CAPÍTULO 3

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Volví a despertar con el cuerpo adolorido, me levanté lentamente estirándome para desperezarme y sentí algo puntiagudo clavarse en mi mano. Miré alrededor de mi mano, estaba el hermoso amuleto que Dasan me dio el día anterior, antes de transformarme. Creía haberlo perdido pues, cuando adopté de nuevo mi forma humana, estaba completamente desnuda. Había dormido de maravillas, la primera noche en mucho tiempo que no tenía esas horribles pesadillas. Me lo coloqué y bajé escalón a escalón las escaleras.

―Buenos días, Magena ―me saludó mamá mientras hacía un intento, fallido, darle la vuelta a las tortitas como los profesionales que salen en la televisión.

Bostecé.

―Hola.

― ¿A qué hora llegaste anoche? ―preguntó la abuela mientras se tomaba sus pastillas para la tensión.

Por fin la rutina se había acabado, al menos por un tiempo (o eso pensaba). Nunca me habían formulado esa pregunta pues no era muy de salir, de hecho, apenas tenía amigos; tan sólo Caleb y Jules. Ellos eran los únicos quienes me aceptaban y contaban conmigo. Sin embargo, además de mí también tenían más amigos y no siempre estaba con ellos. Pero a pesar de todo, los momentos en los que estábamos juntos eran los mejores y hacían que las aburridas clases de matemáticas explicadas por el viejo y aburrido del señor y director Dawson fueran las mejores horas de la semana.

―No recuerdo la hora, ni siquiera recuerdo mirar el reloj ―confesé― Y mamá... Esta tarde iré a la peluquería.

Ella sonrió complacida a la vez que asentía con la cabeza.

―Magena... Ayer sucedió, ¿verdad? ―preguntó el abuelo quien se ponía las gafas para ver su sopa de letras. Sabía a qué se refería por lo que asentí lentamente― ¿Has conocido ya a Anahu y sus chicos?

Asentí lentamente con la cabeza.

― ¿Por qué nunca me dijisteis nada? ―pregunté mientras me sentaba en la silla y ponía una tortita quemada sobre mi plato.

El abuelo se encogió de hombros.

―Pensábamos que no estabas preparada ―confesó la abuela, adelantándose a la explicación del abuelo.

Ambos intentaron sonreír.

Desayunamos todos en silencio sin mis hermanos menores, los gemelos Kange y Kato. Nadia, una niña de su colegio, los había invitado a pasar el fin de semana con ella y sus padres en su apartamento que estaba ubicado nada más y nada menos que en Texas. Jamás había estado allí.

Mi madre trabajó en casa porque era sábado y los sábados no tenía que ir a la oficina para hacer papeleo. Pasé la mañana estudiando pues, aunque no me había quedado ninguna asignatura, mis notas no eran lo que se suele decir brillantes tan solo eran aceptables para pasar con conocimientos al siguiente curso. El abuelo pasó toda la mañana leyendo en voz alta viejas leyendas de la tribu ya que Dasan, cuando el padre de mi madre cumplió los setenta, él le escribió en un libro todas las historias que hablaban sobre nuestro pasado. Y, mi abuela se entretuvo viendo en la televisión un programa de cocina y tejía con lana una bufanda para el invierno.

Finalmente el reloj de cuco que había colgado en una de las pequeñas paredes del salón marcó las doce. Quería ayudar a mi abuela a hacer la comida.

― ¿Qué hay hoy para comer? ―preguntó el abuelo mientras cerraba el libro.

― ¿Qué queréis? ―dije mientras recogía todos los apuntes de la mesa del salón.

― ¡Acelgas! ― exclamó el abuelo.

― ¡Tahaku no grites! ―bramó la abuela.

Bufé con resignación y seguí recogiendo los rotuladores y los papeles. El abuelo suspiró y volvió a abrir el libro para continuar leyendo. Para él, ese libro era como la biblia pues era el más sagrado en aquella casa indio-americana.

SANGRE DE LA LUNAOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz