9. Cargo de conciencia

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Con su atuendo de pantalón corto, musculosa y zapatillas, Elizabeth descendió apresuradamente las escaleras que llevaban desde su departamento hasta el gimnasio. A medida que salía al exterior, los primeros rayos del sol matutino acariciaban su rostro, infundiendo al ambiente una sensación de frescura y vitalidad.

A pesar de ello, su ánimo no coincidía con la animada atmósfera del nuevo día. Por primera vez en años, se había quedado dormida, y se sentía frustrada y decepcionada consigo misma al encontrar a las personas esperando por ella.

Tras disculparse con los chicos que la aguardaban afuera desde hacía quince minutos, abrió las pesadas puertas dobles del gimnasio y prácticamente corrió hacia el equipo de sonido. A su alrededor, los demás entraban y se acomodaban en sus respectivas rutinas, algunos intercambiando saludos animados, mientras que otros se concentraban en su entrenamiento con determinación.

La música comenzó a llenar el amplio espacio del galpón, mezclándose con los primeros golpes secos contra los sacos de boxeo. El sonido rítmico de las sogas de saltar al rozar el suelo se sumó al compás, creando una sinfonía de movimiento y esfuerzo. 

Elizabeth de pronto se sintió impulsada por la energía del lugar mientras se preparaba para liderar la sesión de entrenamiento con determinación y pasión. A pesar de ello, el malestar seguía haciendo estragos en su estómago revuelto. Las ganas de vomitar incrementaron cuando lo vio entrar a lo lejos. 

Fabrizio, con pantalones deportivos, zapatillas y una remera negra que abrazaba sus músculos, caminó con seguridad hasta el cuadrilátero. Dejó caer al suelo el bolso de lona y se concentró en calentar.

No cruzó ni una mirada con ella. Para Elizabeth, eso fue un alivio. No quería caer en la tentación de acercarse a él y darle lo que se merecía por ser un imbécil. Un idiota fácil de manipular por otra mujer hasta el punto de no defenderla cuando fue tratada como basura.

La conciencia le susurraba que no estaba siendo justa. No sabía qué relación les unía a Giovanni y Fabrizio con esa mujer. Quizás esa miserable arpía era más importante que ella, pero aún así, hubiera sido agradable que al menos, por respeto, ya que estaban juntos en una habitación jugando, la defendieran.

Uriel no le había avisado de la presencia de King la noche anterior. No estaba segura de si se habían puesto en contacto para que él apareciera por la mañana en su turno cuando era claro que ninguno de los dos se tenían que cruzar, pero no iría hasta Fabrizio en busca de respuestas.

Subió un poco más el volumen y eso agradó a los hombres. La música retumbaba con más fuerza, estimulando los ánimos y las energías de todos. Algunos de ellos comenzaron a moverse al ritmo, improvisando pasos de baile que arrancaban risas de los presentes. Ella misma sonrió ante la escena, disfrutando del ambiente antes de centrarse en su preparación.

Se alejó del altavoz y se plantó frente a uno de los sacos de boxeo, su lugar de concentración y desahogo. Con meticulosidad, se colocó los guantes, ajustándolos con firmeza sobre sus manos. Inhaló profundamente, sintiendo el calor del ambiente impregnar su piel mientras observaba la bolsa con determinación.

Antes de comenzar, dio un par de saltos, agitando sus músculos para despertarlos y prepararlos para la actividad intensa que se avecinaba. Movió los hombros en círculos, flexionó las piernas, y estiró los brazos.

Finalmente, cuando sintió que estaba lista, lanzó una serie de golpes precisos y controlados contra la bolsa. Con cada impacto, el saco oscilaba y crujía, respondiendo a la fuerza y destreza de sus movimientos. El sonido de sus puños contra el cuero llenaba la habitación.

Necesitaba liberar su mente de las pesadillas que la habían atormentado durante toda la noche. Desde el momento en que despertó sobresaltada, desorientada y con el cuerpo empapado en sudor, supo que sería una tarea imposible conciliar el sueño.

Juegos de azar [+18]Where stories live. Discover now