𝑪𝒖𝒂𝒕𝒓𝒐

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El sol había salido. La cálida luz entraba por la ventana del Omega pelirrojo.

Ya era de día, el último día. Ya se cumplían seis meses.

Se levantó corriendo, rezando que todo el esfuerzo y cariño que  puso tuviera algún resultado.

Sin siquiera vestirse o calzarse salió de la casa yendo al huerto. No pudo evitar decepcionarse consigo mismo, no pudo evitar llorar, no pudo evitar sentirse idiota. Todo lo que había hecho no valió de nada, no creció la flor.

La anciana salió de la casa, acompañada de su nuevo bastón para caminar. Se acercó a su nieto, triste por él. Ella había sido testigo como en los días de mucho calor se preocupaba de mantener bien hidratada la semilla, y en los días de tormenta proteger la semilla con su cuerpo para que no se ahogara.

Acarició la cabeza de su nieto, ella sabía que le había puesto mucho empeño y amor.

— ¿Q-Qué hice mal abuela? ¿La cuidé mal? — Preguntó levantándose de la tierra del huerto con su pijama manchado. Ayudando a su abuelita a salir de ahí y sentarla en la mecedora, la rutina de todos los días.

— No hiciste nada mal, has cuidado esa semilla muy bien. Le has puesto amor y empeño. Estoy orgullosa de tí y si el príncipe viese todo lo que hiciste seguro se casaría contigo. — Dijo sonriéndole al pelirrojo, que la abrazaba por las piernas al estar sentada. — ¿Por qué no vas hoy a palacio?

— Abuelita la flor no creció...

— No importa, tengo entendido de que os pedirá contarle cómo la habéis cuidado. Cuéntale todo, se te ve en la cara que no eres mentiroso.

— ¿D-De verdad? — Dijo mirándola, seguramente la Omega tenía razón. Su abuela siempre tiene razón.

La anciana asintió besando su frente.

— Prepárate, en un rato tienes que ir. — Le mostró a su nieto la sonrisa más grande que tenía.

Aquello alegró un poco al menor. Asintió y cogió algo de ropa de su armario y salió fuera. Detrás de la casa había una tina de agua y se duchaba de la forma tradicional, con agua fría. Su abuela tenía una casa antigua y no se lo iba a discutir.

Se metió dentro de la tina y un escalofrío surgió en su espalda al sentir el agua helada en su cuerpo.

Mientras frotaba su cuerpo con la pastilla de jabón pensaba. Quería ir al palacio, le contaría como cuidó de la semilla y vería al príncipe una última vez antes de irse con el Alfa que le buscó su abuela.

Suspiró y salió de la tina secándose con una tela, se vistió y le hizo algo de desayunar a su abuelita mientras el pelo aún le goteaba, por el camino se secaría.

— Mucha suerte cielo. — La anciana le sonrió besando su mejilla cuándo el menor le dejó el desayuno en la mesa.

— Gracias. — El menor suspiró intentando relajarse.

Salió de la casa y caminó tranquilo por el sendero que le llevaba a palacio.

Su pelo se secó notándolo algo húmedo. Notaba las miradas sobre su cabello. Su color sí que es extraño, nadie tiene un rojo tan brillante como el suyo.

Cuándo se dió cuenta ya estaba en la sala del trono. Siendo el blanco de burlas.

Todos los Omegas ahí presentes tenían una flor en una macetita: los colores, las formas y los tamaños variaban.

Se sentía mal, llevaba toda su vida en la jardinería y Omegas que seguramente no hicieron nada lograron hacer crecer una flor. No entendía nada, pero debía dar la cara.

El príncipe no tardó en salir. El Omega se sentía avergonzado, pero haría lo que le dijo su abuelita y le contaría todo lo que hizo.

Él era el último. El príncipe escuchaba cada historia, como cuidaban de la flor y la enseñaban. Oía cosas cómo: “Solo bastaba con regarla”, “Cambiarle el abono cada cierto tiempo”. Ahora el Omega estaba más confuso, él hizo todo eso y aún así no creció nada.

El príncipe se notaba serio todo el rato, eso hasta que llegó junto al Omega pelirrojo. Sonrió al verlo, haciendo que el corazón del nombrado se acelerara y el rubor en sus mejillas estuviera presente.

— Explícame cómo cuidaste tu semilla. — Dijo sin borrar la sonrisa. El Omega tenía que mirar hacia arriba para poder verlo. El príncipe era muy alto y él, aunque no le gustaba admitirlo, era algo bajito.

— B-Bueno... Me aseguré de regarla lo suficiente todos los días, le cambiaba el abono cuándo lo necesitaba. La tenía bien hidratada en los días de calor y en los días de tormenta la protegía... Siento no haber traído nada, pero es que no creció. — Dijo mirando hacia el suelo apenado, notaba las risas del resto de Omegas.

El príncipe apoyó su mano en el hombro del pelirrojo y le susurró un “Gracias por ser sincero”.

Volvió a su sitio, frente a todos. Estaba listo para informar quién sería su pareja.

Hongjoong quería irse pero aguantaría hasta el final, simplemente por verlo más tiempo.

— Quisiera dar las gracias por haber venido hoy. Sé quién se casará conmigo. — Hongjoong escuchaba atentamente, estaba preparándose para llorar. Amaba a ese Alfa y le dolería verlo con otro, pero es lo que había.

El príncipe se acercó a Hongjoong, tomando a su mano con una sonrisa.

— Este Omega se casará conmigo. — Anunció con una sonrisa. Todos estaban muy sorprendidos.

Los Omegas que se habían presentado estaban enfadados, él no había traído flor.

— C-Creo que se equivocó... Y-Yo no traje flor. — Dijo el pelirrojo observando su mano entrelazada con la del príncipe, sentía que el corazón le iba a salir del pecho.

El príncipe lo llevó con él, delante de todos.

— Todas las semillas que entregué, eran estériles. Es decir, que no podían crecer. — Nadie se esperaba eso. Aunque para Hongjoong ahora sí tenía sentido de que no creciera su flor — Dije, que quién me trajera la flor más hermosa se casaría conmigo. Y este Omega lo hizo, la flor más hermosa es la sinceridad y la honestidad. Él fue el único que no compró una flor, porque es imposible que os haya crecido nada.

Todos esos Omegas ardían en rabia. Esa era la verdad, a nadie le había crecido algo pero compraron flores para que pareciera que sí. El único que dijo la verdad, fue el pelirrojo.

— Gracias por venir, pero ya tengo a mi Omega.

“Mi Omega”, aquellas palabras se repetían en la cabeza de Hongjoong una y otra vez. ¿Ahora el príncipe era su Alfa? No podía ser más feliz.

花FLOWER ⟨Minjoong⟩Kde žijí příběhy. Začni objevovat