Capítulo 6

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—¿Quiere leérmelo en voz alta? —me pregunta el psicológico.

—No.

—De acuerdo, entonces ¿puedo?

—Sí —le entrego mi libreta de apuntes. Me había pedido que le trajera algo de lo que había escrito para la sesión de hoy.

Permanece leyendo en silencio por varios minutos cambiando constantemente las hojas. Finalmente cierra la libreta y me la entrega.

—Escribe cosas muy bellas —dice—. ¿Ha pensado en dedicarse a la escritura?

—No.

—Leí un poema y una carta. Ésta última era para su mamá. Me llama la atención lo bien que expresa sus sentimientos por escrito, pero no en persona. ¿La recuerda con mucho cariño?

—No recuerdo mucho, en realidad.

—Y ¿por qué le escribe?

—Tengo mucho tiempo libre. Y... me ayuda a desahogarme cuando me siento melancólico.

—¿Eso sucede con regularidad?

—Cada vez con más frecuencia.

Anota en su libreta.

—¿Desde cuándo escribe esas cartas?

—Desde que Barry me sugirió hacerlo, hace un año.

—Cuénteme cómo le ha ido esta última semana.

—Bien —respondo con sinceridad—. El domingo pasado salí con un amigo, e hice más amigos.

—Me alegro mucho por usted —sonríe—. ¿Adónde fueron?

—A un bar. No es la primera vez que voy a uno, pero sí en la que voy a propósito.

—¿Cómo se sintió en aquel lugar?

—Fuera de lugar. Robert (es el nombre de mi primer amigo), me presionó para hablar con otras personas. A final de cuentas, no estuvo tan mal. Creo que me ayudó el empujón.

Anota en su libreta.

—¿Cómo se hicieron amigos Robert y usted?

—Él se me acercó a hablarme. Nos conocimos en el trabajo.

Anota de nueva cuenta.

—¿Algo más que quiera contarme?

Medito un par de segundos.

—De lunes a viernes los días se vuelven rutinarios. Bueno, Norman me hizo un dibujo el martes. Barry nos llevó por hamburguesas el jueves. No me he metido bajo la cama.

—¿Disculpe? ¿Bajo la cama? —me mira.

—Oh, no le he contado. —Me invade la vergüenza—. Cuando suelo deprimirme o sentirme agitado emocionalmente, me escondo bajo la cama.

Anota en su libreta.

—¿Se deprime con frecuencia?

—No. A veces sólo estoy cansado.

—¿De qué?

—De existir. El mundo es agotador.

Anota de nueva cuenta.

—¿Desde cuándo hace esto?

—Desde que era niño. Comenzó con los relámpagos; eventualmente con los regaños de mis padres, y se volvió un hábito.

—¿Sus padres eran buenos con usted?

Lo escudriño. Trata de persuadirme, para que ahondemos en el tema. No sé si esté listo. Aunque después de la charla que tuve con Barry, creo que debería. Pero un paso a la vez.

—Sí. No recuerdo mucho de ellos, pero estoy seguro de que me amaban muchísimo.

—¿Qué recuerda de ellos?

—Papá me compraba muchos juguetes. Dinosaurios, en su mayoría. Era paleontólogo, así que tenía sentido. Cada semana era una especie nueva. Mamá era algo seria, pero muy cariñosa. Tenía un título en psicología; de vez en cuando llegaban pacientes a casa y ella los atendía en su estudio.

—Interesante. ¿Qué más?

—Apenas recuerdo sus rostros y sus voces. El otro día ni siquiera estaba seguro de sus nombres.

—¿Conserva algo de ellos?

—Una vieja fotografía donde estamos los tres. Sé que la tengo por algún lado.

—¿Qué hay de usted? ¿Cómo era cuando era niño?

—Me portaba muy mal. Nadie quiso hacerse cargo de mí por esa misma razón. Me volví un antisocial cuando mis padres fallecieron. Entonces los chicos del orfanato se hartaron de mí y comenzaron a molestarme y rechazarme. Hice de todo para llamar la atención, pero nada servía, así que poco a poco me olvidé de esa faceta y dejaron de importarme muchas cosas.

Anota en su libreta y se queda contemplando en silencio sus apuntes, hasta que le da vuelta a la página.

—¿Algo más que recuerde?

—Me enfoqué únicamente en estudiar, salir del orfanato y volverme independiente No tuve amigos ni intereses románticos hasta conocer a Barry. No se me ocurre más que contarle de mi infancia, aparte del accidente.

—¿Le gustaría hablarme de eso?

Medito un largo rato.

—Sí. —Él agranda los ojos y se endereza—. Es de las pocas cosas que recuerdo tan bien; a detalle —desvío la mirada—. Y que, hasta la fecha, de vez en cuando me provoca pesadillas. —Él se mantiene expectante y en silencio—. Fue en mi cumpleaños (no lo celebro por lo mismo). Papá prometió llevarnos a mi pizzería favorita, pero una tormenta nos arruinó los planes. Hice berrinche. Él no quería verme triste en mi día, así que arribamos su auto haciendo caso omiso al terrible clima. Entonces chocamos. Todo pasó tan rápido. Un auto venía en nuestra dirección y terminamos derrapando en la autopista y estrellándonos con otro. Desperté en un hospital al día siguiente con vendas en los ojos. Uso lentes de contacto desde entonces. Después me enteré de lo de mis padres. Fue la peor semana de mi vida a partir de entonces. Traté de suicidarme cuando me enteré de que sería llevado a un orfanato.

Recordar todo eso me hace estremecer. No quiero que aquellos pensamientos regresen.

—¿Cómo intentó hacerlo?

—Iba a lanzarme de la ventana del segundo piso del hospital, pero una enfermera me detuvo.

—¿Ha intentado hacerlo otras veces?

—No. Pero es algo que pienso a diario.

Anota en su libreta.

—Me alegra que empiece a abrirse conmigo, Steven. Me inquietan sus pensamientos suicidas y sus estados de ánimo. No pretendo recomendarle medicación o algo así; apenas estamos comenzando, así que hay que llevar las cosas con calma. Háblame de estos pensamientos y qué le impide tomar esas decisiones.

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