Prólogo

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Dos semanas atrás:

Solo un beso.

Uno sensual, de esos que te roban el aire y te calientan desde adentro.

Un beso hambriento, desesperado. De aquellos que se saborean por completo mientras las manos degustan cada centímetro de tu cuerpo.

Un gesto apasionado y animal, donde las lenguas se encuentran trazando su propio camino mientras los labios se devoran con ansias.

Sí, de ese tipo de besos que debilitan las piernas y roban el aliento, de aquellos besos que deberían ser ilegales por lo adictivos que resultan.

Por lo adictivos, lo peligrosos... y lo asesinos.

Al chico que tenía frente a mi, extendiendo su mano para que la tomara, debía atribuirle el mejor de los besos que acabo de mencionar.

Quizás era experticia mezclada con talento. Quizá, no me preparé lo suficiente para lo que venía cuando aquellos ojos azul cobalto se posaron sobre mi en medio de todas las personas en el club.

Admito que su mirada penetrante provocó que bajara la guardia y llegué a distraerme con la manera en que algunos mechones negros se pegaban a su cuello cubierto de sudor. Era atractivo, más de lo que podía esperarse de algún extraño que ignoraba la manera en que su camisa se ceñía a sus músculos.

Aun así, antes de lo que creí, había pegado mi cuerpo al suyo mientras las vibraciones de la música ni siquiera hallaban espacio para pasar entre ambos.

Entonces, me besó.

Lo he dicho. Ese chico, de quizá unos veinticuatro o veinticinco años, besaba como los dioses y no podía evitar imaginarme el paraíso que se hallaba más allá de sus labios.

Algo que seguramente notó, porque se separó de mí con una sonrisa retadora y conforme extendía su mano, agregó—: Solo será una noche.

Intercalé mi mirada entre mi objetivo inicial y su oferta y, en medio del latir de mi corazón, la música estridente y la falta de aliento, finalmente contesté.

—Tengo hasta la media noche.

—¿Acaso se acaba el hechizo, princesa?

Haló de mi al sentir mi agarre, llevándome en su dirección y atrayéndome con una de sus manos en mi cintura.

—No soy una princesa— refuté, a lo que mordió su labio inferior inclinándose hasta mi oído.

—Que bien, porque mi estilo es bastante alejado al de un príncipe.

Sonreí de vuelta, encontrando terriblemente tentadora su voz y echándole un ultimo vistazo a la habitación que dejábamos atrás.

Volvería en un par de horas, de eso estaba segura.

Después de todo, a la media noche, debía asesinar a alguien.

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