2.- La herida de bala

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Conway estaba en su despacho tomando un café, era un día tranquilo.
Se encontraba pensando en las palabras de Volkov, quizá es verdad que tenía que tratar mejor a Fred. Bueno, en sí, a los dos, a Fred y a Dan. Ya que increíblemente, aunque no lo parezca, últimamente habían hecho horas extra sin pagar más, y todo les salía bastante bien.

- Son unos capullos... —susurró para sí mismo.— Pero hacen un buen trabajo.

Abrió su ordenador. Tenía acceso a las cámaras de seguridad. Vio por los pasillos cómo Gustabo iba de un lado hacia otro.

- ¿Pero que cojones hace?

Encendió su radio.

- Fred, a mi despacho.

°✓

El rubio sólo podía pensar qué cagada había cometido ahora.
Llegó al despacho de su superior y tocó la puerta.

- Pasa.

Al escuchar esto, entró al despacho.

- A ver, siéntate.

El ojiazul estaba nervioso, hizo caso y se sentó en la silla de frente al superintendente. Hubo un silencio incómodo mientras Jack se encendía un cigarro y lo ponía en su boca, Gustabo, decidió romper este silencio.

- Dígame, intendente ¿Para qué me has llamado?

El mayor dió una calada al cigarro.

- ¿Qué coño haces paseándote por los pasillos cómo un puto loco?

Fred tragó saliva. Definitivamente, se iba a llevar una bronca.

- Yo...

- ¿Tú...?

- Perdóname súper, llevaba tanto papeleo en la mano y no sé en qué momento se me han perdido algunas hojas... las estaba buscando.— Gustabo cerró los ojos. Se esperaba algún que otro porrazo, o mínimo unos gritos.—

Jack suspiró tratando de calmarse.

- ¿Qué coño has perdido?

- Los informes de lo de los basureros.

Jack se empezó a reír. Gustabo lo miraba muy extrañado y con temor, ya que sentía que en cualquier momento recibiría un golpe. Conway al dejar de reírse abrió su cajón y sacó unos papeles. Se los acercó al menor.

- ¿Son estos, capullito?

El "capullito" estiró la mano y agarró los papeles, los observó atentamente.

- Oh, pues sí... Son estos.

Otro silencio incómodo se adueñó de la habitación

- La próxima vez que te obligue hacer doble papeleo coge todos los papeles. No sólo la mitad. — Dijo el pelinegro acabándose su cigarro.—

- Perdóneme, superintendente.

- Qué anormal eres.

¡Eres un capullo! Pero te quiero... - IntenaboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora