14. Cuando fueron tres.

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Bueno... –Eugenia carraspea la garganta después de un silencio extenso y molesto– ¿Quieren que cante una canción? –propone. Lali, Peter, Elsa, Héctor y Candela se voltean a mirarla– solo fue una idea, está bien, no hablo más –y muerde la bombilla de su mate.

La asistente social visitaba a Romeo alrededor de una vez al mes, a veces dos. A demás de las llamadas a los adultos, de ayudarlos cuando el menor tenía una crisis y de monitorear el progreso, Julieta se había acostumbrado a no avisar antes de llegar y tanto a Peter como a Lali los desorbitaba porque cuando no estaban en sus trabajos, estaban en la residencia. Veces anteriores había interrumpido un paseo, una siesta muy anhelada y una clase particular que Lali atendió en su casa. Ésta vez le pareció adecuado llegar en medio de un almuerzo de domingo que Héctor había coordinado con antelación. Lo particular de cada una de las visitas de Julieta es que nunca son las más formales y agradables porque, así como una vez le tiraron crema y otro día la hicieron esperar más de cuarenta minutos porque estaban durmiendo, en ésta oportunidad la recibió Elsa que le recriminó el por qué viene cuando nadie la necesita y que no iba a poner otro plato en la mesa porque quedaba poca carne. Lali interviene rápidamente, vuelve a disculparse como cada vez y después le da el permiso de ingresar.

La entrevista que Julieta tuvo con ellos fue muy breve y también la sintieron poco cordial. Quizás está cansada de siempre ser recibida de mala manera. Pero la entrevista que vuelve a tener a solas con Romeo es tan extensa que los pone nerviosos. Ninguno puede volver a comer. El estómago de Lali empieza a doler y siente como la mano de Peter le presiona la rodilla. El silencio es sepulcral y por eso Eugenia quiere romperlo, pero le sale mal. Tampoco hubiera estado mal que cante, haga un chiste o inicie una conversación para molestar a Candela, pero ella también está un poco tensa porque durante ése tiempo se acostumbró tanto a Romeo que no le gustaría enterarse que cambió de opinión y quiere volver a Buenos Aires. Quince minutos después, escuchan los pasos que descienden por la escalera. Romeo vuelve a entrar a la cocina, se sienta nuevamente en su silla y roba el tenedor de Lali para seguir pinchando los trozos de su pollo a la parrilla. También le pide jugo a Candela y ella le sirve con movimientos lentos porque busca en la mirada del resto alguna respuesta a sus dudas. Es que ninguno la tiene y sorprende que él haya regresado con tanta naturalidad, como si en vez de haber estado conversando con una asistente social durante una hora, haya ido al baño.

–Bueno, me voy –Julieta queda parada bajo la arcada de la entrada de la cocina– que tengan buen provecho.

–Gracias. ¿Está todo bien? –pregunta Peter.

–Sí.

–¿No hay nada de lo que tengamos que conversar? –consulta Lali con una cuota de temor.

–No, chicos. Está todo bien.

–¿Puedo preguntar por qué tardaron casi una hora? –Elsa levanta la mano y el tenedor con un trozo de tomate y una hoja de lechuga– ¿O me estabas revisando la habitación?

–Abuela, por favor...

–Tardamos un poco más porque me estuvo contando unas historias –Julieta explica esbozando una risa.

–¿Qué clases de historia? ¿Le contaste lo que pasó en el jardín? –Candela se voltea brusca y mira a Romeo. Él sonríe y mastica– mirá, mocoso, ya vas a ver. Le juro que yo no tuve nada que ver ahí –se defiende frente a la ley– échenle la culpa a sus tutores que no estuvieron cuando debían –y mueve el dedo para señalarlos.

–No sé qué pasó en el jardín, pero no creo que haya sido nada que a él no lo haya divertido –dice– me contó historias muy lindas, por eso quise escucharlas. Está todo perfecto –agrega y mira a Lali y Peter– así que pueden quedarse tranquilos. Chau, Romeo.

MAMIHLAPINATAPAIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora