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Los meses siguientes de la vida de Min Yoongi se resumen en sangre derramada, vidas apagadas y humillaciones que aún ante las mentes más duras, son demasiado explícitas para ser relatadas. Y muchas de esas vivencias, permanecieron únicamente en la memoria de Yoongi y de quienes combatieron junto a él en la guerra.
En la primer vuelta al campo de batalla, todavía no tenía idea de lo que estaba haciendo ahí. Nunca conoció a sus padres y después de la muerte de su abuela hacía cuatro meses atrás, había quedado solo. Su único amigo en Daegu se había marchado a Ilsan para estudiar la universidad. Lo único que tenía era a Park Jimin, y en ese tiempo aún no existían los teléfonos celulares o el internet, ni siquiera eran palabras que pudieran escucharse o leerse en ningún tipo de conversación común. Y ya que la relación que tenía con su amado Park era un total secreto, nadie podría reclamar o exigir saber sobre su paradero inmediato.
Aprendió a usar distintos tipos de armas únicamente observando lo que los demás hacían y mejoró su puntería renunciando al descanso y a las pocas horas de sueño que le eran permitidas. En la primer semana, fue sometido a un examen médico de emergencia debido a esa falta de oxígeno que tuvo durante uno de los enfrentamientos que le hizo caer en un desmayo. La situación era tan crítica y caótica, que lo único que pudo hacer el médico, fue proporcionarle un inhalador para abrir sus vías respiratorias. No había manera de regresar a su país, porque cualquier tipo de transporte ya sea por aire o tierra, podía ser interceptado por las tropas enemigas.
El colmo de la situación, fue que el médico que se encargó de brindar la medicina era un estadounidense que no dominaba nada bien el lenguaje coreano. Con señas e intentos de palabras cortas fue que explicó a Min Yoongi cómo debía suministrar la medicina y por los años consiguientes los demás médicos de turno sólo se encargaban de brindar el fármaco sin hacer preguntas, porque no había tiempo para más.

Pasado un año y medio después, fue cuando Yoongi por fin pudo expresarse y entender que algo no estaba bien, que ese servicio militar al que en teoría sólo debían restarle seis meses, no terminaría ahí. Pero para ese momento, del Min Yoongi temeroso que nunca antes había tocado un arma o un paracaídas, ya no había ni un rastro.
Se había vuelto una máquina asesina en su totalidad. Su puntería y perfección al atinar justo en el blanco eran inigualables y desarrolló también una capacidad de cacería impecable. Más de una docena de veces se fundió con la noche para volverse uno mismo con la oscuridad; más de esa docena de veces logró atrapar soldados enemigos para torturarlos y obtener respuestas que iban desde los siguientes atentados, hasta sus bases secretas que fueron bombardeadas en automático, y una vez que la presa había dicho lo necesario, él mismo se encargaba de asesinarle. Ya no era él. Por otro lado, dejó de existir una comunicación constante con su patria. Las comunicaciones en ese tiempo eran escasas, y al menos un año de los tres, las tropas surcoreanas se vieron incomunicadas debido a los cada vez más constantes atentados por aire y tierra. Las raciones de comida también disminuían y pese a que Corea del Sur se había unido a la guerra como nación aliada, incluso el ejército estadounidense había brillado por su ausencia. «Si en el cielo existe un dios, nos ha olvidado a todos» esa era la frase más nombrada no sólo por Yoongi, sino también por todos sus compañeros.

Min Yoongi fue temido no sólo por los enemigos, sino también por su propia tropa. Aquella orden permaneció tanto tiempo en su cabeza que se convirtió en una ley de vida: "No respondas a tu superior si no es requerido"; y nunca estableció contacto verbal con nadie de ese lugar. Porque de los cuarenta que llegaron con vida a Afganistán, en los primeros tres meses sólo habían quedado veinte. Después, otros treinta llegaron y de los cincuenta totales, murieron treinta. Soldados llegaban, otros morían. Si no hablaba, si no hacía amigos, entonces verlos partir no dolería tanto.
Cuando pensaba que iba a perder el juicio y dejaría de tener conexión alguna con el mundo, Jimin llegaba a su cabeza. No hubo noche que no le hablara en la distancia, cuando todos dormían él se escapaba del cuartel para apreciar el firmamento, observar aquella luna y hablar con Park Jimin; pedirle que esperara, que se cuidara siempre, no olvidara comer y tampoco sus medicinas. En los momentos de batalla, cuando apuntaba a los enemigos y esquivaba las balas, siempre rogó a Jimin que lo protegiera. Yoongi dejó de creer en un dios pero aún así siempre tuvo fe en una sola religión. Su religión se llamaba Park Jimin.

La venganza del inocente. » YoonMinWhere stories live. Discover now