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Para una persona normal, era un día común y corriente en Madrid, con aquel sol encargándose de hacer que un calor se apoderase de la ciudad, las nubes que parecían de algodón, se encargaban de decorar de una forma hermosa el cielo.


Raquel se encargó de mirar por la ventana, apretando los dientes. Joder, odiaba los días soleados. No había algo mejor que un día con lluvia, aunque, a veces se le arruinaba el secado de cabello. Bueno, ¿y eso importaba? No. Tenía dinero, podía ir a la peluquería todas las veces que quisiera, cuando quisiera. Comenzó a caminar por la sala de la casa de sus padres, observando aquella decoración antigua, en donde había vivido toda su infancia.


Aquel olor a un verdadero hogar hizo que en su rostro se posara una mueca de desprecio.


Odiaba eso, odiaba que se le recordase lo que ella no tenía; un hogar.


La puerta se abrió, dejando ver a su madre, la cual venía con algunas bolsas de mercado. Raquel se quedó al lado de la ventana, impasible, mirándola con gesto adusto.


-Hola.-Dijo secamente.

-¡Mi niña!-Exclamó su madre, dejando las bolsas en el mueble, corrió a abrazarla.

-Hola.-Repitió ella, tratando de alejarse después de plantarle un beso en la mejilla.

-¿Qué haces aquí?-Preguntó dulcemente. Raquel se encogió de hombros, caminando hasta la mesa que se ubicaba en el centro, tomando una de las antiguas fotos en las cuales salían Bárbara y Rodrigo felizmente casados. Sus padres. Suspiró. Los envidiaba.

-¿No puedo venir?-Le retó.

-Por supuesto que sí Esta es tu casa.-Dijo con una sonrisa tímida.- ¿Cómo has estado, mi niña?-Volvió a preguntar, acercándose a ella. Le retiró el fleco castaño oscuro que caía por la mitad de su frente, incluso tapándole el ojo. Raquel apretó los dientes, sabiendo que ahora la cicatriz que cruzaba la parte derecha de su rostro, comenzando en la frente y terminando en su mejilla, estaba expuesta.

-Suéltame, mamá.-Forcejeó con su madre, hasta que ella la soltó.

-Lo siento-Bárbara, la señora de sesenta años, parecía realmente consternada.

-Te dije mil veces, que no me toques el cabello.-Ella volvió a colocar su fleco sobre su frente, y la parte lateral de su rostro.

-Discúlpame-Contestó con dolor, aquel dolor que se producía en su corazón cada vez que Raquel le hablaba de aquella forma. Su hija la hería.

-Me voy.-Le informó con desdén, acercándose a la puerta mientras tomaba su bolso.-Sólo quería ver a papá.

-Raquel, estás muy alterada, por favor

-Conduce con cuidado si, me has dicho esa maldita frase un millón de veces.


Bárbara se quedó allí, observando como su hija se iba de la casa dando un fuerte portazo Hacía tres años que la dulce Raquel había desaparecido, dejando a cambio a una Raquel totalmente amargada, ruda y mal hablada. Era una de las mejores abogadas del estado precisamente por ser así. Había cambiado totalmente, tanto en el aspecto físico como emocional. Su cabello, que antes era rubio, ahora era negro con el fleco Oh, Dios santo, ese fleco Raquel prefería morir antes de apartarse aquel pedazo de cabello de la cara.


Su hija había comenzado a comprar ropa exclusiva en las boutiques más caras de la ciudad, ahora se vestía de una manera totalmente sofisticada, prefería ser torturada a dejar de usar sus tacones. Su auto era último modelo. Su maquillaje Dios santo, se le veía bien, pero a Bárbara no le gustaba ver a su pequeña así, le daba un aire maquiavélico, esa sombra tan fuerte y oscura en los ojos Parecía ruda, despiadada. Aunque, dudaba que en realidad no fuese eso.

...

Engaños de un amor (Serquel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora