"Como un pequeño gato perdido, entrando a la boca del tigre salvaje y depredador sin siquiera saberlo, todo como consecuencia de querer jugar. Así sería, ambos jugarían en esa noche fría y la luna sería testigo de aquellos amantes explorando sus cue...
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La oscuridad reinaba en la habitación donde se encontraban los dos cambia formas, las tenues luces de las lámparas posadas en las mesas de noche iluminaban ligeramente la espaciosa cama.
Sobre las mantas, un hombre marcado de cabello rosado pálido y un chico esbelto de ojos azúl marino, iniciaron un encuentro ardiente y lujurioso con aquella espléndida vista de la ciudad central de fondo, esta resplandecía bajo los cielos nocturnos.
Megumi agudizó los sentidos, olfateó las feromonas de calor esparcidas por todo el ambiente y la temperatura fría de la noche dentro de esas paredes ascendió de una forma abismal. Entendió que las abrumadoras y asfixiantes feromonas de calor que percibían su cuerpo, provenían del alfa tigre que tenía delante sonriendo descaradamente, dominando a su antojo la situación de ese momento.
Sukuna posicionado con la espalda recta, con sus rodillas y piernas flexionadas hacia atrás y entre las piernas del omega, apreció con suficiencia los nervios que afloraban notablemente de la piel de Megumi, los ojos azules oscuros le observaban con una profunda incertidumbre y un atisbo de dudas en ellos, anticipando los movimientos del alfa.
El alfa tigre levantó su mano izquierda para guiarla hasta su boca, con los dientes hizo el ademán de morder su dedo índice y atrapó entre ellos un pedazo de la tela de cuero negro, Sukuna tiró del guante de una manera lenta mientras no perdía de vista los ojos poblados de largas pestañas que poseía el azabache.
Megumi observó como el alfa le coqueteaba, provocándolo con actos tentadores. Sin embargo, se tensó y miró inquietante la mano que había sido descubierta por el tigre, la cual mostraba unas afiladas y puntiagudas garras pintadas de negro, para nada similares a las de un gato como las suyas que son más pequeñas y cortas.
Sukuna ignoró la pregunta angustiada hecha por el omega, llevó sus filosas garras al primer botón de la camisa blanca que aún vestía a Megumi para después empezar a desgarrar desde arriba hasta abajo con rapidez, rompiendo la tela haciendo que los botones se descocieran y fueran disparados. Prosiguió a hacer lo mismo con el pantalón, cortando la tela como un cuchillo y exponiendo la piel de porcelana que tanto adoraba.
La piel del omega de inmediato se erizó al sentir el roce de las puntas afiladas recorrer su pecho y parte de sus muslos, amenazando con rasguñar la delicada piel. El de orbes azules reaccionó tarde cuando su ropa se encontraba hecha pedazos por culpa del estúpido alfa.
—¡Ten cuidado maldito idiota!—.
Sukuna debía admitir que la mínima consideración que guardaba hacia Megumi estaba llegando al límite. Es decir, en un principio le causaba gracia y diversión el hecho de que el precioso gatito le insultase con tontos apodos, debido a que el felino lucía como un tierno minino gruñón.