Capítulo 7.

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Me olvido del ardor cuando me llama por mi nombre.

A cada paso que da, puedo escuchar y sentir sus profundas respiraciones; el aire que exhala hace una leve caricia en mi pecho. Y para mi fortuna o desgracia me embriaga su olor varonil.

Su toque pasa desapercibido hasta que sus dedos parecen resbalarse en la longitud de mi pierna para sujetarme de una forma más firme.

La rodilla me cosquillea y me trae de nuevo a la realidad.

—Puedo caminar—con el dorso de mi mano libre seco mis lágrimas.

—Debería de tener más cuidado—dice en un tono frío, haciendo caso omiso a mis palabras.

No le respondo.

El enojo que se había esfumado hacia él enseguida incrementa. Me gustaría exponerle muchísimas cosas que estoy pensando y tener el valor de olvidar por un momento la autoridad que él ejerce aquí.

Hago una mueca cuando intento cerrar la palma de mi mano.

—Mierda—masculla y se detiene en seco. Me sorprendo por su expresión, y por lo persuasivo que puede ser ante una situación—disculpe por eso.

Alzo la vista y veo que la enfermería está cerrada.

—Se me ha dormido la pierna—le anuncio.

Por primera vez en la noche hacemos un contacto visual duradero, su mirada es muy escrutadora, evade mis ojos para centrarse en distintas zonas de mi rostro. Trago saliva, eso me incomoda de mil maneras.

«¿Por qué te importa?»

Abruptamente aparta la vista y con delicadeza se inclina para que mis pies puedan tocar el piso.

—Sígame—gira sobre su eje y me da la espalda para iniciar a caminar.

Al dar un paso, siento como mi piel se estira, arde, pero es soportable.

—¿A dónde? —me atrevo a preguntar.

Él parece dudar sobre qué decir.

—Tengo un botiquín en mi oficina. Vaya al salón veinticuatro, iré en un momento.

A medida que se alarga la distancia, me va costando caminar.

A estas horas el edificio de Humanidades está completamente solo y se debe a que los horarios no exceden a más de la ocho de la noche, a menos de que tomes un taller vespertino. Así que no me preocupo por que semblante poner ante la presencia de alguien que me vea sangrando.

Camino un poco más para llegar a la entrada exclusiva para profesores y tener que evadir las escaleras del auditorio.  Afortunadamente la puerta está abierta.

Cuando entro, lo primero que hago es dirigirme a la primera fila para tomar asiento. Me observo las heridas. Mi pantalón de mezclilla se ha roto, puedo ver claramente la sangre y la suciedad de mi rodilla, también se ha manchado levemente con un par de gotas de sangre.

Sin nada mejor en que centrar mi atención observo la pizarra, en el extremo derecho está escrito "Derecho Administrativo". Una parte de mí se niega a culpar al profesor, pero la otra lo culpa de todo lo malo que ha pasado en mi día.

Por segunda vez en la noche lloro, esta vez lo siento más liberador y más privado.

El rechinido de la puerta hace eco en el auditorio y rápidamente limpio mis lágrimas.

El profesor entra con un botiquín en la mano izquierda, lo deja en su escritorio y procede a sacar algunas cosas el sin dirigirme una mirada.

—¿Tiene auto? —cuestiona mientras saca un frasco con algodones sumergidos en lo que deduzco como alcohol junto con otras cosas que no puedo diferenciar.

AFRAIDWhere stories live. Discover now