XIV - El Río Bravo

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Didi y Ereas corrieron tanto que cuando se detuvieron no dieron más del agotamiento, el sol ya había caído y ni siquiera tuvieron fuerzas para palabras. Ni las protestas de Momo ni el sorpresivo llanto de Abel los había sacado de su carrera, solo corrieron hasta que sintieron que sus piernas se volvían algodón y sus pulmones clamaron desesperados por un poco de descanso. Cuando concluyeron solo atinaron a acurrucarse, aun temblorosos y asustados, en el estrecho recoveco de un grueso y enorme tronco. Ahí, en medio de un bosque que no conocían, se abrazaron el uno al otro con desatado anhelo buscado aquella urgente proximidad que los ayudara a mitigar, aunque sea un poco, las horribles imágenes aun latentes en sus torturadas retinas. Ahí, en ese oscuro lugar, fue donde finalmente lloraron, lloraron por todo lo que habían estado reteniendo, por toda aquella angustia que los atormentaba. Los recuerdos de su madre, su padre, su hogar, sus momentos de felicidad... todo lo que conocían... todo lo que amaban... convergieron en uno solo para estrujarles el corazón hasta hacerles rozar la locura. Lo habían perdido todo y aquel tortuoso desconsuelo los poseyó con tal intensidad que sintieron que su lagrimas jamás se detendrían, que su llanto sería infinito, pero así como hasta la más feroz de las tormentas termina en inevitable calma y hasta los más negros nubarrones terminan por agotar su lluvia, fue así como terminaron sintiendo que ya no había más lágrimas en sus ojos, sus gargantas ardían, sus cuerpos entumecidos les aquejaban... Didi siguió abrazando a Ereas reconfortante mientras intentaba olvidarse del doloroso trauma. El gorgo había cerrado sus ojos cansado y sin fuerzas. Momo se había quedado dormido.

—Nunca me dejes —rogó Didi en un susurro— Nunca me dejes por favor.

Ereas no supo que decir. Tras el largo llanto sus cuerpos se habían relajado, se sentían tan livianos como caminando sobre nubes, sin energías para nada. Afuera de su improvisado refugio la noche ya había cubierto todo con su oscuro manto mientras el frío atacaba con bravura ¿Cuánto tiempo habían corrido y llorado? fue una pregunta difícil de responder en aquel momento... Ereas solo atinó a estrecharla una vez más, no quiso pronunciar palabra ni emitir sonido ¿Cómo prometerle algo de lo que ni siquiera tenía control? En tan solo un par de días sus vidas se habían transformado en un caótico revoltijo de amargas experiencias. El mañana era una incógnita que lo torturaba, una incógnita en la que ni siquiera tenía el valor de pensar. Didi correspondió el abrazo de su hermano con fuerza mientras su boca rosaba su aterciopelado cuello y en ese instante de vulnerabilidad buscó con anhelo algo más, algo que llenara aquel aterrador vacío que lentamente parecía ir inundando su alma. Necesitaba de Ereas, necesitaba saber que no se iría como lo habían hecho sus padres, su familia, su dichosa vida... necesitaba saber que se quedaría para siempre con ella y en un desesperado intento por ahogar aquel deseo buscó con anhelo la boca de aquel que hasta ese entonces había sido su hermano envolviéndola en un ansioso beso que le estremeció el cuerpo de una forma que jamás había experimentado. Retrocedió un instante quejumbrosa mientras su cabeza fue un lio de pensamientos que parecían cruzarse, separarse y volverse a cruzar hasta causar una explosiva y gigantesca colisión en su mente. Algo pareció indicarle que aquello no estaba bien, pero la advertencia fue tan fugaz que desapareció más rápido que la llama de una vela bajo el fuerte viento, volvió a la boca de aquel que hasta ese entonces había sido su compañero de infancia con un ardiente deseo y el dulce néctar que halló en sus labios le pareció lo más exquisito que había probado en toda su vida... quería más, mucho más. Ereas intentó protestar asustado, pero tras todo lo sucedido en aquellos días prefirió guardar silencio. Lo último que quería era hacerle daño a su hermana, con todo lo que acababan de pasar ya era más que suficiente.

A la mañana siguiente se despertaron temprano, hambrientos, con frío y Abel lloraba ante la urgente necesidad de algo de leche, Didi lo acunaba inútilmente tratando de hacerlo callar. Momo, en tanto, se negaba a salir de la seguridad de la grieta del árbol alegando que quería ver a su mamá. Ereas no sabía qué hacer para convencerlo, necesitaban comida, refugio, sin contar que ya ni siquiera estaba Taka con ellos para guiarlos, estaban perdidos. Recordar lo sucedido el día anterior solo le torturaba el alma ¿Qué acaso Momo no recordaba nada de aquello? se preguntó. Erly ya no estaba y jamás volvería. Él daría lo que fuera para borrar esas horribles imágenes de su cabeza. De cierta forma Momo tenía suerte, se consoló.

El Alzamiento De Las SombrasWhere stories live. Discover now