21 de marzo de 2020

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La alarma de Julia sonó a las ocho de la mañana y, aunque necesitaba de una fuerza que no tenía para mantener sus párpados abiertos, salió de la cama y se sacó el pijama. Era complicado pensar qué cosa podía molestarle menos a Octavio, si tener que encontrarse con su presencia o tener una marmota durmiendo por horas en su departamento. Hacía mucho tiempo que había dejado de querer complacerlo para ganarse su simpatía—quizás el mismo día en el que él la llevó a su casa en completo silencio después de un asado, siendo la radio su única distracción en los veinte minutos que había durado el trayecto—pero la idea de ser un inconveniente en su casa era algo que Julia no podía permitirse. Podía estar desinteresada sin dejar los modales de lado.

Habían pasado catorce horas desde que ella había llegado al departamento y, aparte de la nota que ella había encontrado, la única evidencia de que Octavio estaba viviendo bajo el mismo techo que ella era el constante ruido del teclado que venía de su habitación y los ocasionales pasos que lo llevaban hasta la cocina. La habitación de huéspedes tenía un baño en suite, por lo cual tampoco había sido necesario cruzárselo a la hora de lavarse los dientes. Julia había esperado encontrarlo a la hora de la cena—ella se había encargado de llenar la heladera con lo poco que había podido encontrar en el supermercado y estaba dispuesta a cocinar algo para demostrarle su gratitud—pero a las diez de la noche había tenido que reconocer que seguramente eso no iba a pasar por el momento. Todavía estaba a tiempo de agradecerle con un desayuno, pensó mientras salía de su cuarto.

La cocina siempre había sido su fuerte y su escapatoria. Cuando estaba triste, cuando necesitaba solucionar un problema, cuando necesitaba ignorar algo que la preocupaba, la cocina había estado ahí. Facundo nunca había perdido la oportunidad de alardear frente a sus amigos el hecho de que su novia hacía con gusto lo que otras no podían hacer ni protestando. Ella se había aferrado a esa concepción de sí misma con fuerza, se podría decir incluso que con terquedad. La vida era demasiado incierta y nada era para siempre—Ángeles le había enseñado eso—y Julia no iba a desperdiciar la oportunidad de tener algo que sentía inamovible, eterno, seguro. Podían desatarse todas las tragedias, podían irse todos sus amores, pero mientras ella tuviera en la mano una sartén, iba a poder ser Julia.

— ¿Dormiste bien?

Octavio estaba parado frente a la cafetera, que parecía tenerlo muy concentrado. A Julia le sorprendió que ni siquiera se diera vuelta al escucharla llegar, él nunca se había dado el lujo de ignorarla con tanta claridad. Perfecto, pensó antes de responder, por lo menos podemos dejar la cordialidad de lado.

— Sí, muchas gracias.

Para no pararse a tres centímetros de él—una precaución que con Octavio ella hubiese tomado incluso lejos del panorama pandémico actual—Julia se sentó en una de las banquetas y esperó a que él terminara de servirse café.

— Tengo una videoconferencia, — explicó antes de darse vuelta para buscar una taza. Eso explicaba la extraña combinación de camisa y corbata con short de Rosario Central. — pero más tarde si necesitás ayuda con algo me avisás.

— Gracias, por ahora creo que estoy bien.

— Vos decime, no tengo problema en llamar al consulado o a las aerolíneas a ver si te pueden conseguir un pasaje para volverte cuanto antes.

— Gracias.

Fue lo único que su vergüenza le permitió contestar. Por un segundo, apenas él hizo el ofrecimiento, ella había pensado que solo estaba cansado, pero que más tarde iban a poder tener una buena conversación, quizás incluso llegar al fondo de por qué parecían repelerse con furia, y ella iba a encontrar en él un poco del apoyo que en ese país tanto le faltaba. Pero no, él tan sólo quería asegurarse de que ella no se sintiera cómoda en su ya existente incomodidad. Lo único que quería era dejar de sentirse una carga, para el mundo en general pero especialmente para Octavio. Sin embargo, había entendido que su orgullo no tenía un lugar por donde manifestarse. Agarrar su valija e irse era imposible.

Hasta que el fin nos separeOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz