Pista 55. Total eclipse of the heart

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Aunque Amelia no era muy de polvorones y mantecados tan típicos de las fechas navideñas, el riguroso control físico que debía llevar para mantener la figura de cara al nuevo musical tampoco le dejaba disfrutar plenamente de las comilonas de esos días. Sabía que, después de algún día en el que, como en cualquier otra casa, había comida como para sobrevivir una semana sin necesidad de cocinar, le tocaba quemar esas cuantas calorías de más en la sala de ensayos para no tener ningún problema con el vestuario, especialmente con aquellos que estaban hechos a medida y tenían poco margen de error a la hora de enfundarse en ellos.

Esta Navidad era la cuarta que pasaba en Madrid, y ninguna de ellas había sido igual que la anterior: la primera de ellas sola, la segunda en familia, con los Gómez y la sorpresa de su madre, en la tercera, Natalia había conseguido convencerla para pasar unos días con ella y su familia tras haber rechazado la invitación de Marcelino para estar con ellos a pesar de la separación con Luisita y, en la última, con el ajetreo debido a los ensayos, no se había dado cuenta de las fechas hasta que prácticamente estuvo sentada en el salón de los Gómez para la cena de Nochebuena.

También, los nervios provocados por la situación de su madre en Zaragoza hasta que llegó a Madrid no le habían dejado celebrar la Navidad a solas con Luisita como habían hecho la otra Navidad que compartieron juntas: en uno de los fines de semana que tuvo libres tras las semanas de rodaje de Amar eternamente y antes de empezar los ensayos del musical, la morena volvió a su ciudad natal para ver qué tal iba la recuperación de Devoción después de la operación de apendicitis.

- ¿Has venido sola? – preguntó Devoción al verla aparecer sin Luisita cuando se encontraron en la estación de tren.

- Sí. Luisita tiene trabajo – respondió sin dar más detalles. – ¿Cómo estás?

- Bien, no tengo molestias y la cicatriz casi no se nota.

- Lo importante es que estés bien. La cicatriz es lo de menos, mamá.

- ¿Quieres ir a casa? Tu padre está fuera y no volverá hasta la tarde, Amelia.

- No, prefiero no ir. He venido a verte, a ver qué tal estás.

- Está bien – cedió sin intención de forzar más. – Si quieres podemos ir a la cafetería que está detrás de la plaza de la catedral, a la que íbamos cuando eras pequeña a tomar chocolate con churros los domingos por la mañana, ¿te acuerdas?

- Sí – dijo sonriendo. – Siempre terminaba con toda la cara llena de chocolate.

- Y el jersey – añadió Devoción. – Raro era el día que no lo manchabas también – rio la mujer.

Amelia y Devoción cogieron un taxi para llegar hasta las inmediaciones de la Plaza del Pilar y dirigirse desde allí a pie hasta aquella cafetería en la que tantas mañanas de invierno habían disfrutado de un chocolate caliente.

- Bueno hija, ¿y qué tal en la novela con los Extremeños y las chicas? Bueno, y todos claro – se interesó la mujer por el último trabajo de su hija después de haber pedido al camarero.

- Pues muy bien. La verdad es que son encantadores. Todos me trataron muy bien, desde el primero hasta el último, pero con quien más he estado ha sido con Luz y con Lucía, las dos chicas. Se han portado muy bien conmigo y he podido aprender mucho de ellas, aunque haya sido poco tiempo – Amelia no quiso aventurar nada de la oferta para la siguiente temporada a su madre por el momento.

- Ay, qué ganas de verte ya en la televisión – expresó emocionada. – Estoy muy orgullosa de ti, hija – dijo apretando su mano cuando el joven les dejaba dos tazas de chocolate humeante y churros sobre la mesa.

Cara B - [A Luimelia playlist]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora