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Johnny solía ser un teniente bastante exitoso, hasta que indagó demasiado en un par de casos sobre corrupción. Su castigo fue ser degradado, por no aceptar los sobornos. Ahora era un simple detective en una estación policial de mala muerte, en donde nada ocurría, más que crímenes locales, robos si es que.

Fue bastante extraño que una desaparición de tal magnitud ocurriera. Recordó haberlo visto en las noticias, el estudiante de intercambio que estaba desaparecido hace dos semanas. Las relaciones con China eran pésimas, y el gobierno de aquel país les estaba pisando los talones, presionando a tal punto que Johnny simplemente estaba estresado. Incluso le mandaron un compañero, con el cual no fue capaz de congeniar.

Ya habían interrogado a la mayoría de los cercanos de Yukhei, y todos mencionaron la mala convivencia que últimamente tuvo con un amigo, Kim Doyoung, al cual había entrevistado días atrás.

El simple hecho de recordar lo que dijo, le hizo estremecer en silencio.

Intentó concentrarse en el caso, pero de momento, no existía evidencia que les ayudase de ninguna forma. El joven simplemente había desaparecido de la faz de la tierra; no habían rastros de su móvil, sus tarjetas de crédito. Absolutamente nada.

—¿Crees que siga vivo?

Su colega habló, y Johnny frunció el entrecejo. No sabía por qué cada vez que escuchaba a Ten hablar, sentía ganas de asfixiarlo con algo. Tenía el poder de hacerle perder la inexistente paciencia. Colocó ambos ojos en blanco por un momento, alzándose de brazos.

—No tengo idea, pero si vuelvo a recibir a otro agente chino, voy a sufrir de un colapso y asesinaré a todo el mundo. —murmuró, aunque fuera sarcasmo, sonó muy serio. Ten parecía bastante horrorizado—. Y comenzaré contigo.

Le señaló, terminando de verse tan aterrador como siempre. Johnny no estaba de humor, tenía demasiado en mente como para fingir que deseaba estar ahí en ese momento. Miró la canica blanca sobre el escritorio y la tomó entre sus dedos. La guardó en su puño como si fuera un tesoro, por algún extraño motivo seguía brindándole algo de calma.

—Ese chico era muy extraño. —comentó entonces, rompiendo el silencio dentro de la oficina.

—Los cercanos a Yukhei, dijeron lo mismo. —respondió Ten de inmediato, lanzando una carpeta que cayó sobre el escritorio de Johnny—. Pero está limpio, ni una sola detención.

—¿En dónde trabaja?

Johnny se quedó mirando la fotografía del registro. Aún cuando de seguro era la foto de su tarjeta de identificación, Kim Doyoung lucía realmente guapo. Pero todavía, había algo en su semblante que sembraba una poderosa duda dentro del detective.

—Una dulcería muy particular.

No entendió a qué se refería su compañero, pero una vez que notó cierta distracción entre ellos, se dio el trabajo de anotar la dirección del sitio, sabiendo que era ilegal tomar datos personales con fines fuera de lo policial. Era abusar de su jurisdicción.

Pero Johnny miró la canica blanca, y al recordar el sonriente rostro de DongHyuck, cedió ante sus impulsos. Definitivamente tenía que verle otra vez y preguntarle, cómo lo sabía.

Pero no esa noche.

Esa noche, Johnny quería descansar y manejar lo más pronto de vuelta a su hogar, dormir lo que no había podido dormir en semanas.

Una vez que entró a su solitario departamento, dejó la chaqueta sobre la mesa. Tocó los bolsillos de sus pantalones, encontrando el frasco de pastillas. No sabía qué hora era, pero necesitaba tranquilidad, así que tomó al menos tres píldoras, aquellas que facilitarían su sueño. Al recostarse sobre la cama, simplemente no sintió el efecto llegar.

Cerró sus ojos, con la frustración a flor de piel. Tenía un nudo en su pecho, no importaba cuánto tiempo pasara, todavía no podía respirar al tener ciertos recuerdos en mente.

Escuchó un peculiar sonido desde el pasillo, y se sentó de inmediato sobre la cama al querer reflexionar sobre ello. Era agudo, constante. El rebote de una canica.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, porque no encontró ninguna explicación lógica a tal familiar evento. Se levantó de la cama al sentir el sonido apagándose a medida que se acercaba. Cuando llegó a la sala, vio la canica avanzando hasta chocar contra sus pies. La misma canica que él tenía en su bolsillo. La pequeña canica de leche que le pertenecía a Haechan.

Y todo aquello venía con esa extraña sensación.

No estaba solo. 

Play dead // JohnDo ⁿᶜᵗ¹²⁷Donde viven las historias. Descúbrelo ahora