40. Cuando todo se derrumba.

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Un fuerte pinchazo en mis costillas me hace abrir los ojos de golpe, la luz me ciega unos segundos, pero trato de concentrarme en las paredes blancas a mi alrededor

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Un fuerte pinchazo en mis costillas me hace abrir los ojos de golpe, la luz me ciega unos segundos, pero trato de concentrarme en las paredes blancas a mi alrededor. Mi espalda duele, mis costillas arden y mi cabeza palpita. Necesito sentarme, me remuevo, pero solo consigo que el dolor se intensifique en mi costado derecho.

—Oye, oye. Tranquila —la voz de Jordan me llega a los oídos, pero no puedo verlo. Necesitaba sentarme y respirar—. Bailee, por favor... Quédate quieta.

—Necesito... sentarme —carraspeo, sus manos están mis hombros, pero no dejo de quejarme—. Jordan, por favor... Necesito sentarme.

La puerta se abre de golpe y hombre con una bata blanca ingresa con una sonrisa tensa.

—¿Te encuentras bien? —pregunta acercándose a la camilla, junto a mí.

—Quiero sentarme... Me duele —asiente y presiona un botón en el lateral de la cama, lo que hace que el espaldar se mueva y así pueda quedar parcialmente sentada.

—¿Mejor? —asiento y cierro los ojos suspirando—. Bien, señorita Wilson... Llegó con una contusión en las costillas, la segunda y la tercera vertebra están más magullas que las demás, pero todo se encuentra en el lado derecho —informa, mi cabeza se acomoda de perfil sobre la almohada y mis ojos caen sobre el rubio junto a mí—. Te hicimos una radiografía hace unas horas y no encontramos signos de algún problema interno, por lo que descartamos esa parte... Sin embargo, tienes un gran hematoma en la parte inferior de tu pecho —comenta mientras revisa esa parte de mi cuerpo, tanteando con sus dedos el área afectada que me roba un quejido—. El golpe fue muy fuerte, lo que ocasiona este tipo de cosas. Tendrás dolor, pero te recetaré unos analgésicos, ibuprofeno —escribe algo en su pequeña libreta—. Te daré una excusa para tu trabajo, necesito que te quedes tres semanas en tu casa sin hacer movimientos bruscos ni cargar nada pesado... Te dejaremos en observación está noche, si todo sigue en orden mañana podrás irte a casa. ¿Está bien? —asiento y le doy una sonrisa agradecida—. Que pasen buena noche.

—Gracias —una vez que nos quedamos solos, soy la primera en estirar mi mano en dirección de mi novio.

Sus dedos se entrelazan con los míos con delicadeza y da dos pasos en mi dirección hasta sentarse en la orilla de la camilla, su frente se apoya sobre la mía y lo veo cerrar los ojos para luego suspirar.

—Casi muero cuando te vi en el suelo —su voz ronca me estremece, pero no me alejo—. Lo lamento, amor. Lo lamento mucho —escucho la desesperación y un cierto grado de arrepentimiento. ¿Por qué? —. Debí saberlo, debí estar ahí...

—No es tu culpa —niego, enfocándolo a través de mis ojos cristalizados—. No podías... No es tu culpa...

—Si lo es, todo esto... El hecho de que él esté tan estancado en el pasado y... el que te haya hecho daño, amor... No puedo —aprieta las manos en puños a cada lado de mi cuerpo, ignorando el dolor en mis costillas me arrimo un poco hacia adelante y sujeto su rostro entre mis manos.

Una bestia bajo la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora