28 de marzo de 2020

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Era sábado. Ustedes pueden decir que eso no cambiaba en nada, pero la realidad era que sí. Para empezar, Octavio no tenía nada que hacer, por lo cual los quince minutos diarios que Julia tenía con él, ahora se habían convertido en horas. Podrían haberse quedado en su cuarto, pero la soledad era demasiado abrumadora. Uno diría incluso que se podía sentir, que te abrazaba mientras caminabas y no te permitía respirar. Ellos se sentían demasiado solos como para aislarse más. Y en el medio del dolor, se encontraban, con la cola entre las patas y los hombros caídos, cansados de pelear.

Habían visto una película, cocinado una torta y leído dos libros diferentes, cada uno desde su punta del sillón. Para las seis de la tarde, la posibilidad de un fin de semana que no llegaría nunca se había instalado entre ellos con una obviedad que rozaba lo obsceno. Julia no quería reconocer que la angustia estaba empezando a apoderarse de ella, sobre todo porque estaba segura de que Octavio no estaba pasándola tan mal. Fue por eso que se sorprendió sobremanera cuando él se acercó a la heladera y sacó dos cervezas que puso sobre la mesa.

— Si no empiezo a tomar, voy a volverme loco.

— ¿La estás pasando mal?

— Todos la estamos pasando mal, Julia.

— Sí. Qué se yo, pensé que esto te iba a afectar menos a vos.

— Ah, cuál es el pensamiento con el que vas a atacarme hoy, a ver — dijo él, riéndose.

— No, mejor no digo nada.

— Julia, dale.

— No, de verdad.

— Bueno. Como puedo adivinar un poco lo que ibas a decir, te voy a aclarar que aunque me consideres un hijo de puta y un desalmado, tengo miedo como cualquier otra persona.

— Nunca dije que fueras desalmado.

— ¿Hijo de puta sí?

— Nunca abiertamente.

Él volvió a reírse y le tiró un almohadón a ella, que lo atajó antes de que se le cayera en la cara.

— ¿Por qué tenés miedo? Tu trabajo no peligra, — preguntó Julia.

— Todos los trabajos peligran. Pero no, no es eso lo que me asusta. Me asustan otras cosas. No sé, todo es mucho más difícil cuando estás viviendo en otro país. No es que quiera minimizar tu problema ahora, porque vos la estás pasando mal también, pero este sentimiento que yo tengo ahora es recurrente. Siempre me estoy planteando por qué estoy acá, qué clase de beneficio estoy sacando de vivir tan lejos de la gente que quiero.

— Y de la cancha de Central.

— Vos te reís, pero sí.

— ¿Volverías?

— Siempre volvería, y a la vez creo que no volvería nunca. No sé, quizás no se note mucho, porque ahora soy un ermitaño, pero yo necesito la vida que tengo acá, que no puedo conseguir si vuelvo para Rosario. Ni siquiera es que me guste Londres puntualmente, pero me gusta saber que estoy de paso, que no sé qué va a ser de mi vida en algunos años. Vivir en Rosario hace que todo parezca predecible, a mí eso me mataba.

— Es loco que digas eso, porque justo es lo que estaba pensando. Cuando estaba con Facundo, tenía un proyecto en puerta. Iba a tener mi familia con él, y eso iba a hacer que mi vida siempre tuviera algo interesante por delante.

— ¿Y ahora?

— Voy a sonar exagerada, pero siento que estoy esperando la muerte.

— Sí, tenés razón.

— ¿A vos también te pasa?

— No, digo que sonaste exagerada. No te vas a morir, Julia.

— No, ya sé, pero siento que no hay ningún horizonte adelante mío.

— Mirá, si ese chico te dejó y se llevó todo tu futuro, entonces estabas perfilándote para un futuro horrible.

— Es lo que me dice mi mamá.

— ¿Cómo fue que te cagó?

— No lo logró en realidad.

— No me extraña, era más boludo.

— Nunca me va a dejar de causar gracia que le digas así.

— Bueno, ese puede ser el tema en común que tengamos para no matarnos. Seguí.

— Qué se yo, fue raro. Nosotros veníamos ahorrando hacía años y teníamos una cuenta en común. Y encontré las bases y condiciones del banco de la cuenta en conjunto, y subrayado todos los incisos donde explicaba cómo podía hacer para sacar plata de ahí sin preguntarme a mí. Creo que no quiso esconder los papeles, sólo se olvidó que estaban ahí. Después encontré el resto del chamuyo cuando me puse a revisar su historial de la computadora. Ya sé que no está bien hacer eso, pero creéme que en el momento de desesperación fue lo único que se me ocurrió.

— Boluda, te estaba cagando guita. No es lo mismo que ver si tiene Tinder bajado en el celular. Está perfecto lo que hiciste.

— Sí, bueno, él no opina lo mismo.

— Lo que opine él debería chuparte un huevo.

— Es tan difícil.

— Escuchame, no pienses más en Facundo. Ya sé, solución facilista, pero posta. No lo hagas. Pum, curada.

— ¿Y en qué pienso?

— No sé, miremos otra película. ¿A vos no te gustaba Actually Love?

— Sí, ¿cómo sabés? ¿Es otra cosa que te conté que no recuerdo?

— No, quedate tranquila. Ángeles me la hacía ver siempre y me contaba que a vos también te gustaba.

Julia no quiso reconocer—pero tuvo que hacerlo, porque lejos del smog y el ruido, había aprendido a ser más ella que nunca—que una parte suya se había sentido decepcionada al recordar que entre ella y Octavio no había un pasado en común, una complicidad hasta entonces ignorada.

Era sábado y se sentía. La gente los sábados es más feliz y Julia se sentía a gusto en ese sillón de tres cuerpos mirando una película en la cual la vida parecía ser tan buena como siempre había sido. Y, si íbamos a ponernos a ser honestos, para su sorpresa ella era particularmente feliz por estar cerca de Octavio. 

Hasta que el fin nos separeWhere stories live. Discover now