3. Cuando las chicas quisieron divertirse.

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Lali está sentada en el medio de la cama de dos plazas, vestida con su camisón de rayas rojas y amarillas, las piernas cruzadas, el pelo suelto pero desparramado y mirando fijo el celular. Otra vez el número de Santiago volvía a escribirle un mensaje. Otra vez le preguntaba cómo está pero un minuto después le escribió un texto extenso en el que no tuvo problema en echarle el porcentaje más alto de las culpas y en donde en el último renglón recién leyó un "Perdón". Minúsculo, pequeño, sin sentido, que no condicionaba con todo lo escrito anteriormente. Entonces ella se enoja, se le enfría el pecho y endurece todos los músculos hasta que los dedos empiezan a escribir por inercia. Son rápidos, como si no pensaran al moverse, como si hubieran estado reprimidos durante todos éstos días para no gritar en mayúsculas cuánta bronca tiene por haber finalizado esos diez años de relación. O los nueve años con trescientos sesenta y tres días.

−Buenos días... –Candela aparece por una puerta que es la que comunica a las habitaciones. Todavía usa su camisón de seda largo hasta los pies. Eugenia la escolta cepillándose los dientes y con un enterito blanco que es un conejo porque en la capucha tiene las orejas largas cayéndole por los costados.

−Buenos días –Lali responde sin mirarlas porque está concentrada en su texto. Candela va a correr las cortinas para que entre la luz del día y se queda colgada en el paisaje que ya parece una obra de arte.

−¿Te volvió a escribir? –Eugenia cae sentada al lado de Lali y espía la pantalla.

−Escuchá lo que me pone –y desliza con el dedo para buscar el comentario de él– "Hubiera estado buenísimo que en vez de escaparte como una adolescente, intentes buscarme para resolver las cosas como adultos. Vos pensaste que después de casi diez años de novios yo iba a ser un poco más comprensivo respecto a tu rutina laboral, pero yo pensé que vos después de casi diez años de novios ibas a luchar un poco más por lo nuestro" –y toma un montón de aire para no gritar ni revolear el teléfono por el balcón– yo tengo que ir a buscarlo, yo tengo que luchar por la relación, yo me equivoqué, yo tengo que pedir perdón. Yo, yo, yo, yo.

−No sé si está tan equivocado... −comenta Candela. Ambas giran rápidamente las cabezas para mirarla y juzgarla– no estoy de su lado –aclara rápido porque sino arderá Troya y Ushuaia– pero puedo torcer un poco el brazo hacia su lado cuando dice que podrían haberse juntado a charlarlo. Después de diez años juntos, creo que ya saben cómo resolver todo tipo de inconveniente.

−Me dijo en la cara que no hacía nada para mantener la relación por culpa de mi trabajo y que no valía la pena tanto esmero si al llegar a casa no aprovechaba para estar con él.

−Machirulo –susurra Eugenia mordiendo las cerdas del cepillo.

−No digo que tengas la culpa, ¿pero no podrías ir un poco hacia atrás y hacer una autocrítica? –Candela se sienta en la punta de la cama y habla con calma para no estresarla.

−Cande... −Lali esboza una risa sarcástica y baja apenas la vista– el último año de nuestra relación, yo llegaba casi a las doce de la noche a casa y la mayoría de las veces que él estaba nunca me esperó ni con la cena preparada. Y no lo digo por la cena, lo digo por todo lo que eso significa. Porque esa noche fue la cena, pero un viernes fue no ayudarme con un trabajo cuando le pedí el favor para hacerlo más rápido, un sábado fue encapricharse y salir solo porque yo tenía que estudiar y un domingo fue discutir todo el día porque cuando le dediqué diez minutos a nuestra relación para descansar y ver una película, me lo echó en cara –hace una pausa para tomar aire y deja caer el celular en el colchón– vos más que nadie tendrías que entenderlo porque vivís lo mismo. La diferencia está en que quién te acompaña lo hace perfectamente sin recriminártelo porque te quiere y es suficiente –pero Candela asiente despacito y después estira una mano para hacerle un mimo en el brazo.

MAMIHLAPINATAPAIWhere stories live. Discover now