11. Unirse a la fiesta

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El domingo por la mañana, lo primero que Elizabeth encontró al despertar fue una hoja de papel doblada por la mitad, descansando sobre la mesa de luz. La nota era breve y concisa, diciendo justo lo necesario:

"Intenta recuperarte y no dudes en llamar si quieres hablar. Con un WhatsApp basta." Al final, había dos números de teléfono con sus respectivos nombres. 

Aunque estaba enfadada consigo misma por su comportamiento, en el fondo, aunque no quisiera reconocerlo, le reconfortaba el gesto de esos dos hombres al intentar cuidar de ella. Sin embargo, esa sensación de agrado se mezclaba con una profunda confusión. 

Elizabeth se sentía feliz por el detalle, pero al mismo tiempo desconcertada. Siempre se las había arreglado sola, siempre había sido independiente y fuerte. Que alguien más, aparte de Uriel, el hombre a quien consideraba como un padre, la sorprendiera con intentar cuidarla, era un sentimiento nuevo y perturbador. 

La idea de depender de otros no encajaba bien con su personalidad autosuficiente, lo que añadía una capa adicional de tensión a su ya turbulento estado emocional.

Bajó de la cama con furia palpable y encendió el equipo de música antes de entrar a ducharse. La música llenó la habitación, envolviéndola en una atmósfera de melancolía y determinación. 

—¡No puedo creer que me quebré de esa forma delante de ellos! ¿Por qué? ¿Dónde está el orgullo cuando lo necesito? ¡Maldita sea!

El eco de su voz resonaba en el reducido espacio del cuarto de baño, amplificando su enfado y su confusión. Solo una cosa pasaba por su mente, y era resolver lo que sucedió. 

*

En la casa de los Berlusconi, Adriano no podía apartar los ojos de Loreley, quien lucía la parte superior de su bikini junto con un pequeño pantalón corto que dejaba al descubierto sus largas piernas.

Ella caminaba descalza alrededor de la piscina para encender el limpiafondos. Ajeno a su efecto, Adriano se sentía cada vez más perturbado por la visión de Loreley con tan poca ropa.

Desde la ventana de la cocina, Fabrizio frunció el ceño. No por la reacción de Adriano, sino por Loreley.

Él la había conocido desde que era una niña, viéndola crecer y compartiendo muchas vivencias junto a Giovanni, juntos los tres. Así que la sonrisa forzada en los labios de Loreley le indicaba que algo no iba bien.

La manera en que se movía y la tensión evidente en su cuerpo le decían a Fabrizio que no solo algo estaba mal, sino que alguien la estaba incomodando o acosando. Obviamente, no podía ser Adriano, ya que de lo contrario ella no estaría tan escasamente vestida frente al muchacho. Era otra cosa, y estaba decidido a averiguarlo.

Salió de la cocina a través de las puertas dobles de vidrio que iban del piso al techo, caminando por el extenso jardín trasero de la casa, deteniéndose bajo la sombra de un árbol con los brazos cruzados.

—¿Quién te está molestando? —preguntó.

Fabrizio no era de andarse con rodeos, especialmente con las personas que quería.

—Disculpa... ¿eh? —titubeó.

—No finjas que no entiendes. Sé que algo te está molestando —insistió.

—Es que ayer...—Se detuvo en seco, decidiendo no continuar hablando para evitar problemas, especialmente con esa mujer.

Fabrizio observó en silencio a Loreley, quien parecía absorta en sus propios pensamientos. Su paciencia se evaporó cuando se percató de que ella no iba a hablar. 

Juegos de azar [+18]Where stories live. Discover now