21. Atados de pies y manos.

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Sabía lo que se sentía perder a un ser amado, lo sabía en carne propia

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Sabía lo que se sentía perder a un ser amado, lo sabía en carne propia. El dolor que se extiende en el pecho, como la mente se vuelve un caos y como un vacío se posiciona en el corazón.

En el alma.

Había experimentado ese sentimiento dos veces y no quería sentirlo nunca más, así como tampoco podía deseárselo a otra persona. Y justo en este momento, estoy viendo a mi ángel guardián, fundiéndose en la oscuridad.

Su cuerpo estaba frío y temblaba constantemente, sus piernas estaban encogidas sobre las mías y su cabeza estaba apoyada en mi pecho. Podía ver sus ojos cerrados, pero sabía que no estaba dormida, pues las lágrimas no dejaban de salir. Seguimos en la clínica, pues la castaña no quería irse y definitivamente, no iba a dejarla sola.

—Cuando tenía ocho, mamá me compró un pez por mi cumpleaños —susurró de pronto—. Pero yo quería un perro, me molesté con ella por eso, pero luego me encariñé con el pequeño animal y le llamé Sardina —sonreí ante su anécdota, sus dedos se movían entre los míos—. Un día, decidí cambiarle el agua a la pecera y la llevé conmigo hasta el baño, sin querer tropecé y dejé caer todo al inodoro —soltó una risa, lo que fue un gran alivio para mí corazón—. Sardina se fue por el inodoro, mamá se molestó un poco pero no me regañó —comenta—. Mamá nunca me gritó, nunca me golpeó y mucho menos me trató mal. Ella era la paz andante, siempre le dije que tuviera cuidado en la calle porque se la robarían para darla como premio Nobel —su voz se entrecorta—. Ella siempre me dio todo lo que necesitaba y más de lo que merecía. Ella trabajó tan duro por darme lo que siempre quise que... No tengo nada que reprocharle —subió su mirada a la mía, sus ojos se veían más azules a causa de las lágrimas y del rojo que los rodeaba—. Me dio su amor incondicional, incluso cuando entré a mi etapa de rebeldía y odiaba a todo el mundo. Siempre me apoyó y estuvo para mí cuando nadie más lo hizo —cerró los ojos unos segundos y dos lágrimas bajaron por sus mejillas—. Le debo tanto y ahora... —se aclara la garganta—. Ella está ahí, apunto de marcharse y yo no sé... si estoy preparada para dejarla ir —muerde su labio inferior tratando de alejar el sollozo que amenaza con escapar—. No sé si podré con esto.

—Shhh —la apreté más contra mi pecho, sintiendo los temblores de su anatomía. Me sentía impotente al no tener el poder para hacer algo que le quitara el dolor que estaba sintiendo.

—Bailee —llamó el doctor y la castaña prácticamente se levantó de un salto—. Tranquila, todo está bien. Quería decirte que puedes irte a casa, yo haré guardia esta noche y estaré al pendiente de ella.

—No puedo...

—Está bien, descansa y mañana puedes venir a estar con ella— el doctor asintió y se retiró sin dejarla rechistar.

La vi suspirar y pasarse las manos por el rostro, se giró un poco y me observó. Estaba cansada, lo sabía, sus ojos apenas y podían mantenerse abiertos y la pesadez y desgana que poseía su cuerpo se notaba desde lejos.

Una bestia bajo la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora