13. Cuando Romeo solucionó.

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–¿Me das cuatro cervezas chicas? –Eugenia se acerca al mostrador donde Delfina está acomodando el dinero de la caja.

–Sí... –le responde después de tres segundos. Cierra la caja, va hasta la heladera, saca cuatro botellas y las destapa antes de entregárselas– ¿Cómo está todo con las chicas?

–Bien –pero Eugenia está de pocas palabras y acomoda las manos para que ninguna botella se le resbale de camino hasta donde están sus amigas esperándola.

–¿Podemos hablar, Euge? –Delfina se inclina un poco hacia adelante y baja la voz. Sus compañeros de trabajo pasan por detrás porque están atendiendo a los clientes que esa noche se acercaron a divertirse.

–No sé. ¿Tu mamá te deja? –le cuestiona y Delfina pone los ojos en blanco– preguntale antes, no vaya a ser cosa que cuando se entere tengas que volver a tirarme adentro de un baño.

–Dejá de martirizarme por eso –la tironea del buzo antes de que Eugenia se vaya– ya sé que me equivoqué, pero fue la reacción que pude tener en el momento. Perdoname.

–Me molestó, Delfina –y ella también baja la voz porque no le gusta que los demás escuchen– no me gusta que me escondan y menos que le prometan a otros que no hablen conmigo. Sé que tengo un carácter de mierda y que a veces puedo ser difícil, pero eso no significa que me maltraten.

–Ya lo sé –Delfina se muerde el labio porque siente mucha culpa y le agarra una mano porque no quiere que se vaya a ningún lado– estuvo mal todo lo que hice durante éste tiempo, pero tampoco fue fácil para mí. Yo tenía una vida heterosexual muy bien definida –comenta con un humor que Eugenia reconoce y por eso esboza una risa– y más allá de que pase el tiempo, nunca va a ser fácil ese momento en el que le contemos a nuestros padres que estamos saliendo con una persona de nuestro mismo sexo.

–Lo sé, yo también lo viví, Delfi. Y fue la respuesta de mi madre lo que me llevó a querer seguir desobedeciendo.

–Pero no todas estamos chifladas como vos, Euge –agrega– nunca lo hice porque quería ocultarte, siempre fue para cuidarte porque conozco a mi mamá y puede tratarte muy bien cuando le caes bien, pero puede tratarte muy mal cuando le caes mal. Y haberle dicho que tiene el pelo de un cocker la primera vez que la viste no fue la mejor manera de dar la bienvenida –y Eugenia expulsa una risa que la contagia.

–Perdón por no saber manipular el sincericidio.

–No tenés que pedir perdón porque estoy enamorada de eso –dice, y Eugenia sonríe hasta que se le iluminan los ojos– ¿Me perdonás? –cuelga el cuerpo sobre el mostrador y se acerca un poco más para susurrarlo– dale, porfi. No me gusta que estemos peleadas.

–Quizás un poco –responde actuando interés y Delfina se muerde el labio– voy a seguir analizándolo... –pero Delfina termina con la distancia y le roba un beso. Eugenia queda suspendida en el aire con los ojos cerrados y los labios en trompa– quizás necesite un poco más de análisis... –insiste. Delfina ríe y vuelve a besarla– un poco más –otro beso– ahora creo que está mejor. Igual tengo que seguir estudiando el campo... –comenta retrocediendo hacia atrás con las botellas. Le guiña un ojo y Delfina sonríe.

Eugenia regresa a la mesa donde Lali y Candela están sentadas esperando su turno para continuar jugando al bowling. En realidad, no tienen ganas de jugar, pero fueron al Hard Rock porque necesitaban dispersar el dolor de Lali que ahora está con medio cuerpo acostado sobre la mesa y los ojos angustiados de haber llorado desde que salió de su casa hasta que fue a buscar a sus amigas. Eugenia deja las botellas en la mesa y, de inmediato, Candela agarra una para tomar un trago largo. Tan largo que no mete pausa y un poco de líquido se le escapa por la comisura hasta mancharle la remera. Ella también tiene penas de las que hacerse cargo y cree que el alcohol a veces la ayuda bastante a olvidarlas.

MAMIHLAPINATAPAIWhere stories live. Discover now