63_No te enamores de Nika

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Capítulo 63

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Capítulo 63

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—Mia.

La voz de mi madre sonaba lejana y pesada.

—Mia, tienes que levantarte. Tenemos que ir al hospital.

Había dicho la misma frase más de diez veces, no estaba segura, quizás lo imaginaba.

—Mia, necesito que me hables —suplicó sin acercarse demasiado—. Necesito que te levantes y vayamos al hospital.

No respondí.

Su voz seguía lejana en lo que conversaba con quien supuse era mi padre hasta que dejé de escucharlos. No supe si abandonó el patio trasero de mi casa.

Estaba sentada sobre la hierba del cuidado jardín. Mis piernas protegían mi pecho y mis brazos las abrazaban a la vez que sostenía una manta para cubrirme.

Estaba helada.

La sangre se había secado en mi vestido y la humedad que dejara parecía colarse hasta mis huesos, congelarme hasta dejarme inmóvil e inservible.

De vez en cuando algo me hacía creer que estaba soñando y luego pasaba a entender que no era así, que todo había sucedido tal cual se repetía en mi mente.

Los paramédicos y la policía llegaron minutos después. Se llevaron a Aksel que había sufrido un disparo en la pierna y a la señora Bakker, inconsciente y vendada hasta casi no ver su rostro. Increíblemente, seguía con vida.

A Nika lo arrancaron de mis brazos. Su cuerpo empapado en sangre me fue arrebatado en lo que la policía impedía que me aferrara a él, a lo que quedaba de él.

Tuve que presenciar como intentaban controlar la hemorragia y reanimarle sin éxito antes de bajarle por la escalera. Tuve que soportar saberle muerto y que nada de lo que aquellas personas hicieran sería suficiente para ayudarle.

Lo peor de todo, la única persona de la familia que saliera consciente de la casa fue el loco que le matara. Su padre había recuperado el conocimiento.

El único que gritaba y daba señales de vida, que amenazaba y berreaba descontrolado en lo que le amarraban a una camilla, le sedaban y daban los primeros auxilios cuando no merecía más que morir tras haber intentado matarnos, tras haber matado a su hijo.

El pecho dolió como si me estuvieran arañando desde dentro y el mismo ardor subió por mis fosas nasales hasta forzarme a respirar por la boca con tal de no asfixiarme.

Había llorado, tanto que la cabeza no dejaba de palpitarme.

Había gritado, tanto que mi voz se desgarró y aunque quisiera, no podría pronunciar palabra.

Mis ojos dolían, escocían, ya no tenía lágrimas para derramar.

Mi cuerpo estaba engarrotado e inservible. Dudaba poder cambiar de pose, volver a moverme o abandonar aquel lugar.

Mi alma era la que peor estaba, la que no sobreviviría.

No podía o quería recomponerme. Lo único que deseaba era seguir allí sentada, en el mismo lugar donde lo viera por primera vez.

Quería quedarme donde él me encontró empapada y con la cara manchada de lodo, donde por primera vez miré a sus ojos y pensé que era un idiota. Era allí donde quería estar porque era así como deseaba recordarle.

No quería recordar al Nika que me mintió con tal de alejarme de su padre y protegerme. No quería saber que sus últimas palabras fueron las primeras.

Necesitaba llenar mi pecho con la estúpida esperanza de que podía volver el tiempo atrás, despertar desvelada como aquella madrugada hace tantos meses y vivir todo lo que habíamos vivido, pero aprovechando cada segundo.

Una y otra vez intentaba convencerme de que si miraba con atención a la mansión regresaría a aquel día donde estaba contemplándola en lo que valoraba qué iba a estudiar y cómo se lo contaría a mis padres.

Quise volver a donde mis problemas eran tan sencillos, pero con la experiencia que tenía ahora para enfrentarlos.

Mi vida habría sido muy distinta si en aquel momento hubiese entendido que debía estudiar lo que amaba y luchar por alcanzar mis sueños, incluso si era el camino difícil y tropezaba mil veces.

Si hubiese entendido que el miedo no puede convertirse en un obstáculo, que equivocarse y levantarse es lo más humano y valiente que podemos hacer. Que la vida se vive solo una vez y debemos aprovecharla.

Quizás si hubiese sabido eso hace unos meses no estaría en esta posición.

Sí, había perdido mucho tiempo.

Pasé más temiendo a enamorarme de Nika, que disfrutando cuanto le amaba, porque sí, le amaba con todas mis fuerzas desde no sabía cuando. Me había enamorado perdidamente de él sin notarlo, había caído y no tuve valor o tiempo para decirlo o entenderlo.

Me preocupé por caer ante sus encantos, por terminar usada y desechada, por sufrir o terminar como la chica de turno del chico malo y nuevo que llegaba al pueblo. Desperdicié mi tiempo escuchando advertencias sobre no enamorarme, pero por las razones equivocadas.

Me equivoqué todas las veces.

Yo no era un juguete para él. Nika no era el chico malo que jugaría con mis sentimientos. Nika era el chico que me amaba, que lo hacía al punto de recibir una bala por mí, el que acababa de morir por mí.

Ese era el problema.

Cuando crees que tienes algo, algo que te hace pensar que lo tienes todo, cuando tienes a alguien como él. Ese es el momento donde te pones en riesgo de perderlo.

Yo lo tuve, me enamoré de Nika y fue mi error. Me enamoré sin tener en cuenta que, si lo perdía, me perdería con él.

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No te enamores de Nika © [LIBRO 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora