Something I need | ♡ MINAYEON ♡

El mejor dueto

Nayeon estaba tan molesta que no podía ni dormir. Se pasó gran parte de la noche dando vueltas y terminando discusiones consigo misma.

Cuando se despertó se encontró con la comida, un cubo de agua con una esponja y jabón, y una toalla junto con una muda limpia. No tenía ni idea de qué hora podía ser, estaba bastante desorientada.

Dejó la comida para más adelante, le dolía tanto la cabeza que solo el hecho de pensar en comida le daba náuseas. Genial, estaba experimentando una resaca sin haber tenido al menos el beneficio de disfrutar de una noche con alto contenido alcohólico para ahogar las penas. Río sarcásticamente, qué sabio podía ser su organismo.

Prácticamente sumergió la cabeza en aquel cubo para aliviar el dolor. Una vez despejada se quitó la ropa poco a poco y se dedicó a asearse. Sería mejor que se lo tomara con calma, pues había echado a perder el único entretenimiento que podía haber tenido al devolverle el libro a Mina.

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Mina había salido del almacén, como se enterara el jefe se la iba a cargar, pero no aguantaba más tiempo allí. La noche había sido horrible.

Tenía miedo de entrar de nuevo a la habitación pero para su suerte Nayeon dormía profundamente. Su respiración se lo confirmaba. Aprovechó para dejarle algo sólido de comer y también le proporcionó un kit de aseo. Después de eso cerró la puerta procurando hacer el menor ruido posible y cogió sus cosas para irse de allí. No sabía siquiera si se atrevería a volver a pisar ese lugar.

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Se levantó satisfecho de sí mismo. En la cama se encontraba la castaña dormida. No solo había logrado lo de que ella vigilara de cerca a Mina "para asegurarse de que no traicionaba a la organización" sino que encima se había visto recompensado con una noche de placer insaciable. Así daba gusto trabajar. Además dormir en casa de Somin le proporcionaba un buen escondite. No le había sido muy difícil esquivar a los bobalicones que le seguían, seguía siendo el mejor.

Miró de nuevo a la cama, Somin parecía despertarse. El jefe no informaría a Mina de la verdadera misión hasta mañana así que podía permitirse distraer a Somin un poco más. Matthew besó su cuerpo para que no se molestara en salir de la cama. Hoy iba a ser un buen día.

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Ya se encontraba mucho mejor. El "baño" resultó gratamente reconfortante y sentir el tacto de la ropa limpia era realmente agradable. Aunque no pudo evitar notar que ésta olía a Mina. Probablemente le pertenecía. Aspiró ese olor fuertemente, era tan atrayente... quería memorizarlo para siempre. Tenía entendido que el olfato era el sentido con mayor registro en la memoria. De ser así ella no iba a escatimar en darle una muestra de ese aroma. Aun con todo el odio que sentía hacia ella en ese instante no podía dejar de experimentar el sentimiento contradictorio de querer borrar ese momento de su memoria para poder volver a pelear por sus palabras. Era irónico cuan estúpido podía ser el corazón. Daba igual que lo partieran, él quería seguir yendo por la persona que lo había despedazado esperando ser reconstruido, aun siendo una misión imposible. En cierta medida Nayeon era igual que ese órgano, ella era la encargada de su propia destrucción.

Durante el aseo se había percatado que apenas tenía marcas de la última paliza. Esa chica pegaba como una niña... ¿Cuántos años tendría? Estaba convencida de que no podía ser mayor que ella. Era una niña. Ambas lo eran para ese mundo.

Entre divagaciones se imaginó cómo sería la situación invertida. Cómo sería si ella fuera la guardiana y Mina la reclusa. Multitud de imágenes invadieron su imaginación, pero todas ellas quedaron eclipsadas ante una que la hizo interrumpir su fantasía. Se había ruborizado por completo al pensar en la posible escena de la bañera.

Sería mejor que comiera algo, su cerebro debía necesitar alimento porque no era normal que pensara tantas tonterías.

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- Tenemos problemas, señor – tragó saliva – Desde ayer por la tarde no somos capaces de localizar a Matthew. Dio esquinazo a nuestros hombres y no parece haber regresado a su casa ni a los otros dos puntos que conocemos – Minhyun pronunciaba estas palabras con miedo, sabía que su jefe no se tomaba las malas noticias demasiado bien.

