Conociendo a las compañeras de trabajo

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La semana previa al inicio de clases fue un momento de arduo trabajo en el equipo docente. Se iban de terminando los pasos a seguir durante el año y se organizaba- o intentaba organizar- las actividades de la cursada. Las preceptoras, en particular, se encontraban trabajando en la confección de unos carteles de bienvenida para las alumnas. Los diversos cuadernos y registros a usar durante el año habían sido comprados, foliados y guardados en los respectivos estantes, cajones y escritorios. Mientras llevaban adelante su labor la preceptora nueva charlaba, observaba y se hacía una idea acerca de la personalidad y la vida de sus colegas.

Edith, la jefa era la mayor de todas. Cercana a los sesenta años, estaba próxima a jubilarse. En algunas personas la jubilación era un acontecimiento que las ponía sobremanera ansiosas, y contaban los días y años faltantes para esa especie de vacaciones permanentes que era  la jubilación. En otras personas , sobrevenía la angustia por no saber que hacer con tanto tiempo libre que tendrían después de jubilarse. Mariel pudo adivinar que Edith no formaba para de ninguno de los dos grupos. Simplemente seguía trabajando al cual lo venía haciendo desde hacía años y la llegada de ese día no le importaba gran cosa. Divorciada y con dos hijas mayores que Mariel, tal vez deseaba la llegada de un nieto, pero tampoco se desesperaba por ello. Vivía en el presente, en vez de planificar cosas en un futuro, y tal vez eso le daba una cierta tranquilidad.

Ruth, por su parte era una mujer de cuarenta y tantos, cercana a los cincuenta. Soltera y sin novio, llevaba una vida de bastante soledad viviendo en un monoambiente del barrio de Congreso hasta que empezó a asistir a la iglesia evangélica, involucrándose fuertemente al punto de ser la principal asistente del pastor. Su devoción a la religión se incrementó al punto de llegar a un cierto fanatismo. Mariel veía a Ruth como su yo del futuro, como estaría o sería Mariel a los cincuenta años. Se veía sola, sin novio -nunca había tenido novio en su vida hasta este momento- y tampoco veía la posibilidad de tenerlo más adelante. En una de esas, hasta se volcaría con más fuerza a la religión para intentar llenar el vacío que podría llegar a tener su vida.  Igual para sentirse vacía Mariel no precisaba esperar a tener cincuenta años. Ya se estaba sintiendo vacía ahora, sin encontrar nada que la satisfaga o la hiciera feliz; y con una ausencia de pasión y de disfrute muy alarmante. Le pareció preocupante poder llegar a volverse con el tiempo una fanática religiosa como Ruth. Por el momento lo más parecido a eso que tenía era una gran devoción por San Expedito, del cual llevaba un prendedor con su imagen en la solapa de su blusa. De cualquier manera, consideró que no era algo probable. Para convertirse en un fanático hay que tener una cierta pasión por el objeto de fanatismo, y ella nunca había sido apasionada por nada.

Por último estaba Silvina con sus treinta y pico de años bien llevados y recién divorciada. Era más jovial que sus compañera mas viejas y Mariel consideró que más sensual también. Las uñas prolijas. bien maquillada y el pelo bien arreglado. Mas allá de un par de kilos demás, tenía una figura bastante atlética y una estatura media. Mariel consideró que podía llegar a tener la vida sexual más intensa de las tres compañeras. La imaginó yendo a bailar un sábado por la noche a las discotecas de solos y solas y diciéndoles que no a solterones de cuarenta y largos que se desvivían por una pieza con ella. Es que había algo de sex appeal en la figura y la actitud de Silvina, aunque bastante compensado con una prudencia y seriedad al hablar y actuar que impedían que se convirtiese en una máquina de seducir, una loba comehombres. Que en una escuela de adultos podría llegar a ser un problema, sobre todo con los alumnos varones.


La preceptora y las alumnas salvajesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora