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   Olisqueó el aire una vez más y movió sus orejitas intentando localizar la voz de la joven, pero solo escuchaba los pitidos de las carrozas de acero y el bullicio de la gente. Encontrarla le resultada, hasta cierto punto, doloroso.

   Había cruzado el pozo con la intención de llevarse a esa chiquilla a rastras a su época, llevaba exactamente tres horas de retraso y no pensaba esperarla un solo minuto más. No contaba con que la colegiala se hubiera ido de compras, según su madre. Le ofreció quedarse a esperarla, inclusive puso carne en el asador para hacer más amena la espera. Pero no, eso solo era una estrategia para mantenerlo tranquilo mientras que la chica se iba de paseo por toda la ciudad. Bueno, tal vez estaba exagerando, pero estaba seguro de que Kagome no estaba cerca, de lo contrario su aroma sería más fresco, en cambio se extinguía otro poco con cada segundo que pasaba.

   Pegó su nariz a la calle al percibir el olor a cuero de sus zapatos, intentó aislar su aroma del resto de las personas, una tarea realmente difícil. Usó su as bajo la manga al inhalar con un poco más de fuerza, dando con el blanco: Una hembra en celo había pasado por ese lugar hace menos de una hora. Sonrió con suficiencia, finalmente el rastro se volvía más nítido.

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—Tengo problemas con un perro en casa —había susurrado para ella misma mientras dejaba caer su cabeza sobre el pupitre.

    No contaba con que sus amigas la escucharan y malinterpretaran todo. Claro que si hubiera aclarado la situación no habrían dejado de interrogarla y no estaba de humor para andar diciendo el por qué trataba de perro a Inuyasha, un apodo que usaba en secreto para referirse a él cuando estaba de muy mal humor. Probablemente ellas creerían que el apodo se debía a la posición sexual y no a la raza del hanyou, de ser así entonces no la dejarían en paz hasta que les contase con lujo de detalles algo que, claramente, no pasó.

   Al parecer habían entendido que ella tenía una nueva mascota, un perro para ser exactos. Y trataron de convencerla de visitar un local a las afueras de la ciudad que vendía kits para perros o gatos a muy buen precio, tenía una amplia gama de desparasitantes y alimentos. La acompañaron a la estación de tren y no pararon hasta verla pagar un boleto de ida y vuelta.

    Suspiró. ¿Qué más daba? No tenía nada que perder. Tal vez podía aprovechar para comprarle un nuevo plato a Buyo, el suyo tenía demasiadas manchas de óxido y los dibujos de patitas ya no se notaban.

    Finalmente entró en aquella pequeña y casi escondida tienda. Tenía puertas verdes y una apariencia bastante descuidada, de no ser por el enorme cartel que decía "Estamos guau-biertos" jamás se habría imaginado que estaba en el lugar correcto. Miró en todas las direcciones, aún estaba a tiempo de arrepentirse, pero una mujer dentro le hizo señas invitándola a pasar. Apretó los puños y se adentró al lugar.

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    Tuvo que atravesar caminos de roca llenos de carrozas de acero que no paraban de hacer ruido para que se alejara. ¿Quiénes se creían?

   En un momento vio una carroza que destacaba de entre las demás por sus colores y el cartel que decía "taxi" le indicó que esa sería su salvación. Una vez había visto a la madre de Kagome tomar uno igualito para ir al hospital por una revisión. Dentro había dos hombres, uno al frente y el otro detrás. Pero donde cabían dos, cabían tres, ¿No? Esperó a que se acercara lo suficiente y saltó al techo de aquel extraño transporte. Se acomodó y dejó que la brisa diera de lleno en su rostro.

𝑈𝑛𝑎 𝑎𝑣𝑒𝑛𝑡𝑢𝑟𝑎 𝑑𝑒... ¿𝑷𝒆𝒓𝒓𝒐𝒔?Where stories live. Discover now