Por suerte el teléfono interrumpió la posible respuesta del jefe de los yakuza. Minhyun respiró aliviado al ver como su jefe contestaba al aparato.

- ¿Diga?

- ¿Señor? Creo que estábamos equivocados. La chica joven lleva sola dos días en ese sitio y acaba de salir de allí. No ha entrado nadie más por lo que el almacén tiene que estar vacío ahora mismo.

El jefe dudó. ¿Se habrían equivocado de verdad? Él había estado tan convencido de que Nayeon tenía que estar ahí encerrada... pero de ser así jamás la habrían dejado custodiada solo por una chica, y menos aún la habrían dejado sola. Para colmo el rubio aquel había desaparecido del mapa.

"Saben que los vigilamos" – pensó el jefe – "Tiene que ser una tapadera. Seguro que el almacén está repleto de trampas que sin duda fulminarán a mis hombres. No eran tan tontos los shinobu"

- Mierda, los han atrapado. Abandonen ese sitio, ha sido una pérdida de tiempo.

- Pero, señor ¿No quiere que entremos a revisar el almacén antes?

- ¡¿Acaso osas cuestionar mis órdenes?! ¡He dicho que se vayan de allí! – sonaba muy enojado.

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El día era tan soleado que parecía burlarse de Mina. Era una sátira cruel que un día tan magnifico le recordara la primera pregunta sin respuesta que le hizo la pelinegra. Suspiró, no podía seguir huyendo. Tenía que volver al almacén. Además pronto sería de noche y la coreana estaría hambrienta. No podía dejarla allí sola... quizás debió dejar la puerta del cuarto abierta para que escapara. Podía fingir que le había atacado y se había dado a la fuga, así no tendría que volver a verla y sentirse tan destrozada por dentro.

- Nayeon...

El simple hecho de pronunciar su nombre equivalía a una punzada en su corazón. No podía, no era capaz de pensar en el hecho de no verla nunca más. Si la dejaba escapar no volvería a verla en la vida.

Dio la vuelta. Ya era hora de volver.

Al llegar se quedó mirando la puerta de hierro durante un segundo que pareció eterno. Tenía que armarse de valor.

Fue a la cocina y le preparó algo rápido. No podía esperar más. Otra vez estaba delante de esa maldita puerta de hierro que las separaba. Su irrupción fue tan decidida que sobresaltó a Nayeon.

Le había tomado por sorpresa la entrada de Mina. A lo largo del día hubo tanto silencio que llegó a pensar que no había nadie ahí. La chica solía ser bastante tranquila pero no se separaba mucho tiempo de su violín, y hoy no había escuchado ni una sola nota de aquel instrumento, ¿Qué habría estado haciendo?

La miro inquisitivamente. No iba a flaquear. Ella era el enemigo.

La pelirroja le dejó la bandeja, pero, a diferencia de las últimas comidas, esta vez se quedó para verla comer.

Nayeon intentó mostrarse molesta para incomodarla y que saliera de allí, pero no parecía funcionar. Ella también parecía dispuesta a no rendirse.

Con una mirada le indicó que ya podía recoger y marcharse, pero Mina no lo hizo. En su lugar le lanzó, de forma suave, el libro de Ogawa.

Nayeon lo miró extrañada.

- Ya te he dicho que no lo quiero. Vete a leerlo lejos de aquí. – aunque Nayeon no lo soltó.

Mina tragó saliva. La pelinegra le había retirado la mirada, pero ella estaba dispuesta a hacer todo por recuperarla. Dio un paso al frente.

- Hoy hace un día muy soleado.

Nayeon se volteó hacia ella. Definitivamente esas palabras habían logrado intrigarla, ¿qué intentaba?

- Ya conocía a Yoko Ogawa. Tenías razón, me gusta mucho. Estaba terminando de leer su novela la noche que te trajeron, pero se me mojó y no pude leerla hasta más adelante, cuando compré el ejemplar que tienes en las manos.

Mina titubeó. Nayeon la observa fijamente y eso la ponía más nerviosa aún.

- To-toco el violín desde que era niña. Me... me ayuda a expresar lo que no puedo decir con palabras. Nunca he hecho un dueto con nadie pero me encantaría poder hacerlo algún día para poder dejarme llevar por la unión de las notas y sentir que no estoy tan sola – sus mejillas se pusieron coloradas – Creo que, en cierta medida, es una experiencia similar al acto sexual... es bastante íntima.

