28.

529 33 2
                                    

Su mano temblaba considerablemente. ¿Debido a qué? ¿A la rabia, quizá? ¿O al dolor? Con suerte logró introducir la llave en la ranura correcta, la giró y el motor rugió al encenderse. Cerró la puerta con seguro, mientras se preparaba para emprender la marcha. Justo antes de emprender su viaje a toda velocidad, Sergio comenzó a golpear la ventana.

**

Nunca en su vida se había sentido tan estúpida, pensó mientras apretaba el acelerador y cambiaba de velocidad. La lluvia repiqueteaba con brusquedad por todo el auto. Observó como la carretera estaba sola y oscura, apretó el volante con rabia mientras hacía que el motor rugiese.

Ojalá ella resultase muerta, volvió a pensar mientras aceleraba aún más. Aunque, ahora si lo sopesaba más, ya estaba muerta. Muerta en vida pero muerta al fin. Sin el amor de su vida, una parte de su corazón estaba muriendo con lentitud. ¿Cómo había pasado aquello? Sergio le había arrebatado la felicidad en un solo segundo, en un solo parpadeo. De la noche a la mañana había dejado de ser el esposo perfecto para convertirse en un monstruo que la lastimaba con lentitud.

La había enamorado durante tantos años para después lastimarla en un solo segundo. Para después decirle miles de mentiras en un segundo.

Y ahora, si no quería terminar peor de lo que ya estaba, tenía que alejarse de él. ¿Pero, cómo lo haría si su corazón aún lo llamaba en silencio? Estaría unida a Sergio hasta el día que muriese. Y, aunque quería negarlo, lo seguía amando.

¡Aquello debía ser considerado masoquismo!

Amaba a un hombre que sólo la lastimaba. Que solo la hacía llorar.

Deseaba no recordarlo por el resto de su vida.

Deseaba poder borrar todo sus besos de su piel, su aroma de su memoria, y sus palabras de su recuerdo.

Deseaba olvidarlo a él.

**

¿Qué había hecho?

O, ¿Qué había dicho?

Sergio comenzó a golpear la pared de la cabaña con rabia; había vuelto a perder a Raquel.

La había perdido dos veces.

Y las dos veces habían sido por su culpa.

Con el pasar de los años había entendido la magnitud de su error, de su mentira. ¿Por qué no se había atrevido a decirle la verdad a Raquel? Sabía lo noble que era ella. Y también sabía que Raquel jamás se habría quejado al tener que cuidarlo después de las quimioterapias. Entonces, ¿por qué la había alejado?, ¿Por qué le había roto el corazón de aquella manera?

Porque no quería darle lástima a la mujer a la que amaba.

Pero ahora, gracias a su orgullo había perdido el amor de Raquel. La había perdido a ella. Sus lágrimas comenzaron a resbalarse por sus mejillas.

Él nunca lloraba. Y varias veces había dicho que jamás lo haría por una mujer.

Pero Raquel no era una simple mujer.

Era la mujer de su vida.

Y ella ahora no lo amaba.

Él había matado ese amor. ¿Cómo recuperarlo? ¿Cómo...? Jamás lo lograría. Raquel estaba tan o más herida que él.

-No tienes idea de cuánto te amo, Raquel.-Le susurró al bosque, como si en éste se encontrara aquella mujer que era la culpable de sus lágrimas.-No tienes ni idea.-Repitió.

Pero, si lo sopesaba bien, Raquel no era la única culpable allí, no era la única victimaria. Claro que no. Allí el principal verdugo era él.

Él era el culpable de toda aquella situación.

Él era el culpable del dolor de ambos.

Sólo él.

Engaños de un amor (Serquel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora