🌻Capítulo 1🌻

3.4K 487 521
                                    

A veces me ponía a pensar: «¿Y si me descubren? ¿Querrán que sea yo esa persona que los quiera? ¿Me querrán de vuelta?»

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

A veces me ponía a pensar: «¿Y si me descubren? ¿Querrán que sea yo esa persona que los quiera? ¿Me querrán de vuelta?».

Al principio eso no me importaba, mi recompensa era ver las sonrisas de las personas al encontrarse una carta en su buzón; saber que eso lograba alegrarlas, aunque fuera un poco, me hacía feliz.

No eran cartas de amor. Bueno, no todas lo eran. En su mayoría, eran cartas que buscaban animar a otras personas, recordarles que eran importante para alguien y que no debían rendirse a pesar de lo que pasara.

Nunca dejé un remitente, no quería que confundieran las intenciones; solo firmaba como La chica girasol.

Si lo sé, no es necesario que me lo digas, sé que es un nombre bastante común y genérico. A decir verdad, lo tomé prestado de La chica de la bufanda verde, de la película Loca por las compras. Además, combinaba con mi nombre.

Mi mamá, una amante empedernida de las plantas, no pudo pensar en otro nombre al momento de darme a luz; la pobre esperaba a un niño.

Al enterarse de que esperaban un bebé, mis padres escogieron sin dudar el nombre de su primogénito: Julián Romero, tal como mi abuelo. Hicieron una gran bulla para celebrar la venida del heredero del apellido paterno. Hubo bombos y platillos, un cuarto pintado de azul y decoraciones de animales marinos en las paredes. La ropa que escogieron para la salida del hospital fue un conjunto de marinerito con gorro, botitas y manoplas. Muy masculino, ¿no?

Pero, en contra de todo pronóstico e impredecible como soy desde el inicio, mi parto se adelantó dos semanas. Fue una gran sorpresa la que se llevaron mis padres al enterarse de que tendrían que seguir buscando a Julián y, por ahora, darle la bienvenida a su nueva hija.

Entre los dolores de parto y el asombro, cuando le preguntaron a mi mamá cuál sería mi nombre, solo pudo decir: Mirasol. Y así comenzó mi vida.

Unos seis años después llegó el pequeño Julián a enloquecer nuestro mundo con sus tremenduras. Fue él quien me hizo querer cambiar mi nombre.

Un día llegó del preescolar y me dijo:

—Hola, mantequilla.

Y yo con cara de: «¿Tienes problemas?».

Pensé que estaba jugando hasta que, durante la cena, mi madre sacó del gabinete de la cocina una mantequilla que tenía mi nombre. No podía creer lo que mis padres habían hecho. Al parecer, cuando no conseguían otra marca, se encargaban de cambiar la mantequilla de envase para que yo no supiera la verdad sobre mi nombre.

Debo confesar que lloré mucho esa noche. Ya imaginaba el chalequeo que tendría que soportar en la escuela si alguien más se enteraba de ese desafortunado evento.

Les pedí, les rogué y les imploré cambiarme el nombre, pero eso no es algo muy fácil de hacer; tampoco había plata para eso. La mejor solución que encontraron fue comenzar a llamarme por otro nombre como apodo. Con algo de suerte, la gente dejaría de decirme Mirasol... o peor aún, mantequilla.

Mis padres me preguntaron cómo quería llamarme, y a mí, a mis maduros diez años, solo se me ocurrió decir:

—Marisol.

Nada creativo el nombre, pero estaba segura de que podría lidiar con él.

El tiempo fue pasando, y Mirasol quedó en el pasado. Mi madre sigue obsesionada con sus plantas en casa. Mi padre sigue trabajando en la fábrica. Julián entró a su último año de bachillerato. Y yo decidí que no estudiaría en la universidad, sino que montaría mi propio negocio, así que tomé unos cursos prácticos en una escuela de arte y oficios, luego, con la ayuda de mi amiga, abrí una pequeña floristería en un centro comercial cerca de casa. De eso, hacen casi cinco años ya.

Una tarde, aburrida en el trabajo, decidí escribirle una carta a una vecina mayor a la que quiero mucho. Ella no es la típica abuelita que te provoca darle besos y hacerle galletas, pero es una señora muy educada y amable que perdió a su esposo de una terrible enfermedad después de 48 años de matrimonio. Estuve acompañándolos durante años, viendo cómo se sonreían el uno al otro como si fueran unos recién casados, deseando en mi interior conseguir un amor como el de ellos, por eso sentí que debía hacer algo para animarla, para recordarle que seguía siendo importante para muchas personas.

Ver el amago de su sonrisa al abrir la carta (porque sí, como toda chismosa, yo estaba espiando desde mi casa), me motivó a buscar a otros a quienes escribirles.

Sinceramente, nunca se me cruzó por la mente que alguien sabría quién enviaba esas cartas. Sí, es verdad que a veces repetía destinatario, pero mi pseudónimo era infalible, ¿cierto?

Pues no. Estaba muy equivocada. Aquí estoy, encerrada en mi cuarto con la carta que encontré hoy en el buzón de mi tienda:

Caracas - Venezuela
Octubre 2020

     Querida chica Girasol:

     Perdona mi atrevimiento. Te escribo porque no me siento capaz de darte la cara y confesarte lo que siento.

     Sé que debes estar sorprendida. Estoy seguro de que no esperabas respuesta alguna a ninguna de tus cartas. Tengo días pensando en sí debería escribirte o no. Al fin de cuentas, se supone que no debería saber quién enviaba las cartas que recibí.

     La primera vez que vi una en mi buzón, pensé que se trataba de una broma. ¿Quién se tomaría el tiempo para pensar en mí? Pero, al leerte, supe que eras sincera. Tus palabras, aunque genéricas, eran muy amables. Te confieso que me hiciste sentir abochornado por no tomar en cuenta a las personas a mi alrededor. Quise responderte inmediatamente, pero no me dejaste ningún contacto. Eso me entristeció, pensé que no sabría más de ti. Imagina mi sorpresa al ver a los pocos días otra carta, con la misma letra. Sentí a mi corazón latir como un loco. Quizás habías decidido que nos comunicaríamos de alguna manera. La desilusión llegó al final, cuando solo dejaste tu pseudónimo como remitente.

     Al cabo de un mes llegaron dos cartas más, y yo estaba decidido a encontrarte. Créeme, no fue fácil. Eres una chica muy cuidadosa. Sin embargo, yo ya tenía sospecha de quién podrías ser, y un detalle en una de tus cartas me dio una pista. La seguí y así terminé en tu floristería. Confirmé mis sospechas, aunque no contaba con toparme con tu sonrisa y tu alegría arrolladora que le da vida al lugar.

     No quise entrar porque no quería exponerme. Merecías una respuesta por escrito, y aquí está. Por favor, no me catalogues como un loco; nunca había pasado por algo igual. Permíteme conocerte más. Déjame saber que hay detrás de esa sonrisa encantadora que se quedó en mi memoria desde la primera vez que te vi.

     Si decides responder, deja una carta detrás de la banca circular que está en la feria de comida del centro comercial.

Alguien te ama en secreto,

Atentamente, el chico Olivo.

_______________

Nota:
Gracias por estar aquí. Esta historia se me ocurrió en pleno bloqueo y quise darle una oportunidad. Es un borrador, si encuentras fallos, siéntete libre de hacérmelo saber; lo apreciaré mucho.

Volvemos pronto.

¿Será que Marisol sabrá quien es su admirador?

¡¡Besos!! Gracias por tu voto y tus comentarios ♥♥

Por cierto, las palabras "chalequeo, chalequear (y en ocasiones chaleco)" , son utilizadas en Venezuela como sinónimo de echar broma.

Cartas de la chica girasol - COMPLETA ✅Where stories live. Discover now