4. Vulnerabilidad

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El reflejo del espejo del baño le enseñó a Elizabeth su rostro magullado con crudeza. La luz tenue resaltaba el morado oscuro que se extendía desde su pómulo hasta la mandíbula, una huella clara del impacto del golpe que había recibido esa tarde en el gimnasio. La hinchazón comenzaba a manifestarse, dándole un aspecto aún más desgarrador.

No era la primera vez que se encontraba en esa situación. Los moretones y las contusiones eran compañeros habituales en su vida, recuerdos físicos de las luchas y los entrenamientos intensos. Para Elizabeth, el dolor era solo un eco de su determinación, una marca temporal que desaparecería con el tiempo.

Sin embargo, mientras inspeccionaba su rostro, una pequeña marca en su labio inferior capturó su atención. Un rastro rojizo que recordaba la intensidad del momento en que Fabrizio, con pasión desenfrenada, había dejado su mordisco. La sensación de sus dientes hundiéndose en su piel aún reverberaba en su memoria, un recuerdo visceral que contrastaba con la brutalidad de la pelea en el gimnasio.

Aquella marca, lejos de ser una herida más, evocaba un encuentro cargado de emociones, un momento de intimidad entre dos almas que se buscaban en la vorágine de sus vidas. 

Elizabeth salió del baño con paso firme, sintiendo el suelo frío bajo sus pies descalzos. El aire fresco acariciaba su piel, recordándole su vulnerabilidad. Con solo una braguita blanca como vestimenta, se desplazó con confianza hacia la cocina, donde el aroma tentador del bife con cebolla llenaba el aire.

Mientras preparaba una sencilla ensalada para acompañar su comida, el tintineo de los utensilios contra los platos resonaba en la cocina, creando una melodía íntima. Vertió el jugo de naranja exprimido en un vaso, saboreando el frescor cítrico que contrastaba con la calidez del ambiente.

Con el plato servido, se dejó caer con gracia en el sillón frente al televisor, sus movimientos fluidos revelaban una gracia innata. Mientras las noticias parpadeaban en la pantalla, sus ojos parecían seguir cada detalle con atención. Sin embargo, su mente estaba en otro lugar, perdida en un laberinto de recuerdos donde solo brillaba una figura: Fabrizio.

A punto estuvo de regañarse por su comportamiento impulsivo. ¿Debería haber sido más cautelosa, más reservada? ¿Debería haber resistido la tentación que Fabrizio representaba en su vida? Esas preguntas asomaban tímidamente en su mente, pero Elizabeth las apartó con determinación. No había lugar para los arrepentimientos cuando se trataba de seguir los dictados del corazón.

En cambio, una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios al recordar el momento en que había sentido la presencia de Fabrizio adentrándose en las duchas. Había deseado ese encuentro con una intensidad que la hacía sentir viva, sin ataduras ni inhibiciones. No había lugar para el remordimiento en su corazón; si se le presentara otra oportunidad, lo repetiría una y otra vez, anhelando ir más allá de los fogosos besos que compartieron.

La repentina interrupción de Uriel había truncado lo que prometía ser una sesión de pasión desenfrenada. Sin embargo, en ese instante, no había otra opción que dar por terminado el encuentro. Con un beso cargado de promesas y una mirada llena de complicidad, Elizabeth dejó claro a Fabrizio que la discreción era la única salida posible. No podían permitirse ser descubiertos.

La noche avanzaba lentamente, envuelta en la calma que precede al sueño. Elizabeth, después de una cena ligera y una búsqueda infructuosa de entretenimiento en la televisión, se sumergió en su cama en busca de descanso. Sin embargo, el sueño parecía esquivo, deslizándose más allá de su alcance en esa noche inquieta.

Su mente, lejos de encontrar paz en el reino de los sueños, se convirtió en el escenario de una danza tumultuosa de deseos y fantasías. En la oscuridad de su habitación, las imágenes de Giovanni y Fabrizio se entrelazaban en una danza erótica, llenando su mente con promesas de pasión y placer desenfrenado.

Juegos de azar [+18]Where stories live. Discover now