XVI - Los Pantanos de Esril (Pt.2)

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Frente a ellos el destrozado cadáver de Roberta, la mula, yacía tendido con todas las vísceras al aire. Le habían rajado el estómago de lado a lado esparciendo sus aun tibios intestinos, junto a los víveres que le habían cargado, por todo en derredor. A un costado, una de las mantas con las que habían llevado envuelto a Abel estaba empapada de espesa sangre y hecha jirones. Mientras que hacia el frente, por el grueso manto de hojas caducas en el suelo, un rastro de abundante sangre roja se perdía en la oscura espesura marcando un macabro camino que los invitaba a descubrir la más cruenta pesadilla en cuanto se armasen de suficiente valor para seguirlo... no fue necesario que analizaran mucho la situación para comprender lo que allí había sucedido. Ereas cayó temblando de rodillas al ver como cada una de sus pesadillas terminaba por materializarse.

—¡NO¡ ¡NO! ¡NOOO! —clamó desesperado con su suave voz. Un cumulo de lágrimas inundaron sus ojos al punto de nublarle la vista, se sintió enloquecer.

Taka diligente, y en un intento por evitar que Ereas continuara viendo aquella macabra escena, se apresuró a taparle los ojos estrechándolo fuertemente contra su pecho para contenerlo. Pudo sentir el desbocado corazón del pobre muchacho, la aguda aflicción que emanaba desde lo más hondo de su ser manifestándose en incontrolables temblores y sollozos desgarradores que amenazan con destruirlo para siempre... Taka no supo que hacer, no supo que decir... estaba tan perdido como el mismo muchacho y para su sorpresa él también estaba temblando. La sugerente imagen del destino de Didi y el pequeño niño resultaba dura incluso para él.

—¡Momento! —exclamó tras un instante.

Hasta ese entonces no lo había notado pero al cadáver de Roberta le faltaba la cabeza. Un hecho de que a Taka le infundió la repentina esperanza de que aquel siniestro rastro de sangre sobre el manto de hojas caducas en el suelo procediera, en vez, de dicha cabeza y no de los supuestos cadáveres de Didi y Abel. Después de todo ninguno de sus cuerpos estaban en aquel lugar y mientras no los vieran con sus propios ojos cabía la pequeña posibilidad de que al menos uno de ellos siguiera con vida. Dada las circunstancias supo que era un pensamiento algo estúpido, pero de todas formas probable... sin embargo, no tuvo tiempo para comprobarlo, porque en ese mismo instante la silueta de otros dos de aquellos monstruosos perros de tres cabezas se vislumbraron en una alocada carrera hacia ellos. Venían de la misma dirección por la que se hallaba el horroroso rastro de sangre... sus aullidos de caza le resultaron estremecedores y supo que pronto estarían completamente rodeados por el resto de las criaturas piel verde a las que los perros parecían identificar como sus amos, por lo que sin pensarlo un segundo más agarró a Ereas de la cintura como a un niño y lo cargó entre sus brazos para iniciar una frenética carrera por entre la maleza que los llevara lo más lejos posible de aquel lugar. El muchacho seguía temblando conmocionado, alejado de la realidad, era evidente que ya no estaba en condiciones de correr por sí solo, o al menos no en ese momento.

Sin embargo, Taka eligió mal el camino y más preocupado por sus perseguidores que de lo que pudiera hallarse al frente terminó por dirigirse hacia una inclinada pendiente que al agarrarlo por sorpresa lo hizo pisar en repentino desnivel haciéndolo precipitarse violentamente hacia el fondo...

Giró sobre sí mismo, se golpeó el hombro... volvió a girar, abrazó a Ereas con mayor fuerza, algo golpeo su espalda... rodó de costado, la maleza azotó sus brazos como un látigo, Ereas pareció gritar... luego vino una abrupta caída de un par de metros...

Entonces tocó fondo.

La caída lo dejó con el cuerpo herido y magullado, pero al menos no fue lo suficientemente poderosa o prolongada como para hacerle perder el conocimiento. Distinta suerte corrió Ereas que a su lado parecía casi muerto, aunque notó que aun respiraba. Taka, alarmado y sin siquiera prestar atención al lugar al que habían ido a parar, se apresuró a palpar rápidamente las piernas y brazos del muchacho para comprobar que al menos no hubiera sufrido ningún tipo de fractura. Su angelical rostro también seguía intacto. Durante la caída no lo había soltado en ningún momento, lo había protegido bien.

El Alzamiento De Las SombrasWhere stories live. Discover now