Capítulo 1: Beacon Hills.

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Coloco una lata de Pepsi, dos bolsas de Doritos y una bolsita de gomitas ácidas en el mostrador.

—¿Algo más?—me pregunta el muchacho de la caja con una sonrisa que asusta.

Se piensa que no vi como me miró el trasero y se acomodó el bulto del pantalón. Me da asco y quisiera reclamarle, pero según mi experiencia viendo películas de terror, jamás debes tratar mal a alguien en una estación de servicio si no quieres que te persigan y masacren, por lo que me limito a sonreír sin mostrar los dientes y negar.

—Son siete dólares con cincuenta —anuncia, viéndome revisar mi monedero. Coloca una mueca coqueta antes de agregar—. Y tu número.

Ni siquiera me inmuto. No quiero sonar vanidosa, pero sé que soy atractiva, estoy acostumbrada a que me coqueteen, por lo que no me sorprende su petición.
Coloco diez dólares en el mostrador y tomo la bolsa con mis compras.

—No tengo teléfono.—me excusé con tranquilidad, abriendo mis ojos de venado con falsa lástima. Segundos después mi teléfono sonó desde mi cartera.

El muchacho frunció el ceño y abrió la boca probablemente para quejarse, pero lo interrumpí.

—Guarda el cambio.—dije, y salí a pasos rápidos de la tienda.

El sol de California me abraza la piel, haciéndome ver aún más bronceada. Hace tanto calor que siento como los hilos de transpiración bajan por mis pechos sin sostén, debajo de mi diminuto top de tiras. Llego al auto y le arrojo las compras a Samire desde la ventana del copiloto, para luego subirme del otro lado y arrancar.

—Gracias Dios —dice ella, sacando las gomitas ácidas de la bolsa—, justo te había enviado un mensaje para que me traigas de estas, me leíste la mente.

Entonces fue su mensaje el que va a hacer que el cajero nos persiga por la ruta para masacrarnos en venganza de que no le dí mi número.

Me vuelvo a meter en la ruta, regresando a mi incómoda posición de manejo.
Llevamos aproximadamente seis horas de viaje y todavía nos falta media más. Tengo el trasero entumecido y los brazos me hormiguean de tanto tenerlos extendidos. La cabeza me comienza a doler debido al calor y definitivamente estoy de mal humor.
A mi lado, en el asiento del copiloto, Samire es lo opuesto a mi. Trae sus gafas de sol rojas en forma de corazón sobre la cabeza mientras come las gomitas ácidas que la hacen arrugar el rostro y menea la cabeza al ritmo de la horrible canción que suena a través del estéreo. Se ha descalzado y tiene los pies sobre el asiento.

—Toy en nota, de hongo no de mota, un trago de tequila pa' que me suba la nota
—cantó a mi lado con la boca llena de su snack. Me daba gracia como meneaba la cabeza con los ojos cerrados, como si estuviera escuchando a Beethoven y no una canción sobre una desnudista—. Un culo en colale' que la nota me la explota.

—Que mujer más vulgar —negué, refiriéndome a la intérprete de la canción—. La amo.

Samire soltó una risita y continuó bailando sobre el asiento, abriendo su bolsa de Doritos en el proceso. Acomodé el espejo retrovisor, asegurándome de que la ruta está completamente vacía. Me encontré con el reflejo de mis ojos marrones y analicé mi sudorosa apariencia por unos segundos. Mi nariz es pequeña, mis labios son gruesos y mi piel morena está plagada de pecas. En mi mejilla derecha aún se puede observar una pequeña cicatriz que la pomada que me aplico todas las noches no ha podido borrar. Aquella que me ha hecho Spencer.

No lo he vuelto a ver desde esa noche. Huyó de casa antes de que los oficiales de policía entraran a la casa, y actualmente está siendo buscado por todo el país y sus alrededores. A estas alturas, cuando mi hermana y yo ya hemos testificado y se hicieron los análisis de adn que confirman que fue él quien nos atacó, si logran encontrarlo lo enviarán directo a la cárcel. Sin embargo, ya han pasado tres largos meses y no hay noticias de él, por lo que nuestro caso fue un carpetazo más en el país y como no hay nada más que nos detenga en Los Ángeles, hicimos las maletas y nos encaminamos al pueblo en el que vive mamá, Beacon Hills.

Witches (Teen Wolf)Where stories live. Discover now