CAPÍTULO 8

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Desde el momento en el que abrí lentamente un ojo y entreabrí el otro y me di cuenta de que estaba a punto de amanecer. Me levanté de un salto y sacudí al gran lobo que descansaba plácidamente a mi lado; irradiaba mucha calidez sobre mí cuerpo. Su cola estaba enlazada con la mía y su respiración era tranquila y regular. Con un rápido movimiento deshice la lazada de nuestras colas.

Ya habían pasado un par de días desde mi primera cacería y la verdad es que me había acostumbrado bien a ello. Como dijo Ben la primera vez que me transformé, estas cosas las llevaba bien.

Despierta ―pensé mientras mordía con fuerza su oreja para romperle el sueño.

¿Qué hora es? ―murmuró en mi mente mientras abría los ojos lentamente con pereza.

Le dediqué una mirada asesina. ¿No se había dado cuenta que éramos lobos? ¡No llevaba reloj!

Vámonos.

Y dicho eso empecé a correr hacia el sur.

¿Dónde vamos? preguntó.

Tú calla y verás ―le corté.

¿No iremos a Virginia? Si quieres ir allí tienes que irte al este niña tonta ―comenzó a explicar.

No me importaba, en ese momento no le escuchaba, estaba pendiente en correr lo suficiente rápido pero con prudencia pues no quería darme con una rama en la cabeza y abrírmela.

¡Date prisa que no tenemos toda la mañana! ―segundos después el lobo me había adelantado― ¡Pero no tanto idiota! ¡Que no sabes dónde vamos!

Aclárate ya ―replicó mientras bajaba el ritmo y yo no tardé en llegar junto a él―. Tienes las patas muy cortas y demasiado peludas. ¿Te has depilado alguna vez?

Suspiré.

Imbécil... ―mascullé.

Ben soltó una risotada mientras corríamos hacia el sur sintiendo la tierra bajo nuestras pezuñas, la brisa impactar con fuerza en nuestro rostro y con una sensación a libertad incomparable. Me sentía en sintonía con la naturaleza, la sentía dentro de mí. 

Ya sé a dónde vamos.

Paró en seco y yo también me detuve. Una fina capa de polvo y tierra se levantó y me pareció gracioso, porque eso tan solo lo había visto en las películas. 

No, no lo sabes ―repliqué.

Iremos, te dejaré y me marcharé de nuevo ―me explicó―. Sé que desde el principio habías venido para convencerme para que vuelva junto ellos. ¡Lo llevas escrito en la frente!

Mentira. Vamos esta noche porque quiero asearme un poco y luego volvemos aquí o podemos irnos a Texas, Arizona, Seattle, Virginia o algún otro país o continente ―el lobo negaba con la cabeza―. Simplemente para hacerles saber que estamos bien. Nunca he estado en Canadá y quiero ver esas cata...

No Magena, no. Vamos a ir con ellos, te dejaré, pasaré la noche con vosotros porque ocurrirá una cosa en la que debo estar presente y luego me marcharé. No seas cabezota...

Muy a mi pesar asentí y reprendimos la marcha.

Corríamos en silencio, él pensaba en sus cosas y yo en las mías. Como éramos dos la privacidad no nos importaba mucho pues a él le daba igual lo que pensase y yo también aunque, había veces en las que ciertos pensamientos suyos invadían mi espacio íntimo.

Después del medio día llegamos finalmente a casa. Quizá hubiésemos llegado antes si no fuese porque Ben se peleó con un enorme y majestuoso centauro. Me sorprendió no solo la criatura si no que fuese Ben quién lo incitase. Al final, el hombre medio caballo le dio una coz y mi amigo salió disparado (literalmente). El centauro, algo magullado, salió corriendo después de lanzar a mi amigo por los aires por tal parada con las patas traseras.

SANGRE DE LA LUNAWhere stories live. Discover now