19.

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Esperaba que Raquel no lo matase en cuanto recobrase la consciencia. La dejó recostada en el mueble de aquel lugar abandonado mientras se quitaba aquel pasamontaña. Se encargó de cerrar con llave todas las ventanas y todas las puertas que existían en aquel lugar; básicamente era una pequeña casita o cabaña de dos pisos, y si bien Raquel podría tratar de escapar por varios lugares, él no lo permitiría.

Y si bien trataría de gritar, nadie la escucharía.

Aquella cabaña se encontraba en medio de la nada, literalmente hablando. Y los únicos que podrían escucharla serían los animales del bosque. Así que, si quería dañar sus cuerdas vocales, adelante.

**

Abrió los ojos con lentitud, sintiéndose mareada. Se llevó una mano a la frente, y poco a poco ante ella quedó una imagen con una nitidez decente. Miró al techo, el techo de madera y frunció el ceño; el techo de su cuarto era blanco. Pero no estaba en su casa.

Se incorporó bruscamente en la cama, sintiendo un fuerte dolor de cabeza. Soltó un quejido preguntándose qué demonios le habría pasado. ¿En dónde estaba? ¿Por qué no estaba en su casa?

Recordó como alguien la agarraba por la cintura y le tapaba la boca con algo...

La habían secuestrado.

Raquel se colocó de pie con sumo cuidado, tratando de no hacer ruido. Se encontraba en una habitación decorada con aquel aire de campo, sólo una cama matrimonial en el medio, una cómoda, y un espejo. Caminó hasta llegar a la puerta de la habitación, y si bien pensaba que ésta estaría cerrada, se sorprendió al darse cuenta de que estaba abierta. Salió de aquella habitación, encaminándose por el pasillo y comenzando a bajar por las escaleras, si tenía suerte podría salir de allí antes de que, quien quiera que fuese la hubiese secuestrado, se diese cuenta.

Llegó a aquella puerta enorme, tratando de abrirla y maldiciendo al darse cuenta de que estaba cerrada con llave. Se aproximó a una de las ventanas que se encontraba allí, la cual también estaba cerrada, entonces ¿por qué no romperla?

Escuchó un silbido que parecía provenir desde una de las habitaciones de aquella especie de cabaña. Maldita sea, ¿sería él? Raquel tomó uno de los leños que se encontraban en la chimenea. Bien, si tenía que defenderse, lo haría. Comenzó a caminar con paso vacilante hacia cualquiera que fuese el lugar en donde silbaba aquel criminal, poco a poco se fue dando cuenta de que era la cocina. Ahogó un grito al darse cuenta de que allí estaba precisamente un hombre, cocinando algo en un sartén, estando prácticamente en shorts y en franelilla, parecía muy a gusto, como si no tuviese a una mujer secuestrada en el piso de arriba.

El leño se le cayó de las manos cuando él volteó a mirarla, y lo reconoció.

-¡Sergio!-Le gritó al verlo.

-Veo que ya despertamos.-Dijo él con una sonrisa.-Dormiste toda la noche, ya te estoy preparando el desayuno.

-Estás loco.-Comentó ella, mirándolo mientras abría los ojos como platos.- ¿Por qué? ¿Por qué me trajiste aquí?-Preguntó, recuperándose un poco. ¿Aquello podría ser cierto? ¿Su ex esposo la estaba secuestrando? Que se la tragase la tierra.

-Necesitaba tiempo para estar contigo a solas.-Comentó, mientras colocaba aquellos huevos revueltos en un plato.

-¿Y no se te ocurrió preguntarme?-Lo siguió por toda la cocina.- ¡Esto es secuestro!

-Estás equivocada.-Le dijo, acariciándole la nariz rápidamente.- Secuestro es en contra de la voluntad de alguien, tú nunca me dijiste que no, así que

-¡Porque no me preguntaste!-Le interrumpió.

-Porque sabía que ibas a decir que no, así que Venga ya, a comer tu desayuno.-La animó, sirviéndole aquel plato con un vaso en el comedor. Raquel lo siguió hasta volver a quedar cara a cara con él.

Engaños de un amor (Serquel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora