Aún por las noches, en la soledad de mi departamento suelo recordar los momentos que viví con el. La forma en la que besaba mis labios, el suave roce de sus manos sobre mi inexperto cuerpo y como al tacto de cada caricia el me hacía jadear de placer...
Intenté controlar lo más que pude mi respiración. Mi corazón se encontraba muy acelerado, parecía que un martillo hidráulico estaba dentro de mi pecho, un suave cosquilleo me recorría por todo el cuerpo. Tomé otra bocanada de aire mientras lograba tranquilizarme. El orgasmo había sido... increíble. No podía encontrar las palabras adecuadas para describir lo que había sido eso. Necesitaba acomodar mis ideas, mi cabeza se encontraba aturdida. Poco a poco me fui calmando. Mi pulso comenzó a recuperarse y una nube de confusión, tristeza, enojo y placer se fue apoderando de mi. Abrí los ojos. Lo primero que logré distinguir fue el techo de mi habitación. Observé cada una de las paredes de aquella estancia, todo parecía distinto, yo me sentía distinto. Estaba molesto, excitado y muy confuso. Mi cuerpo volvió a estremecerse de solo volver a recordar los instantes que acababa de vivir. Ella entre mis brazos, su boca entre mis labios, el sabor de su piel, una mezcla de pasión y miedo. Estaba excitado de solo pensarlo. Fue entonces que la puerta de mi baño se abrió, y ahí estaba ella, intentando alizar la ropa que se había puesto de prisa sus ojos estaban rojos, sabía que había llorado pero no me importo. La dejé ir.
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Siete años después
En mi cabeza no cambia la razón del porque mi padre había invitado a la fiesta de aniversario de la empresa a la hija de la mujer que nos había traicionado.
No podía ocultar mi enfado y confusión, al dejar de observar la hermosa vista que se apreciaba desde el despacho cuando volví a mirar a mi padre. Estaba disfrutando la magnífica vista que la ciudad de Monterrey me regalaba cuando mi padre anuncio que Roberta vendría a su fiesta.
-He invitado a Cristóbal -agrego Marcelo-. Era obvio que Roberta vendría.
-Puedo prometer que eso no es verdad. Cristóbal es hijo de uno de tus mayores inversionistas y tú mejor amigo. Hace unos años que no lo he visto pero de Roberta no recuerdo casi nada -afirme regresando la vista al ventanal con gran frustración porque sabía muy bien que eso no era verdad-. La vi hace unos seis o siete años cuando regrese a casa antes de graduarme. Esa fue la primera y última vez que la vi.
Enseguida la imagen de Roberta entre mis brazos apareció en mi mente, toda ella, jadeante y dispuesta. Cómo era de esperarse mi cuerpo reaccionó a tales recuerdos. ¿Cómo podía seguir afectándome, después de muchos años, alguien con quien solo había estado una noche?
Lo único cierto es que Roberta me afectaba en sobremanera. Algunos nueve años atrás habría jurado que ella sería la mujer perfecta.
-Roberta no ha vuelto por aquí desde aquel día en el que su madre decidió irse y dejarla a su suerte -continuo Marcelo, un poco afligido-. A pesar de lo que su madre hizo ella nunca tubo la culpa y sigo teniéndole afecto. Guillermo me hizo ciertos comentarios acerca de ambos. Espero escuchar buenas noticias de parte de Cristóbal.
-¿Cuáles serían esas buenas noticias? -pregunte con sarcasmo.
-Que Cristóbal se ponga los pantalones y por fin le pida matrimonio a Roberta. No te hagas el sorprendido. Se bien que has escuchado por boca del mismo Guillermo que desde que se conocieron en la universidad se han seguido viendo, es más cuando Cristóbal fue hacerse cargo de la sucursal de Nuevo Imperio en la Ciudad de México la visitaba constantemente. El mismo se ha dado cuenta que su hijo siente algo por Roberta y puede que sea mutuo ya que ella acepto la invitación. Al menos el viejo Guillermo por fin tendrá nietos de los cuales alardear. Lo que me lleva a ¿Cuánto tiempo más piensas esperar para hacerme abuelo?