Creía que le iba a dar un ataque cardíaco. Su corazón palpitaba muy despacio y a la vez demasiado deprisa. No podía aguantar que esos oscuros ojos no cambiaran de expresión.

- Y como ya acertaste me llamo... - un último empujón – Me llamo Mina.

Volvió a tragar saliva. La pelinegra no había modificado ni un ápice su rostro. Ya era tarde para responder esas preguntas. Fue una estúpida por creer que sincerarse cambiaría algo. Sería mejor que saliera de ahí antes de perder lo poco que le quedaba de dignidad, Nayeon no iba a volver a dirigirle la palabra nunca más, tenía que asumirlo. Ella nunca iba a dejar de estar sola.

Abandonó el cuarto sin mirar atrás, pero antes de que pudiera cerrar la puerta sintió la mano de la pelinegra rodeando con fuerza su muñeca. Tiró de ella con fuerza y la empotró abruptamente contra la pared, quedando cara a cara a tan solo unos centímetros de distancia. Los ojos de Nayeon expresaban rabia.

Se detuvo el tiempo, reinó el silencio. Mina sintió como se aceleraban sus pulsaciones.

"Mierda, ¿Qué va a hacer? Solo a mí se me ocurre bajar la guardia estando desarmada. Encima estoy sola... nadie va a venir aquí hasta mañana... podría matarme y pasarían horas hasta que alguien se diera cuenta. O peor... podría dejarme viva y escapar" pensó la japonesa.

Mina no paraba de pensar en las miles de cosas que Nayeon podría hacer ahora que la tenía a su merced. Estaba tan paralizada por el pánico que no era capaz de defenderse. La pelinegra podía vengarse e irse de allí para no volver nunca más.

Podría. Pero lo que Nayeon hizo no tuvo nada que ver con los pensamientos de Mina. Nayeon sujetó los brazos de la pelirroja poniéndolos en cruz en la pared, y antes de que Mina pudiese hacer algo la besó. La besó con todo su cuerpo y su alma. La besó con fuerza y brusquedad. La besó con una pasión que no había experimentado nunca.

Mina se sorprendió al probar los labios de Nayeon pero no opuso resistencia. Se dejó llevar y a falta de brazos abrazó a la pelinegra con las piernas y la aprisionó contra su cuerpo para restregarse en ella mediante el movimiento de sus caderas. Ardía de placer.

De vez en cuando separaban sus bocas para poder tomar aire, pero apenas duraban unos segundos antes de retomar el juego salvaje de sus lenguas. Poco a poco liberó los brazos de Mina, y éstos, de forma natural, se agarraron con ímpetu al mentón y a la nuca de Nayeon. Dejó de mantener el peso de la pelirroja en la pared y la cargó por completo para poder desplazarse y aterrizar en el colchón.

En sus anteriores experiencias ella siempre había sido la dominante, pero esta vez estaba disfrutando de estar siendo completamente dominada. El goce que le hacía sentir la pelinegra era incomparable a todo lo que había experimentado a lo largo de su vida. Era increíble dejarse llevar por sus manos. Y con esas manos que ejercieron de guía se dejó desnudar.

Nayeon estuvo a punto de perder el control al verla desnuda. Era tan jodidamente magnifica que durante unos instantes perdió el sentido de la realidad, pero Mina se encargó de devolverla a la escena al mordisquearle el cuello y clavarle las uñas en su espalda. No se había dado cuenta siquiera de que la pelirroja ya le había quitado toda la ropa. Pausó un momento para contemplar esos ojos que tanto misterio ocultaban. Por primera vez era capaz de ver a través de ellos. Ella no podía estar mintiéndole, y Nayeon no podía no perdonarla.

Mina era consciente de que estaba siendo examinada. Sus nervios aceleraron de por si su ya agitada respiración. Esta vez no iba a ocultarse tras una máscara, esta vez iba a ser simplemente Myoui Mina, y así quiso mostrárselo a la pelinegra.

Esos largos segundos aceleraron la excitación de ambas. Seguían mirándose fijamente, adentrándose en el interior de la otra, dejándose desnudar por dentro. Nayeon se rindió ante ella. Desconectó el cerebro y dejó que sus manos y sus labios tomasen el poder, y así se perdió por completo en la japonesa.

Esa noche la música vino dada por los gemidos de ambas. Mina había conseguido el dueto que tanto anhelaba.