El Suplente

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Él sabía. Lo sabía desde el principio. El problema era que no tenía muy claro cuándo comenzó todo. No sabía si fue la primera vez que la tuvo más cerca de lo normal, o cuando la tuvo entre sus brazos unos segundos más de lo esperado, o aquella noche que casi sin querer se dieron calor bajo las sábanas. Lo cierto es que sabía. Entendía esas miradas, esos silencios, esos momentos incómodos donde ninguno de los dos emitía sonido alguno, mientras que sus almas gritaban todo. La quería, mucho, más de lo que hubiese elegido si hubiera tenido la oportunidad de hacerlo. Ella a él también lo quería. Le daba amor, seguridad, confianza, fuerzas para apagar sus incendios. El problema era esa mirada que decía "no todavía". "Quiero, pero no todavía". Él lo entendía claramente. Ya había visto ese gesto en su rostro tantas veces. Tantas veces había estado a punto de confesarle su amor, pero en sus ojos había una batalla campal de vida o muerte: por un lado, la amistad y el cariño sincero. Por el otro, el magnetismo y la atracción, esas ganas irrefrenables de abalanzarse el uno sobre el otro sin más demora... Los dos lo sentían, eso era claro. Ella lo administraba a la perfección, acercándose lo suficiente para rozar el límite del deseo. Él, sin embargo, ya no podía sostenerlo más. ¿Cómo calmar ese fuego que llenaba su corazón cada vez que la tenía cerca? Si al fin y al cabo se daban todo, y se hacían felices el uno al otro. No, todavía no. Tenía que hacer algo o se volvería loco.

Una noche decidió enfrentar sus peores miedos y decirle lo que de verdad sentía. Estaba cansado de ser el segundo, no le gustaba el banco de suplentes, sabiendo que tenía todo para ser titular. Había sido él quien, luego de cada relación fallida, estuvo a su lado intentando consolarla. Había sido también él quien le había advertido que nada bueno podría salir de relaciones efímeras nacidas en noches de excesos. No, había tenido suficiente. La había visto sufrir demasiado por hombres que no la cuidaron como ella lo merecía y, a su vez, sentía que ella lo miraba de un modo diferente que al resto de sus amigos. Tenía que intentarlo, no tenía ni la menor duda de que podía hacerla verdaderamente feliz. Tenía que hacerlo, tenía que decírselo.

Salió de su casa y caminó por las frías calles de una ciudad adormecida en las altas horas de la noche. El frío a esa hora normalmente le hubiera calado los huesos, aunque esa noche solo sentía una cosa: el calor ardiente de la adrenalina pura. Llegó a su casa, se paró frente a la puerta, respiró hondo, dio cuatro golpes rítmicos y aguardó. Ella conocía ese toque, era la forma que tenían de reconocerse. Pasaron algunos segundos que en su mente fueron años. Ella abrió la puerta algo dubitativa y lo miró sonriendo. Él la miró como quien ve oro puro por vez primera...

Lo que hablaron esa noche solo lo saben ellos dos. El destino los juntó por una razón. Algunos dicen que juntos lograron convencerse de que la vida los había hecho amigos y así debería ser. Otros aseguran que fue el comienzo de una larga historia de amor; mientras que algunos aseguran que simplemente lo dejaron así, como siempre había sido, pero que esa noche en la que la ciudad se congelaba, ardió entre ellos una llama que jamás se apagaría; pues su amistad ya era algo más que simple compañía y sólo cedieron a sus más bajos instintos. Lo cierto es que la decisión final que tomaron es un misterio que tanto ustedes como yo, por ahora, tendremos que imaginar...

De Amor y Otras Yerbas...Where stories live. Discover now