CAPITULO 13

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La diabla. 

Marcello.

Le sostengo la mirada impasible a la mujer frente a mí, sin importarme cuantos cañones hay apuntando justo en mi dirección, tanto por parte de su gente como de la de Andrés Morales, el hombre al cual utilicé para llegar aquí. Por supuesto que no estoy en la ciudad desde hace días como le dije, llegué justo hace un par de horas a la espera de que la víbora frente a mí apareciera. Pudo haber tomado la delantera en Santiago al llevarse a Vittoria, pero ahora, estamos en la misma línea, cabeza a cabeza y por la mirada en sus ojos, escondiendo la duda, sé que ha llegado a la misma conclusión.

— No sé en que circo creen que están, pero mi casa la respetan, nojoda. —ni siquiera el disparo que salió del arma de Morales nos hizo retroceder, al contrario, el agarre en mi glock se hizo mucho más fuerte. —Marcello, Carissa. Bajen las armas, ahora. —gruñe entre dientes el castaño al aproximarse a nosotros con un arma en cada mano, apuntándonos.

¿Carissa? Claro, como no lo supuse. El maldito nombre lleva persiguiéndome varias noches.

Ella no cede, yo tampoco, y no precisamente por Morales.

—¿No me escucharon? 

Es ella quien toma la iniciativa y construyendo una sonrisa en su rostro, baja su pistola aventándola sobre la mesa junto a mí.

Suelto una carcajada antes de hacer lo mismo, pero guardándola en mi gabardina lentamente, tomándome el tiempo de colocarla de los nervios como sé que ha de estar por dentro.

Le hago una señal a mis hombres para que hagan lo mismo y los suyos lo hacen también tan pronto ella da un paso atrás dándole una mirada de soslayo al hombre junto a ella. Lo reconozco, lo he visto en algunas noticias y es mi deber saber quien es. Giulio Sartori, el que supongo debería ser el nuevo Don de la CAOV. Me intriga saber el motivo por el cual cede ante ella, pero ya tendré tiempo de averiguarlo cuando estemos solos.

—¿Qué haces aquí, Marcello? —Enarca una ceja, cruzándose de brazos tratando de verse relajada y casi me creo su teatro. La sonrisa no se va ni en su cara ni en la mía, lo que nos coloca aún más alerta.

—Andrés. —Me giro al hombre cuyas armas ya no están a la vista y le tiendo la mano sabiendo que ofendí su casa al armar esto aquí. Lastimosamente, era esto o invadir su finca—. Una disculpa.

—¿Se conocen? 

Estrecha mi mano y vuelve su atención a "Carissa".

—Oh, lo hacemos. —Ella se pasa la lengua por los labios socarronamente, provocándome—. Tenemos un par de asuntos pendientes.

—Mi casa no es lugar para resolverlos —espeta entrecerrando sus ojos en dirección a ambos—. Pero lo dejaré pasar.

— ¿Nos sentamos mejor? —pregunto apuntando la mesa. No me tomo la molestia de presentarme ante Sartori, me conoce, lo conozco, pero quiero determinar que demonios hace siendo un simple subordinado más. Si Aurelio dejó el cargo como dicen el puesto está entre él y su hermano, Emilio. Tal vez le dio el titulo al menor, pero eso tampoco explica que hace Anastasia aquí frente a una conversación importante con Andrés Morales.

Pasa por mi lado, sacándose la chaqueta y dejándola en el respaldo de la silla. Morales hace lo suyo y le saca la silla, esperando a que se siente antes de hacer él lo mismo.

La cena es servida y en silencio cenamos, aparentando que no hay una tensión en el aire que se puede cortar con un par de tijeras. Ella y yo nos retamos cuando bebemos de la copa junto a nuestros platos, pero no decimos nada y escuchamos atentamente en algunas ocasiones como Morales habla sobre su nueva inversión que lo hará terminar de consolidarse.

PELIGROSA VINDICTA [+21] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora