Capítulo 52

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Indefenso y acorralado

Creo que no puedes ser un demonio, por que los demonios son muy feos, ¿ves? —ella apuntó una ilustración en el libro, en donde salía un monstruo.

—¿Entonces crees que soy guapo? —le respondí, con una sonrisa triunfante.

Kathy enrojeció.

—¡Yo no dije eso!

Cerró el libro que le había regalado recientemente. La princesa malvada se llamaba. Claudia me lo había enseñado, y me había recordado mucho a Kathy, por lo que se lo regalé. Y ahora no deja de sonrojarse fácilmente.

—Bueno, lo eres. Un poco. No tanto. Digamos que no eres taan feo —expresó, sin mirarme—. Tus ojos son lindos.

Sonreí.

—Tú eres muy hermosa, Kathy.

Volvió ese color carmesí a sus mejillas, pero esta vez me miró. Ahora yo también me había sonrojado, sobretodo porque mantuvo la mirada. Me acerqué un poco más a ella, sin saber con exactitud lo que estaba haciendo. Solo sabía que mi corazón estaba bombeando rápido.

—¿Q-qué estás haciendo, Russ?

—Yo...

No respondí.

Habíamos dejado de hablar. El silencio fue incómodo por un momento.

—¿Me defenderías de un monstruo, Russ? ¿Lo harías?

—¿Huh?

—En el libro apareció un monstruo malo, y uno que al final terminó siendo bueno. Él batalló junto a la princesa para derrotar al malo, y lo vencieron... Juntos. ¿Siempre estaremos el uno para el otro, verdad?

Asentí, sonriendo.

—Siempre. Juntos seremos invencibles.

—¿Derrotaremos a los monstruos, Ángel malo? —preguntó, levantando el meñique, en forma de promesa.

—Así será, princesa malvada.

Reímos, mientras terminaba la promesa, dispuesto a cumplirla.

Pero entonces desperté. Y mi sonrisa se transformó en una mueca de dolor.

Mi cuerpo se sentía pesado, y me dolían las zonas en donde me había golpeado ese idiota que me encontró desprevenido. Cerré los ojos con fuerza. Quería volver a perderme en ese recuerdo de mi niñez, en donde había sido muy feliz junto a Katherine.

—Katherine...

¿Donde estás?

Intenté levantarme. Tenía que buscarla.

¿Donde estoy?

Cadenas. Rodeaban mis brazos. Había un poco de oscuridad, el suelo estaba húmedo. Parecía ser de noche.

—Despertaste —dijo Elton, sentado en un rincón, su cuerpo rodeado de oscuridad. Se acercó a mí, y me golpeó fuertemente con algo que parecía ser un látigo—. ¿Dormiste bien?

Me quejé con dolor. Me moví con fuerza, más por instinto que intentar escapar. Sabía que era imposible.

—Por favor, déjame ir y prometo que no volveré nunca más.

Lo miré a los ojos. Casi no podía verlos, por la oscuridad. Pero podía ver la mueca siniestra de su rostro, iluminada tenuemente por alguna luz, probablemente de la luna, adentrándose por pequeños agujeros.

Dulce Dolor (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora