Capítulo 49. Borrarla

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Alessio 

El sudor corría por mi frente y la rabia se apoderaba cada vez más de mí. Azotaba a Deyna como la perra que era. La muy maldita lo disfrutaba. En mi cabeza solo se proyectaban una y otra vez aquellas imágenes de Gina. Por eso insistió tanto en marcharse anoche. No sabía cómo fui tan estúpido para confiar en ella, pero sí sabía que su coño caliente y apretado me había trastornado. Aquello me desenfocó por completo y me arrepentí total y rotundamente de haberle quitado a la persona que contraté para que la vigilara.

La penetré duro por el culo y ella solo se quejó. Estaba acostumbrada al sexo anal. Esta mujer no tenía límites y eso era ventajoso para mí. Quería verme en acción, ver al maldito animal que había dentro de mí, uno al que le rompieron el corazón por segunda vez. Salí de ella y me derramé sobre su culo. Podía escuchar lo complacida que estaba. Me daba asco mirarla, así que me encerré en el baño.

—Ese eres tú —la escuché decir—. Pensé que estabas entregado a Gina, pero los viejos gustos nunca mueren. —Impacté mi puño contra la pared. Mis nudillos comenzaron a sangrar.

Quería que cerrara la maldita boca de una buena vez.

—Puedes irte ya —espeté con frialdad—. Si te necesito, te llamaré.

La oí quejarse y luego sus pasos se perdieron en el pasillo.

Me miré en el espejo; una estúpida lágrima rodó por mi mejilla. La aparté con rabia. Me prometí no llorar nunca más, pero esto me dolía como la mierda. Golpeé la pared en repetidas ocasiones y un grito escapó de mi garganta. Al parecer, estaba maldito. Estaba destinado a ser un desgraciado el resto de mi vida. Aun con todo lo que había visto, quería correr a abrazarla, tenerla entre mis brazos y susurrarle al oído cuánto... Salí de la habitación apartando aquellas estupideces de mi mente y cerré la puerta con un estrépito.

Alexander esperaba por mí en el recibidor.

—Creo que es manía tuya estar desnudo.

—No me jodas —mascullé.

—¿Eso es sangre? —Se acercó.

Contemplé mi mano y no le di importancia.

—Me pondré un vendaje. Estaré listo en veinte.

Él se acomodó en uno de los muebles.

Las lágrimas se confundían con el agua y comenzaba a sentir una opresión en el pecho que me quitaba la respiración. Quería lastimarla, hacerla sentir este dolor. Quería que ella viera a la bestia que había dentro de mí. Sin embargo, pensar en lastimarla hacía doler mucho más mi corazón. Aquello aumentaba mi enojo, pero eso me pasaba por poner el corazón por encima de la razón.

—Justo a tiempo —dijo con sátira.

Le regalé mi cara de desgraciado y me dirigí a la salida.

El tráfico de aquella mañana estaba de los mil demonios y parecía como si todo apuntara a cómo me sentía. Miré mi teléfono sin poder evitarlo y me percaté de que tenía una llamada perdida de Gina. Mi corazón palpitó con rapidez y me sentí como un perfecto idiota. Me enamoré de la inocencia, de un disfraz.

—Tienes que ir al salón de ensayos. Se preparan las nuevas modelos. —Observé a Alexander de manera despectiva—. Te lo advertí —añadió—. Mujeres como ella solo sirven para ser usadas.

Me aproximé a él y lo tomé por el cuello de la camisa.

—No te atrevas ni siquiera a mencionarla.

Me sostuvo la mirada; no pestañeó en ningún segundo. Se acomodó la camisa y tomó una larga respiración.

Lo que no me esperaba eran sus siguientes palabras.

—Estás realmente enamorado de ella —gorjeó. Más que una pregunta, era una confirmación—. Soluciónalo, porque no limpiaré tu desastre.

El vehículo se detuvo frente al edificio empresarial. El chófer se apresuró a abrirme la puerta y salí sin esperar a Alexander. En mi rostro se notaba el enojo y lo confirmé cuando ninguno de los empleados se atrevió a saludarme. Al mirar a Crista, supe que tenía algo que decirme. Sus ojos delataban una preocupación que me hizo poner en guardia.

—¿Sí, Crista? —Me miró con sorpresa y apartó rápido sus ojos de los míos.

—Llamaron de la cosmética. Al parecer, Gina no está bien.

Podía sentir la preocupación de mi empleada. Crista no era como las demás.

—¿Y eso a mí qué me importa? —le pregunté con frialdad.

—Lo siento, señor Lombardi —respondió avergonzada.

Levantó el teléfono y habló en voz baja.

Me encerré en mi oficina y apreté el puño tan fuerte que los nudillos se me pusieron blancos, pero ¿por qué me preocupaba? ¿Por qué sentía esta angustia en mi pecho? Si lo único que merecía aquella mujer era mi desprecio y que la odiara por traicionarme.

De pie en medio de aquellas cuatro paredes tomé la decisión de borrarla para siempre de mi vida.

La Oscura Obsesión de Alessio✔ (Libro #1 serie Oscura +18) Disponible en AmazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora