Karma

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Su alma se volvió negra. El suicidio de su hermana Patricia le perturbaba. Manuel Se entregó a la bebida y, lejos de ahogar sus problemas, estos se acrecentaban. La muerte de la joven le afectó. No solo a él, sino también a su familia. No importaba que pasara, la dama, siempre regalaba su sonrisa y calidez humana a todos. Siempre saludaba a los vecinos y transmitía paz. Manuel ya no sentía nada de eso y decidió vengarla.

Con paso firme, Manuel atravesaba el sendero de la propiedad del señor Flint. Sus pensamientos no apartaban la idea de vengar el suicido de su hermana. Llegó a la casa del responsable y llamó a la puerta. El señor Flint, ni miedoso ni perezoso, salió a enfrentar a Manuel a quien consideraba un cobarde. Con arrogancia y aire de superioridad increpó al joven. Él le insultó y sacó un arma.

—¡Esto es por Patricia!

—Esperá —dijo alzando las manos como si intentase cubrirse el pecho— no le dispararás a un hombre desarmado, ¿cierto? No hay honor en eso.

—Perdiste el derecho de hablar del honor, cuando rompiste el compromiso con mi hermana —. Alzó la voz en la última palabra.

—No quise lastimarla, pero no sentía nada por ella, si me casaba iba a ser infeliz.

—Éramos felices hasta que destruiste a la familia.

Manuel jaló del gatillo y la bala se dirigió directo a la cabeza. El señor Flint cayó al suelo. Su asesino, a diez metros de distancia, efectuó otro disparo para suicidarse. Un cuervo graznó. La noche descendió cubriendo a los dos hombres. Fue entonces cuando el señor Flint se despertó. Tardó unos segundos en orientarse; notó sangre en la cabeza y acudió en busca de un doctor. Las lámparas a gas iluminaban las calles casi desiertas. Todavía en shock, el doctor le dijo que la bala había rozado la cabeza y volvió a desmayarse.

Vivió con aquel recuerdo presente en la memoria por mucho tiempo. Finalmente, pasaron veinte años y, las pesadillas, tanto del suicidio de su ex prometida como el de su hermano, habían desaparecido y daba gracias por estar vivo.

Con el envejecimiento, se dedicó a la jardinería. Un buen día estaba haciendo trabajaos en su propiedad y un árbol le estorbaba para lo que estaba diseñando, entonces, como era común en su época, colocó dinamita para destrozarlo desde la raíz. Hubo una explosión. El señor Flint cayó muerto por la bala que veinte años atrás le rozó la cabeza y se incrustó en lo profundo del árbol.

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