Capítulo 4

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—El señor Robinson me habló sobre usted cuando se puso en contacto conmigo, pero me gustaría que se presentara de nueva cuenta, para escuchar su «versión» de los hechos.

Estoy teniendo mi primera cita con el psicólogo, tal como me pidió Barry. Y, bueno, luce tal como me lo describió. Cabello negro, ojos azules, alto, complexión similar a la mía, trajeado y de encantadora sonrisa.

—Bien —digo, para después meditar un poco—. Me llamo Steven Richards, tengo treinta y tres años, mido uno ochenta, soy alérgico a las nueces, tengo un lunar en el cuello... —Esto es difícil.

—¿Es todo?

—Es todo lo que se me ocurre.

—¿Tiene pasatiempos?

—Veo anime (creo que eso cuenta), a veces dibujo... y leo.

Anota algo en su libreta. Sobre mí, supongo. Me da un poco de curiosidad.

—El señor Robinson mencionó que escribe.

—Lo hago, pero no lo considero un pasatiempo.

—¿Por qué no?

—Lo hago cuando estoy aburrido, no por gusto.

—¿Qué cosas escribe?

—Poemas o cartas.

—¿Para alguien en específico?

—Para mí, Barry, Norman o mis padres.

Vuelve a anotar en su libreta.

—Hábleme de su familia.

—Barry ya debió haberle hablado sobre eso.

—Lo hizo, pero quería escucharlo viniendo de usted. Y me gustaría que ahondáramos en el tema —sonríe.

Desvío la mirada. Me siento incómodo.

—Si no te sientes cómodo hablando de ello, podemos hablar de otras cosas. Lo que escribes, por ejemplo, me gustaría leerlo. ¿Crees que podrías traerme algún fragmento en la próxima sesión?

—Sí.

Anota más cosas.

—¿Te gustaría hablarme sobre Barry?

—¿Sobre Barry?

—Cómo es su relación.

Nuevamente medito.

—Lo amo y él a mí —digo con seguridad—. Creo que... somos una pareja estable. No recuerdo alguna pelea que hayamos tenido. Nos complementamos bien. Él habla y yo escucho. Es... divertido, listo, atento y cariñoso. Supongo que aporta más que yo en la relación.

Anderson anota, pero esta vez tarda más que las veces anteriores.

—¿Por qué crees que aporta más que tú?

Este hombre me hace pensar mucho y eso no me agrada. Prefiero estar bajo la cama que venir a estas sesiones.

—Me confesó que lo hago sentir solo a veces... —Decirlo en voz alta me deprime un poco—. También lo hago sentir presionado. Cree que si él no estuviera, me suicidaría.

—Y ¿lo harías?

—Recordé que me queda Norman, así que la idea se esfumó de mi mente. —Suspiro—. Barry se preocupa mucho por mí. Me pesa causarle tantas molestias.

Anota de nuevo. Cada vez anota más cosas.

—¿Cómo se lleva con Norman?

—Bien. Es un niño, así que no comprende el trasfondo de mi persona, así que se limita a quererme e incluirme en su vida, lo cual agradezco. Le tengo un gran afecto; lo considero mi hijo.

—El señor Robinson y usted se conocieron en la universidad, ¿correcto? ¿Cómo fue esto?

—Teníamos una clase en común. No recuerdo cuál era, pero él se sentaba a mi lado. Barry siempre ha sido muy sociable, así que a veces me hablaba. Tenía a su grupo de amigos mientras yo prefería alejarme, para estar tranquilo. Por alguna razón, mostró interés en mí y nos hicimos amigos.

—Eventualmente novios y adoptaron a Norman —vaticina.

—No. Él tenía novia.

—Oh —junta ambas cejas, y se endereza para escuchar con atención.

—No sé si fue mutuo en su momento, pero descubrí que me sentía atraído por él; sin embargo, no hice nada al respecto. Por respeto a su relación y miedo a ser rechazado. Luego... —Pauso mis palabras al revivir aquel amargo recuerdo que creí haber borrado. Un escalofrío recorre mi espalda baja y me llevo una mano a la boca.

—Steven —me habla el psicólogo—, ¿todo en orden? ¿Qué pasó después?

—Me cambié de universidad. No volví a saber nada de Barry por varios años, hasta que coincidimos en una tienda de ropa. No iba solo, llevaba a un niño consigo. Nuestra amistad revivió y se hizo cada vez más estrecha. Su novia de universidad quedó embarazada de él y lo abandonó con el niño apenas éste nació. Luego de frecuentarnos por casi un año, nos dimos un beso y confesamos lo que sentíamos por el otro. Él me pidió ser su novio, y me dijo que no me lo había pedido antes por temor a que el hecho de que tuviera a Norman me alejara. —Sonrío—. Qué equivocado estaba. No sé en qué concepto me tenía.

Anderson sonríe también, y anota en la libreta. Acabo de notar que hablé mucho, y... por alguna razón me siento culpable.

—Me llama la atención aquella pausa —dice—. ¿Tiene que ver con su cambio de universidad?

—Sí.

—¿Quiere hablar de eso?

—No realmente.

—De acuerdo; será para otra ocasión. Me agrada lo mucho que estamos progresando, señor Richards. Se ha mostrado más cooperativo de lo que esperaba, basándome en lo descrito por el señor Robinson. —Baja la mirada a su libreta—. ¿Trabaja?

—Sí.

—¿Desde hace cuándo?

—Tres días.

—¿El señor Robinson tiene que ver con ello?

—Me pidió que consiguiera un empleo para llevar una vida más activa y sentirme... ¿vivo? Creo que algo así dijo.

Anota en su libreta.

—¿Tiene problemas para dormir?

—No.

—¿Generalmente le cuesta levantarse de la cama?

—No.

—¿Tiene problemas en la intimidad con su novio?

Medito.

—No es algo que me encante, pero me gusta hacerlo con él.

Anota.

El resto de la sesión hablamos sobre mis capacidades sociales y me pregunta un par de cosas más sobre mí. Al final no fue tan malo y supongo que todas esas anotaciones son los avances. Sin embargo, salí de allí con un sentimiento de vacío y pensando más de lo que debería.

—¿Qué haces allí? —me preguntan los pies de Barry, hasta que veo a su rostro asomarse bajo la cama, donde me encuentro—. ¿Todo bien? ¿Cómo te fue con el psicólogo?

—Bien. Sólo me preguntó cosas sobre mí, para conocerme.

—Y ¿qué haces allí abajo entonces? ¿Sucedió algo más?

—En la sesión también me conocí a mí mismo —mascullo.

Barry no dice nada, y se arrastra bajo la cama conmigo, para abrazarme.

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