Perspectiva

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      Tan pronto dobló esa esquina se dispuso a correr, sin mirar a ningún lado en especial mientras seguía su instinto, su olfato se encargaría de llevarlo directo a la libertad. Lejos de ella y de su aroma, lejos de todos. Donde no hubiera ningún cristal o metal resplandeciente que le recordara su penosa condición, donde el crepitar de sus garras contra el asfalto dejara de escucharse y hacerlo consciente de todo por lo que estaba pasando. Kagome también estaba en la misma condición, podría decirse que peor, pero ese ya no era su problema… ella quería estar sola, pues bien, que se quedara sola y se las arreglara. Bien podría venir suplicando ayuda y él no correría a socorrerla…

    Al menos esperaba que no.

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     Se removió en sueños y trató de cubrir su rostro con su afelpada cola. El viento helado removía su pelo y la hacía tiritar levemente a la vez que plegaba sus orejas para protegerlas de la ráfaga de aire. Abrió los ojos de golpe al escuchar un trueno, se irguió con tal rapidez —y miedo— que se golpeó la cabeza con un pequeño techo. El dolor en su garganta de tanto quejarse y la opresión en el pecho le recordaron que había estado llorando hace un par de horas antes de quedarse dormida. Alzó la mirada y comprobó que seguía dentro de la andrajosa caja, ahora un poco más arrugada que antes. Recordó que había arrastrado la caja de cartón al fondo del callejón para protegerse del viento y de las miradas curiosas, entonces se dispuso a llorar de tristeza y humillación. Tristeza por las horribles palabras que Inuyasha le había dedicado, la intención oculta detrás de ellas y el poco tacto con el que las había soltado. Humillación por tener que dormir en aquel oscuro, húmedo y repugnante callejón, sola y con frío, con hambre.

—Apesta.

     Apestaba la situación, apestaba ella y apestaba el lugar. Lleno de pañales, comida rancia, verduras podridas y chatarra oxidada, cosas que ni siquiera quería oler pero no podía evitar hacerlo. Su estómago volvió a rugir como llevaba haciéndolo durante el par de horas en que estuvo dormida y se sintió débil, perdía fuerzas y su humor no mejoraba. Necesitaba comer y beber algo… algo que no fuera basura o agua estancada.

     Otro trueno resonó en el ambiente como si enormes rocas de concreto fueran esparcidas sin piedad sobre la corteza terrestre, como si el cielo fuera a caerse en cualquier momento. Una ráfaga de viento logró llegar hasta ella, aún al fondo del desolado pasillo, y removió su abundante cabellera azabache. Miró el cielo, dentro de poco llovería y estaba segura de que no sería una simple llovizna.

—Extraño mi casa… —musitó y volvió a meterse en su improvisado refugio mientras miraba con tristeza cómo la tormenta se desataba.

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     Sacaba su cabeza del arroyo, llenaba sus pulmones de aire y volvía a sumergir su alargado hocico —provisto de fieros y afilados colmillos— mordiendo el agua cada vez con mayor fuerza y desesperación, maldiciéndose a cada minuto por encontrarse en esa puta situación. Por ser un perro común y corriente, por haber dejado sus poderes atrás, por dejarse engañar por una estúpida bruja… Por abrir su maldita boca. No importaba cuántas veces Kagome lo sentara o lo regañara, nunca aprendía. Un pequeño detalle —pero gran defecto— que ella no había logrado corregir hasta el momento.

     Su mente evocó una imagen de Kagome en el preciso instante en que sacó su cabeza para respirar y dejaba que las gotas espesas resbalaran por su rostro y cuello hasta perderse en el frondoso césped de la orilla. Una imagen de una Kagome sonriente, gentil y cálida ocupó todos sus pensamientos. Era una imagen tan nítida que casi podía tocarla, olerla, incluso juraría que podía escucharla. Podía escuchar su risa, esa risa tan suave y femenina, breve pero audible… Un nuevo relámpago surcó los cielos y sus pensamientos fueron rápidamente cambiados al recordar otra Kagome. Una Kagome que ya no era humana, pero que seguía conservando su humanidad a pesar de ello, una colegiala transformada y sola. Asustada tal vez, no, aterrorizada. Kagome le temía a las tormentas, él lo sabía y aún así la dejó.

𝑈𝑛𝑎 𝑎𝑣𝑒𝑛𝑡𝑢𝑟𝑎 𝑑𝑒... ¿𝑷𝒆𝒓𝒓𝒐𝒔?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora