CAPÍTULO 10

1.1K 104 12
                                    

Deambulaba sola por la oscura y tenebrosa inmensidad de Tamha Tiki, un bosque de Oklahoma. Me sentía muy confusa. « ¿Por qué yo? No pienso dejar de existir tan solo porque el supuesto amor de mi vida se haya muerto. » Pensaba firmemente. Sí, lo amaba como una chica de catorce años puede querer a un chico en menos de veinticuatro horas, pero aun así...

Dejé que mi extraña mente divagara, que pensase en lo que quisiera porque ya me daba igual. Total, me iba a morir, ¿no? Mi suicidaría como hizo Pohanna al ver a Kawan tendido en el suelo sin vida. ¿Sería capaz? ¿Sería egoísta y viviría por los dos?

Pensé en el sabio de mi abuelo, en la chillona de mi abuela, en mi apurada pero cariñosa madre y en los revoltosos y simpáticos de mis hermanos pequeños. Sabía que Anahu tenía pensado ir en septiembre a la universidad, dejaría de ser el alfa y renunciaría a su forma lobuna. Shasta y Dave vivirían felices, (si la felicidad existe...) y estudiarían en el mismo curso del instituto de nuestra ciudad. Nils, el hermano menor de la loba blanca, continuaría sus estudios junto a Nakoma y Spencer buscaría curro de alguna cosa. Pero... ¿y Ben? ¿Qué sería de él? ¿Haría lo que nos contó a todos; se marcharía para no volver? Quizá sí, quizá no.

Ben y yo no empezamos con muy bien pie. Era arisco conmigo, frío y seco pero reconozco que yo no puse mucho de mi parte por una relación mejor. Sin embargo al final supimos llevarnos bien y ser amigos.

―Hola ―me sobresaltó la voz de Nils a mis espaldas―. Deberías estar durmiendo.

―Bueno ―suspiré―, quizá el que debería estar durmiendo deberías ser tú.

Caminaba con las manos en los bolsillos.

― ¿Sabes lo que pienso? ―el chico negó con la cabeza repetidas veces― Si yo me niego a conocerlo, solo quizá, tal vez, pueda cambiar mi destino ―sonreí de lado―. El futuro no está grabado en piedra y si lo está, yo misma me encargaré de destruirla y marcar mi destino en mi corazón.

―Suena muy filosófico, ¿no crees? ―comentó, a lo que yo respondí riendo.

―Tal vez, pero es lo que pienso ―repliqué, suspirando.

Se hizo el silencio y fue algo incómodo al no saber que decir. Caminábamos junto sin rumbo fijo sintiendo a nuestros antepasados sobre nosotros, al lado de la luna estaban las estrellas.

―Tenía ganas de hablar contigo a solas ―confesó―. Sentí curiosidad por conocerte mejor aquella noche, cuando te encontramos en tu primera transformación ―me encogí de hombros―. Al principio he de admitir que no te reconocí.

―Yo tampoco... ―mentí.

―Luego ―me interrumpió―, cuando Anahu dijo tu nombre, al fijarme mejor en los ojos de tu forma lobuna me di cuenta de quien eras ―murmuró el chico―. Supe que eras la chica de mi clase a la que siempre han considerado la sabelotodo, la que no podía dejar de levantar la mano cada vez que el profesor Winston preguntaba algo. Solías pegar un bote en la silla y era sorprendente porque eras muy tímida. Aquella muchacha que decía que no quería desentonar pero aun así lo hacía constantemente. Me di cuenta que eras Magena Scott, la mejor amiga de la inalcanzable Jules Young y del quarterback Caleb Sanders ―reí porque me hizo gracia como describía a mis mejores amigos. Mamá se negó cuando papá le propuso cambiar su apellido de soltera por Wood. Cuando nací, mi padre ya había hecho las maletas siete meses antes de nacer y se había marchado por lo que mamá decidió que no era nada maduro y que era un cobarde por lo que optó ponerme el apellido Scott. Años después, el muy impresentable volvió a casa, confundió a mamá con palabrería barata y este se marchó de nuevo con cinco mil dólares en el bolsillo dejando a mí mamá con una sorpresa en su interior, bueno, dos―. Piensas que eres invisible pero no lo eres, no para mí.

SANGRE DE LA LUNADonde viven las historias. Descúbrelo ahora