VII - El Consejo de un Padre Amoroso

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Querido hermanito:

Aunque me ha empezado a parecer extraño llamarte hermanito, quería decirte que me alegra mucho que no estés enojado. Te he echado mucho de menos estos días. Me han hecho levantarme muy temprano, repetir mis oraciones, me han hecho usar vestido, peinarme igual que la tonta de mi hermana, me han enseñado a tomar el té y a cocinar ¿¡Puedes creerlo!? ¡Sí, cocinar! ¡Soy un desastre! Debía hacer galletas dulces y confundí la sal con el azúcar... Hasta mi madre salió de su cuarto a regañarme y volvió a decirme que ya era hora de hallarme un esposo. Tal vez si sigo arruinando las cosas decida olvidarse del asunto. ¿Sabes que no me quiero ir, verdad? No podría vivir sin ti.

Con todo mi amor, Didi.

Ereas se había quedado pensando seriamente en la carta de Didi, jamás la había visto con otros ojos, pero si de algo estaba seguro era de que nunca querría separarse de ella, la amaba con cada fibra de su cuerpo y le dolía saber que se la llevarían quizá donde. Aun recordaba lo de su hermana Dalerí, en cuanto le había llegado su primera menstruación le habían buscado un esposo, casándola finalmente con el señor de la importante ciudad costera de Omer-Ka, un hombre algo mayor para ella, pero que había demostrado amarla. Y Dalerí era feliz con su vida después de todo, siempre había tenido esa idea de casarse con un hombre de alto rango, parir muchos hijos y vivir rodeada de grandes lujos. Y el señor de Omer-Ka era un hombre rico por lo que sin duda alguna se podía decir que de cierta forma había logrado su sueño, sin embargo, sabía que Didi era distinta, la conocía demasiado bien y ella jamás aceptaría seguir los pasos de su hermana.

—¿Maestro? —preguntó Ereas con timidez mientras movía suavemente la pluma con nerviosismo, había pasado el examen de matemática del día anterior, sin embargo, había fallado severamente en algunos ejercicios que Peter lo había obligado a repasar. Se encontraba tratando de resolver los últimos de ellos cuando lo abordó.

—Sí —contestó Peter sin prestarle atención. Revisaba concentradamente las respuestas a los complicados ejercicios de su pupilo.

Ereas suspiró un momento dudoso, aun no sabía si era adecuado preguntar respecto a aquellos asuntos, sin embargo, no sabía en quien más podía confiar. A fin de cuenta el maestro Peter parecía saberlo todo.

—¿Cómo...? —suspiró buscando valor— ¿Cómo sabe una persona cuando debe casarse? —preguntó dubitativo.

—Pues, según la ley un hombre está facultado para contraer matrimonio en cuanto cumpla su mayoría de edad —contestó Peter con despreocupación y sin despegarle el ojo a los ejercicios que estaba revisando— Sin embargo, las alianzas matrimoniales pueden ser forjadas desde mucho antes —agregó.

—¿Y qué pasa si... si una persona no es feliz? —preguntó Ereas de manera inocente.

—¿¡Feliz!? —exclamó extrañado el maestro.

—Pues... ya sabes... que alguien no quiera casarse... —intentó explicarse Ereas. Se había sonrojado moviendo la pluma con indisimulable nerviosismo.

—¿Te refieres a deshacer el compromiso de matrimonio? —preguntó Peter desatendiendo la revisión de los ejercicios por un instante mientras miraba la hermosa e inocente expresión del gorgo.

—¡Sí! —exclamó Ereas moviendo su cabeza mientras pestañeaba suavemente.

—Pues, por supuesto que es posible —contestó el maestro volviendo a la revisión de ejercicios— Mientras no se haya concretado el matrimonio las alianzas pueden ser desechas por múltiples motivos. Aunque por lo general no es algo recomendable ¡A menos que sea un motivo muy poderoso! De lo contrario desprestigia el nombre y el honor de una casa lo que puede traer serias consecuencias para su futuro.

El Alzamiento De Las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora