanfarrón. —Sonrió divertida.

El silencio los envolvió nuevamente. Ninguno estaba dispuesto a revelar a Elizabeth lo que tenían planeado, ya que con una simple sonrisa nerviosa por parte de ella, comprendieron que nunca antes se había permitido jugar con dos hombres.

Giovanni deseaba tomar su mano y llevarla a la habitación para que Fabrizio pudiera satisfacer su deseo de ella. Por su parte, Fabrizio imaginaba lo apasionadamente que Giovanni la tendría contra la pared, ella de espaldas, como a su amigo le encantaba reclamar a una mujer.

Sí, eran muy conscientes de lo bien que Elizabeth ocultaba sus miedos detrás de su máscara engreída, pero lamentablemente, en un pequeño instante había perdido el control y quedado al descubierto. Estaba aterrada pero también curiosa y ansiosa.

—¿Qué edad tienen? —preguntó entonces.

—Tengo treinta. —respondió Giovanni.

—Treinta y uno. —Fabrizio bebió de su copa de vino.

A Elizabeth le gustaba el sexo. No se avergonzaba en absoluto, pero de pronto se sintió cohibida delante de ellos, quienes la observaban confundidos por su reacción. ¿Pensarían que era un poco joven para experimentar un trío? Tembló tan fuerte que la copa en su mano tambaleó.

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